Una de las ideas preconcebidas que
uno tiene es que los malos no madrugan. ¿Qué sentido tiene ser malo y cumplir
una de las más duras costumbres de los buenos? Supongo que no muchas. Así que
comienzo el día antes de las 06.00 para empezar a pedalear media hora más
tarde. Mi problema, si es que realmente son malos, es que seré como un patito
de feria en una caseta de tiro. Hay una única carretera lo que hace que sea muy
fácil encontrarme, pero como es algo contra lo que no puedo hacer nada, dejo de
preocuparme al respecto… bueno, no del todo porque no utilizo los auriculares
para mantener las orejas bien abiertas.
Como era de esperar nada ocurre. Y
cuando digo nada, realmente es nada. Es un día realmente aburrido. El paisaje
es árido, bastante monótono, y aunque estoy cerca de la costa, sigo estando lo
suficientemente lejos como para no ver el mar. Los que me conocen saben que soy
un escéptico por naturaleza, máxime cuando lo que escucho proviene de una
campaña publicitaria. ¿Y esto a que viene? Básicamente que estuve pensando en
una de las últimas modas: la lucha contra los radicales libres o iones
negativos. Es graciosísimo la cantidad de cosas que uno puede llegar a
escuchar; y es que desde el desconocimiento, pero con un poco de sentido común
y oído crítico uno podría estar riéndose todo el santo día con estas cosas. No
obstante, hubo algo que me llamó la atención, y es que mencionaban que eran
estos iones negativos, que se pueden generar de muchas formas y una de ellas es
en grandes masas de agua, los que hacen que cuando estemos frente al mar nos
relajemos y tranquilicemos. Hay determinadas cosas que deberían quedar fuera
del alcance de la ciencia… yo me quedo con la imagen bucólica de un atardecer
en la playa más que la de millones de pequeñas partículas penetrando en mi (por
cierto, dudo muchísimo que realmente puedan penetrar… quizás neutrinos y
partículas de ese calibre, pero no los electrones sueltos).
Y esto, amigos, es un ejemplo de por
donde navega la mente cuando nada pasa salvo los kilómetros bajo unas ruedas
cada vez más machacadas.
El final del día, después de unos
100 km, me llevó hasta Lázaro Cárdenas donde hice dos noches ya que en la “lotería
del taco” me salió el premio gordo. En cualquier caso, además de para
descansar, me permitió ver un desfile que, con motivo del día de la patria,
celebraron los niños de los colegios de la zona. Por cierto, tengo la impresión
de que en México, ahora mismo un tanto convulsa por la reforma educativa que
impulsa el gobierno, todos los niños van con uniforme. Detalle tonto.
Aun no se si me encuentro bien del
todo, así que aprovecho la habitación todo lo que puedo, pero sobre las 12.00
ya tengo la impresión de que todo está como debería así que, haré un día corto
y esperemos que tranquilo.
Por seguir con los detalles del
país, me llama mucho la atención lo colorido de las casas y negocios. El verde
limón se alterna con el amarillo y el morado (lila, fucsia o lo que sea, los
hombres de verdad sólo distinguimos 16 colores).
El camino de hoy es bastante llano,
y además tengo el viento a favor, así que no requiero de grandes esfuerzos para
avanzar… de cualquier modo tampoco creo que pudiera hacerlos. Poco a poco me
acerco a la costa (radicales al ataque!!) pero al final del día se que me
dirigiré hacia el interior para cruzar la península, dejando atrás el Pacífico
para dirigirme al mar de Cortés.
Esperaba que el tráfico fuese más
pesado, más denso, sobre todo teniendo en cuenta que esta es la única carretera
que articula de norte a sur la península, pero en general me sigo sintiendo
relativamente cómodo con el tráfico. Por otra parte, hay un par de cosas que
llamarán la atención: el freno motor de los camiones hace un ruido espantoso, y
llama poderosamente la atención que es hasta que entro en México que he
escuchado ese petardeo ensordecedor; nunca antes, no ya en el viaje, si no en
mi vida, había escuchado semejante ruido. Pobre de aquel que tenga su casa en
la carretera en una bajada. Lo segundo es el alto grado de militarización que
uno se encuentra. No es sólo la policía, que lleva subfusiles, chalecos y todo
el equipo, si no que, de tarde en tarde, hay que cruzar un puesto de seguridad
del ejército. Ah, y todos muy amables y nada de mordidas.
La cuestión es que después de
disfrutar del llano, el mar y el viento, me toca girar para abandonar todo
esto. Comienzo a subir y, cosas que pasan, alcanzo los 9.000 km. Me paro a
tomarle la foto de rigor al cuentakilómetros y veo bajar un autobús (por suerte
vacío) que entra en su arcén para tomar una curva y, para tomar la siguiente,
cruza los dos carriles para aprovechar el arcén del otro lado… y pensar que hay
balas que no le dan a nadie… De cualquier modo me he empezado a dar cuenta que
muchos conductores en México conducen basándose en la confianza: confían que no
venga nadie al adelantar sin visibilidad, confían en que el otro se aparte,
confían en que caben dos camiones y una bicicleta a la vez en la carretera.
Un nuevo día comienza y, por si no
tenía claro que iba a entrar en zona desértica, aquí hay una señal que te da
una buena pista.
En cualquier caso, como ya sabía,
más o menos, donde me metía, antes de entrar en México ya me había hecho una
pequeña lista de posibles lugares donde conseguir comida y agua. No contaba con
esta distancia sin gasolinera pero tampoco habrá de suponer un mayor problema;
dado el gran tráfico de camiones por la zona hay, cada 15/20 kilómetros, una
llantera donde además normalmente puedes comprar algo para comer y para beber.
¿Llantera? En México al neumático le llaman llanta, así que una llantera es
donde te repararán o cambiarán el neumático. Normalmente son pequeños talleres
que se sustentan más en la habilidad de sus dueños que en los repuestos que
puedan tener. Y obviamente también son sus casas, así que suelen funcionar 24
horas al día.
En este día en concreto, según mi
meticuloso plan, debería hacer noche en junto a un restaurante de carretera que
está junto a una misión, así que os podréis hacer una idea, visto el panorama, cómo
se quedó mi cara cuando al llegar vi debía estar cerrada desde hacía un año por
lo menos. Por cierto, la Misión se llamaba San Fernando… ni de uno se puede
fiar.
Así que, de nuevo al pedal. Por
suerte a unos 20 km encontré otro restaurante y allí ya pude hacer noche. Una
lástima no disponer de una mejor cámara (o de ser más habilidoso con la mía) ya
que desde este altiplano pude disfrutar de una gran y roja luna llena.