martes, 27 de agosto de 2013

En la oscuridad



Me despido de los Waldron y salgo del barrio medio orientado. Sigo varias calles, tuerzo y retuerzo hasta que, en una esquina, salido de la nada, está de nuevo Jed. Resulta que me dejé en casa el paquetito que Pam me preparó con las esencias. Recojo, gracias, y sigo de nuevo. Hace calor. Y teniendo en cuenta que mi intención era evitarlo, me estoy luciendo. 38º marca el reloj, con los prudentes márgenes de error que puede tener.

En las charlas con Jed, siempre me hablaba de la zona como "el valle" y aquí, uno que yo me se, se había montado la película de una vega, en suave descenso y, porque no, con rubicundas mozalbetas con cántaros de hidromiel dispuestas a saciar mi sed. Pues nada, a subir, y 42º. La hidromiel ya te la buscas tú, hermoso.



De cualquier modo, y aunque el paisaje ha desmejorado bastante respecto a días anteriores, el trayecto es sufrido pero no desagradable, y poco a poco, una vez pasada la subida y disfrutando de la inevitable bajada, la temperatura empieza a bajar, como primer aviso de que el ocaso se acerca.

Sigo la 89, que va paralela a la I15, lo que me quita mucho tráfico de encima. A mi izquierda queda la cadena montañosa coronada por el pico Willard, conocido porque a nadie le importó nunca un carajo si pasó algo allí alguna vez. Pero al caso el trazado es bastante llano, y el frescor de la noche hace la travesía agradable.

Como vea un Perez me paro a saludar a Don Felipe.
Los atardeceres, tienen ese punto especial. Esa luz que, unidos a que uno está espabilado, arranca tonalidades que con una luz más plana, no se pueden apreciar. Hecho de menos la réflex, como tantas otras veces en el viaje, pero se que la decisión de no traerla ha sido acertada. Demasiado peso, demasiado frágil.

Cae la noche, y aprovecho para llamar a Carmen por Skype, al fin y al cabo creo que ahora tengo el horario de España… o ningún horario en concreto. Charlamos un buen rato, y aunque a estas horas habitualmente estoy durmiendo o dirigiéndome a ello, lo cierto es que me siento muy despejado.

Con el frontal y la luz trasera intermitente (decía la cajita que se me ve desde más allá de una milla… que fácil es escribir) me da la impresión de parecer un árbol de navidad. Pero uno flojucho porque la luz del frontal, que está muy bien para montar un campamento o para leer un rato, no da para pedalear con tranquilidad. Por suerte, voy saltando de barrio en barrio y dispongo de luz suficiente como para no ir acongojado. Intuyo que es la influencia de Salt Lake City, y lo que atravieso son sus ciudades dormitorio.

Una vez me aproximo a la ciudad, la 89 se pierde, o mejor dicho, es absorbida por la I15 donde, en teoría, no tengo permitido circular pero, por más que tomo un par de salidas para hacer la incorporación, no veo ningún cartel que indique que las bicicletas no están permitidas; así que por ella que circulo. De cualquier modo, y salvando incorporaciones y salidas, es más segura que la 89 al disponer de un arcén mucho más amplio.

El acceso a Salt Lake City me hace felicitarme de nuevo de la decisión de circular de noche. Desde la I15, por el norte, se hace a través de una zona industrial, algún tipo de refinería o algo similar, y lo que a plena luz del día sería un paisaje bastante desagradable, la iluminación nocturna de la misma le da un puntito bastante pasable.

Y hablando de luces, es en este tramo donde veo el primer "bar de luces" desde que salí de Anchorage. No me había dado cuenta hasta que vi este, y lo que más me sorprende es verlo precisamente aquí, en SLC. ¿Y por que aquí es más sorprendente? (la pregunta de ¿que es un bar de luces? no la pienso responder). Por que Utah es uno de los estados con mayor presencia de mormones dentro del país, y probablemente del mundo. Hay pocos sitios más seguros para un ciclista que una carretera de Utah un domingo por la mañana. Y el corolario de esto es Salt Lake City, destino de una de las peregrinaciones que se dieron allá por aquellos años donde las fotos eran en color sepia. Aquella peregrinación, que a día de hoy se ha convertido en festivo estatal, tuvo como destino esta ciudad. De ahí mi sorpresa. Pero supongo que en el corazón de todo santo hay un pecador. ¿O es al revés?

Para el caso, a mi me da igual. Yo lo que necesito es una cama y dormir. Si todo va como es debido, estaré suficientemente cansado como para dormir buena parte del día y podré salir de nuevo al anochecer. Pero me da la impresión de que mi cuerpo tiene algo distinto que decir.



Dormito en la habitación del hotel donde ingresé a las 05.00 de la mañana. Estoy cansado y mi cuerpo ha aceptado muy bien la larga ducha, dejando mis músculos relajados y mi piel tan deshidratada como siempre. Aun así, aquello que tan sencillo supuse, como es cambiar los ciclos circadianos, parece que queda más allá de simple voluntad. Por ello mi sueño es ligero, la más mínima luz me despierta y los sonidos, bueno, no, los sonidos no, porque tuve la suficiente capacidad de previsión como para calzarme los tapones.

A medio día ya estoy en pie. Voy a comer algo y a tirar de wifi, que la del hotel da pena. Con un poco de suerte mi estómago me pedirá siesta y podré dormir un poco más. Aprovecho también para hacerme con unos cuantos radios de repuesto. No quiero estar en mitad de la nada sin algunos radios que seguro necesitaré. Otra gracia, y esto no dice mucho de mi, es que acabo de darme cuenta que en el trailer hay espacio para poner dos botellines más para el agua, así que me hago con un par de bidones y de portabidones. Toda el agua que pueda llevar para el desierto NO será poca (digo que no, porque va a parecer que el agua no pesa, y este es un equilibrio muy delicado).

