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jueves, 12 de septiembre de 2013

Las Vegas



Cuando estuve con Jed Waldron y sus amigos en el restaurante japonés en Logan (parece que fue hace una eternidad). Estuvimos hablando de la ruta que podría tomar para llegar hasta Las Vegas. Me comentaron que, tras llegar a Saint George, debía tomar un desvío ya que no estaban permitidas las bicicletas en la Interestatal en ese tramo.

El trayecto desde Hurricane hasta Saint George no tuvo mayores incidencias. Nada que destacar. Pero cuando llegué allí realicé una búsqueda de ruta a través de unos mapas que tenía descargados y vi que había una posibilidad, mixta entre la ruta que me había indicado y una avenida que aparecía en mis mapas. No creas todo lo que leas, y no confíes ciegamente en un mapa. Quédate con eso, machote, y este viaje te habrá hecho más sabio.

En resumidas cuentas, la "avenida" que marcaba el mapa no era más que la línea divisoria entre los estados de Utah y Nevada, con lo cual la foto sería: Fernando un par de millas adentrado en el desierto, al principio por un carril de tierra, después creando mi propio camino al andar, dos buitres dando vueltas encima mía (100% verídico) y el reloj marcando los 45º y subiendo. Vale, a estas alturas, y como estoy en medio de la nada y nadie me oye, lo digo… me he perdido. Lo cierto es que no estoy perdido, porque se donde está la carretera y, después de practicar el salto de valla con una bici hasta los topes y su remolque, vuelvo a pedalear sobre asfalto, un placer.

perdido en el desierto, Nevada, cicloturismo, aventura
Ups!!


Pero el placer dura poco, porque esta carretera lleva hasta la célebre I15, donde bycicles are not allowed. Llamémosle pálpito, pero no me siento con ganas de saltarme a la torera ese hermoso cartel y que un señor de los de la porra me ponga una multita o me llame la atención; así que me doy la vuelta hacia Saint George, a buscar refugio del sol, porque mañana tomaré el desvío que me recomendaron.


Mañana llega temprano. Concretamente doy la primera pedalada cuando el sol aun no se ha lavado la cara. Salgo de la ciudad ascendiendo continuamente, y me quedará un buen rato de ascenso, aunque aun no lo se. Dejo atrás las últimas urbanizaciones y entro de lleno en una zona montañosa siguiendo la antigua 91. Ahora las cuestas ya no se disimulan de ningún modo, parecen retarte. Pero se han equivocado de tipo. Yo voy a mi ritmo y me lo tomo con calma. David me pidió una foto con esos matojos que siempre rodaban frente a los duelistas que a las 12.00 desenfundarían sus pistolas en la calle principal de un pueblo largo tiempo olvidado. Y en esas ando, a ver si encuentro una bola ya formada.

desierto, pistolero, ciclista
uiuiuuuu nananaa


Así que, después de 3 horas de subir con calma, empiezo a bajar, también con calma, y es en esta bajada que llego, de nuevo, a Arizona. En mi bajada veo la I15, y parece que voy hacia ella. Esta carretera ha cruzado mi misma cadena montañosa pero un poco más hacia el este… seguro que me ha tocado el trabajo duro, cáspita.

Efectivamente llego a la I15 pero, siguiendo carreteras de servicio paralelas a esta, evito tener que entrar en ella.

Al final llego a Mesquite, Nevada, y tomo una habitación en un casino. Lo de los casinos en Nevada es un capítulo aparte pero en resumidas cuentas sería:
- Precios muy bajos en las habitaciones y comidas, actuando como gancho.
- Una vez en las salas de juego, no hay ningún indicio de la hora del día que es. Ventanas y relojes destacan por su ausencia.
- Derivado de lo anterior, no hay hora de cierre. Siempre hay crupieres para las mesas, siempre está abierto el restaurante.
- En los casinos está permitido fumar. En algunos de ellos se indican que hay zonas de no fumadores, pero el humo sigue flotando. Este es uno de los caballos de batalla de Adelson para Eurovegas.

