miércoles, 5 de junio de 2013

Mi día con los Gutenberg

Había pensado titular esta entrada como "my redneck day" pero probablemente no sería lo más adecuado. Primeramente porque redneck sigue teniendo ese aire peyorativo que en modo alguno podría ni querría aplicar a quien tan amablemente me ha acogido; en segundo lugar porque servidor ya traía el cuello rojo de sus días de bicicleta; y tercero porque con la mañana de lluvia que hemos tenido era complicado que se nos hubiese tostado el cuello.
 
Pero antes de seguir, ¿que es un redneck? Bien, como siempre, recomiendo que hagáis vuestra propia indagación (recordad que Google es vuestro amigo) y saquéis vuestras conclusiones porque básicamente me lo voy a inventar. Tradicionalmente los redneck han sido los campesinos del centro americano, granero de ese extenso país, los cuales tras su dura jornada en el campo, volvían con el cuello tostado por el sol. Son la esencia del country y no me refiero al manido Coyote Dax; elevados a mito/caricatura son Cletus de los Simpsons. Si bien la etiqueta, como decía antes, tiene ese toque peyorativo, cada vez más, y sobre todo desde dentro del propio colectivo, la están usando como un estilo de vida a defender. Traduciendo libremente lo que leí en la parte trasera de una pick-up: "lo que yo cultivo en el campo tú te lo comes en la ciudad".

Amaneció en villa Gutenberg y llovía. Levemente, pero llovía. Y para que negarlo, estábamos tan a gusto allí que fue una excusa perfecta para el ofrecimiento que nos hicieron durante el desayuno para quedarnos un día más, hasta que el tiempo mejore.
- Encantados pero, ¿podemos ayudarles en algo? - dijimos.

A por ellos que son pocos y cobardes
Y claro que había. En una casa de campo siempre hay algo para hacer. Para empezar había que meter un depósito de unos 5000 litros de combustible en un remolque. Así que empezamos a desmontar la caseta que le habían hecho y que estaba más ceñida que unos legins a una choni. La intención era desmontar uno de los laterales, pero visto que no terminaba de salir el depósito, y al grito de -la destrucción es más rápida- André, el cabeza de familia, empotró el torito contra el cobertizo. Aún nos tocó sudar un buen rato para conseguir meter el depósito en su sitio, pero a última hora de la mañana ya lo habíamos conseguido.

Torrando nubes en los rescoldos.

Tomamos la merecida comida, sopa de pollo del día anterior (seguía deliciosa) y barbacoa para más señas. Agua para regarlo. Y a zanganear un rato. Pero entonces llegó Mari, que había ido al súper (a 150km) y la ayudamos con la compra, y de ahí pues a ver si podemos partir un árbol que estaba caído y a llevar la madera a la leñera, pero otra parte hasta un montón que había en el terreno. Y así echamos la tarde, madera para arriba y para abajo. Con la madera que habíamos apilado hicimos una hoguera, una señora hoguera, y como toda hoguera que se precie, terminamos con la célebre escena de campamento quemando marshmallows. Y yo que no le veía sentido, y ahora sí que se lo veo. La nube, no es tan dulce como las nuestras, y al tostarse, que no quemarse, se dulcifica un poco más; si lo has hecho bien, y sólo lo has dorado, esa primera capa saldrá como una caperuza, quedando el interior blandito. No está mal, no me importará repetir.

Cuando ya creíamos haber terminado el día, montamos unos bancos de madera donde nos pudimos relajar durante un rato antes de pasar por la ducha y a dormir. Que ya nos merecíamos el descanso.

Un dibujo que me regalaron para que me acuerde de ellas.
Por desgracia André ya se había ido...