El miedo, ese fiel compañero que tantas veces nos ha salvado la vida; aquel que evitó que entrásemos en aquel oscuro callejón; que nos hizo mordernos la lengua cuando aquellos tres nos insultaron; que evitó que llevásemos a cabo el sueño de nuestra vida... esto, espera, vaya cambio, ¿no?.
Bien. Supongo que lo primero es reconocerlo. Después ya se verá lo que se hace. Tengo miedo. Mi sueño es perderme durante tres años dando la vuelta al mundo en mi bicicleta. Pero tengo miedo.
Pero, ¿miedo a que?. No es a caerme, ni a tener frío, no es miedo a no saber donde dormiré, ni a si tendré algo que llevarme a la boca mañana, no es miedo a la soledad, ni tan siquiera al fracaso; no temo rendirme y, desde la comodidad de mi casa, ni tan siquiera tengo miedo a no regresar.
Mi miedo es otro, y es precisamente a regresar. Después de tres o siete años por el mundo, ¿cómo me reincorporaré a la vida del común de los mortales? ¿podré o estaré siempre con la vista perdida en una lejana montaña? ¿podré encontrar un trabajo que me satisfaga? ¿habré perdido el tren de crear una familia?
Bien, creo que estoy en un punto de inflexión, y lo más probable (95%) es que esto no lleve a nada pero, por si acaso sí que lleva, me gustaría dejarlo documentado por una sencilla razón. Aquellos intrépidos que se lanzaron a hacerlo te cuentan el viaje pero, por lo general, no te han contado sus dudas y miedos previos. Si esto llegase a buen fin, espero que a alguien le sirvan mis experiencias antes de subirme al que sería mi viaje definitivo.