A medio día salgo a comer a un McDonald´s que tengo a mano para tirar de wifi (cierto, no hay wifi en los casinos) y los Waldron me envían un mensaje diciéndome que vienen desde Las Vegas, así que un rato más tarde vuelvo a verlos, y esa alegría que me llevo. Por casualidad podría darse la circunstancia de que nos volviésemos a ver en San Diego, si yo tardase 6 semanas en llegar allí. Ya se verá. El caso es que el paseo de 300 metros de mi habitación hasta el Mc ha sido extenuante. No se que temperatura habrá, pero mi sensación es de 65º o más. Así que danzo hacia mi cuarto y a dormir, que esta noche será larga.



La regla general suele ser que, un ciclista puede circular por una interestal siempre que no haya una ruta alternativa disponible. Pero, ¿que es exactamente una ruta disponible? porque un rodeo de 50 km puede serlo. Es agarrarme a un clavo ardiendo, pero si me llegan a parar ese será mi clavo.

Son las 2 de la madrugada cuando me pongo a ello. Hasta destino, unos 140 km. ¿El objetivo? Evitar las horas centrales de sol. Conducir de noche es monótono y cansino cuando uno conduce un coche, y no cambia mucho cuando uno va en bici, así que aprovecho para escuchar algunos de los podcast que Toni me ha recomendado. Básicamente escucho todo lo que he podido descargarme de La aldea irreductible y La rosa de los vientos. Es agradable escuchar algo de historia y ciencia en estos momentos. La noche está cerrada y de vez en cuando me detengo a mirar las estrellas, al menos mientras el ocasional coche/camión no me deslumbra. Como era de esperar, circular por la I15, de noche, es muy cómodo. Es una muy buena carretera, con amplísimos arcenes, y como yo parezco un maldito árbol de navidad con tanta lucecita, voy muy seguro y cómodo.

Las horas pasan bajo mis ruedas y empiezo a sentir el picor del hambre, cuando una gasolinera aparece en lontananza. Es también en este momento cuando me noto más flojuno, me cuesta más de lo normal tirar de la bici, hasta que parte de la sangre que alimenta a mis piernas va hacia el cerebro y me eleva por sobre la estupidez de la ameba común. He pinchado. No me lo puedo creer. Pero no han sido las ruedas de la bici, si no la del remolque. Las Marathon Plus se mantienen invictas. Por suerte la gasolinera está al lado, así que llego hasta allí y hago las reparaciones oportunas, además de zamparme unas tortillas de órdago.

Sigo camino y la temperatura empieza a hacerse notar. Aunque aun falta mucho para que apriete.

Un coche se para delante mío, a unos 300 metros en el arcén. Ya está, una patrulla de la interestatal camuflada. Alguien se baja del coche pero está aun lejos para distinguirlo mientras me acerco lentamente para montar mi historia "verá señor agente, mire usté, yo es que soy cortito…" sacan algo del maletero, cilíndrico, de aproximadamente un metro de longitud y quizás 30 cm de diámetro y se lo hecha al hombro, ¡¿no ira a disparar?! Pues no, no va a disparar, más bien me están devolviendo mi tienda de campaña que se me cayó, vaya usté a saber como, de la bicicleta. Milgracias, de nada.

Supero la última cuesta y veo por primera vez Las Vegas. Concretamente destaca el Stratosphere en el skyline. Aun así, me faltan unos 30 km para llegar hasta allí. Dejo la I15 y tomo una carretera de servicio que, bajando, me lleva junto a una base aérea. Por encima mía, varias parejas de cazas hacen sus maniobras.