En cualquier caso, el paseo por la ciudad es agradable. A pesar de la entrada de anoche, el centro de la ciudad es bonito, amplio como el resto de ciudades que he visto, pero más bonito. Cuajada de parques y jardines, la edificación no suele superar las tres plantas, y las casas suelen ser bastante aparentes, lejos del simple ladrillo o del gris hormigón. Y aun cuando esto se da, da la impresión de que se han esforzado por darle un toque con flores o con algún grafiti.

Templo Mormón.

Pero al final todo llega, y a las 22.30 arranco de nuevo. Me siento algo cansado, quizás embotado, pero al poco de ponerme en marcha se me empieza a pasar. Y de nuevo parece que estoy de suerte, porque si ayer atravesé la zona industrial hoy toca una zona comercial. Pero no me refiero al gran centro comercial abierto, llego de franquicias de comida y vestido. La avenida está salpicada por concesionarios de coches, mostrando su mercancía de segunda mano en al pie de la carretera, armerías (sin mostrar la mercancía), salones de tatuaje, y restaurantes chinos de lo que, esta vez sí, te darán gato por liebre con la mejor de sus sonrisas. Decadente, es la palabra que se me queda en la cabeza. Así que, pa´lante.



El área metropolitana, atrapada entre el Salt Lake, y dos cadenas montañosas, se estira hacia el sur, vertebrado, o vertebrada por la I15. La 89 vuelve a tener ente propio y por el discurro hasta que, llegado a las inmediaciones de Draper, ambas se vuelven a unir. Consulto mapas y al final me decido por dar un rodeo. Le prometí a mama que me mantendría sano y salvo, y parece que unos kilómetros de más pueden conseguirlo. Me separo bastante de la 89, hasta que una pequeña depresión queda entre ellas (llamarlo valle sería estirar mucho el término). La carretera es poco transitada y de tanto en tanto atravieso una zona residencial sin iluminar. Es así como descubro otra de las grandes aficiones del conductor medio americano: llevar las luces largas. Por suerte, hace años, mi amigo Oscar me contó un truco que más o menos funciona y que consiste en continuar como si nada (las maldiciones están permitidas) pero con un ojo cerrado, al pasar el vehículo volvemos a abrirlo y como consecuencia de tener dos dilataciones distintas en las pupilas nos marearemos y caeremos… salvo que lo sepamos por adelantado, entonces no. Entonces no te caes. De cualquier modo, y como todo el mundo sabe, precisamos de los dos ojos para obtener la sensación de profundidad y distancia, así que yo simplemente maldigo, pongo la manita a modo de parasol y listo.

Cuando va tocando, giro a la izquierda y me dejo caer por la depresión (del terreno, no mía) para alcanzar la 89. Es curioso, la perdida y ganancia de altura en este tramo es de apenas 30 metros, pero la temperatura cae 4º y se hace notar. Curioso.

Dejo pueblos, barrios o lo que sean atrás. Llego a Provo y, pus, me equivoco. Bueno, una milla para atrás y a seguir. El sol ya despunta y empiezo a tener un poco de hambre, pero mi esperanza de encontrar algo abierto en la 89 es vana. Finalmente en Springville entro a un supermercado y me hago con un batido y unos bizcochos. Va siendo hora de buscar cobijo, y parece que hay un campround a unos 10 km de aquí, hacia las montañas. Parece un sitio apropiado, al estar en un valle supongo que estará a la sombra, y el último en el que estuve… pues estuve solo. Así que me voy para allá. Lo malo es la subida, ya van casi 100 km y el desfase horario se deja notar, pero finalmente llego a destino. Sólo que no es destino. El campground está a rebosar. Niños correteando, parrillas amenazando con suculentos olores, y quads aparcados que pronto no lo estarán. Para rematar, el precio es de 25$. Así que como vine, me voy.

Y sigo camino.



Y seguir camino quiere decir seguir por la 89. El calor se está haciendo notar. Son las 10.00 a.m. y ya vamos por los 28º y subiendo, naturalmente.

Mi ánimo se está resintiendo. No veo donde plantar el huevo. Hace un calor del infierno. Va a hacer más. Llevo en pie sólo 14 horas, pero parecen 41 y para remate, cuando la 89 se une a la 6 lo hace a la boca de un valle donde, para más señas, han puesto aerogeneradores… y no a mi favor. El punto de suerte lo tengo al ver que la distancia hasta la próxima ciudad es de unas 90 millas, y tengo claro que 90 millas no voy a hacer. Así que evalúo las opciones y parece que Spanish Fork (Tenedor español… no, no lo entiendo y no se de donde viene) es la mejor entre ellas. Además es cuesta abajo y con viento a favor (aunque no me engaño, mañana será justo al revés).



Encuentro habitación y, esta vez sí, caigo rendido, al fin y al cabo han sido 140 km.

A eso de las 16.00 el hambre pica y salgo a ver si como algo. Al final me decanto por unos tacos. Con lo que no contaba era con el calor. Dicen que le preguntaron a Woody Allen si prefería a Dios o a la tecnología, él respondió que si le daban a elegir entre alguien a quien nadie ha visto o el aire acondicionado, se quedaba con este último. En aquel momento no podía haber estado más de acuerdo con él. Impresionante. No he estado en el Kalahari, y seguro que aquello era una brisa primaveral en comparación, pero me reafirmó en lo de pedalear de noche de forma inapelable.