Ayer, por fin, apareció el miedo.
Hace tiempo que lo estaba esperando; en los últimos días ya con impaciencia. No era normal embarcarme en un viaje de este tipo y no sentirlo. Empezaba a darme cuenta que no he sabido, ni de lejos, valorar correctamente en lo que me he metido. Pero ayer, para mi alivio, apareció el miedo.
El miedo es bueno. El miedo me dice que esto me queda grande, que he de tenerlo todo bien pensado, porque cuando esté todo, siempre faltará algo. Con miedo eres prudente, pero también tienes la oportunidad de superarte. Si no tienes miedo, o estás haciendo algo que ya has hecho mil veces o estás loco, y la esperanza de vida de los locos es muy corta. Así que me siento aliviado de saber que no estoy loco.
¿Y que me provocó el miedo? Pues una tontería, la verdad. Uno de estos programas que nos acercan la realidad de un aventurero, al estilo de los que hace el señor Bear Grills (por favor, si algún inocente lee esto seguid un pequeño consejo, haced normalmente lo opuesto a lo que hace este señor). En este caso es un matrimonio/pareja de hecho, que hacen ver que se han perdido en Alaska, después de 3 días de deambular sin rumbo acaban rindiendose y solicitando la extracción por helicóptero. En ese momento tomó cuerpo algo que me había estado repitiendo a mi mismo desde febrero: Alaska es dura, muy dura. Es cierto que uno nunca sabe hasta que punto todo está montado en estos espacios, y que puede haber sido solamente una rendición fingida para poder soltar su celebre volveré. Pero a nadie le gusta salir escaldado en televisión, así que le daré un punto de credibilidad.
También es cierto que nos separan algunos detalles. Servidor llevará tienda, saco, teléfono, GPS y circularé por carreteras, por lo que perderme resultará más bien complicado; pero aún así, el miedo está ahí.
Y estoy feliz, porque ya no viajaré solo.