Al fondo... Las Vegas

Estoy seguro de que Las Vegas me enseñará su cara más glamurosa, más o menos, pero mi entrada no destila Coco Channel precisamente. Solares vacíos, puestos de comida por la calle, negocios de dudoso aspecto y mucha mugre. El típico sitio donde no querrías reparar una rueda a las 12 de la noche. Finalmente llego al Strip que, curiosamente, no está en Las Vegas. Oh, sorpresa!! Para ir a Las Vegas, en realidad tienes que ir a Paradise, que es un anexo a la ciudad. Me registro en el Excalibur, como no. Y aquí vamos a añadir un par de puntos a la lista del día de ayer:
- El precio de la habitación es barato. Pero no llega los impuestos, y tampoco te han dicho el cargo por el uso de internet y del teléfono que te harán: 15$/noche.
- Internet. Que no wifi. Y mi supermega ordenador no tiene entrada LAN, así que bajo a recepción y que esto son lentejas.

Al menos me han ayudado a meter la bici en la habitación. Y cuando he pedido el cambio de la misma por un ruido molesto del aire acondicionado han sido rápidos y eficientes. Muy bien, pero yo me voy a dormir que ha sido un día muy largo.

Gondolas? Pues será Venezia.


He medio perdido el ritmo del día y la noche. Y trato de terminar de perderlo. Intento alargar el sueño hasta la noche y salgo a ver la ciudad. Me pateo el Strip un par de veces, viendo la fauna que por aquí se mueve. Fauna de la que formo parte. Los grupos más numerosos son, somos: el turista, el fiestero y el zumbao.

El turista viene en un par de modos. Por un lado tenemos al recién llegado, mano en cámara y candidato a torticolis. Todo lo mira, todo lo ve. Cada casino, cada espectáculo, cada bombilla (menos las de los semáforos… estas a veces no las ven), absorbe y ordena en su mente tratando de decidir el orden de preferencias para lanzarse en la segunda noche. Y por otro lado, en contraposición al "recién llegado" tenemos al "casi que me voy", la gomina se le ha caído, tiene un faldón de la camisa por fuera del pantalón y arrastra un tanto los pies. La cámara que siempre se había mantenido por encima del hombro (Vamos Fulano, trabaja esos bíceps!) ahora cuelga inerte del cordón enrollado a su muñeca. Lanza miradas a los casinos conforme va pasando, casi como los perdonase por estar allí, o quizás maldiciéndolos porque aun le faltan un par de kilómetros para el descanso de la cama.

El fiestero rara vez está solo. Y, bueno, son iguales en todos lados. Se les identifica fácilmente por su continua necesidad de aceptación del resto del grupo. ¿qué uno ve una niña guapa? -¡¿tíos la habéis visto?!; ¿qué a alguien le apetece un perrito en un puesto en la calle? -¡¿tíos nos comemos unos perritos?! todo ello coronado, de forma no tan esporádica, con el asentimiento del grupo con la célebre expresión de -"uuueeeeehhhhhhh!!!. Lo dicho, igualitos en cualquier parte del globo, seguro.

Por último, y no menos importante, el zumbao. El cual, por desgracia, suele sufrir de algún tipo de dolencia mental. Sin embargo, lo que me llama la atención es que están muy bien repartidos. Casi parece una política municipal "ninguna calle sin su zumbao".

El Strip es la pesadilla de un minimalista. Eso está claro. No diré que no me gustó, para nada. En realidad todo tiene el suficiente buen gusto como para ser bonito de ver. El problema es lo sobrecargado. Así uno empieza, por ejemplo, en Excalibur, que es un castillo con sus almejas y tal (orcos, hay muchos orcos), y al cruzar la calle llega al New York, New York con su montaña rusa, enfrente el hotel de la Metro, y un poco más abajo el Hard Rock Café. Venecia, Paris, etc. Si eres capaz de aislarlos mentalmente, disfrutaras mucho más de este paseo.








De todos modos, si no apetece salir del hotel, puedes encontrar de todo. Gimnasio, piscina, 30 restaurantes distintos, peluquería, sala de masajes… lo que necesites con tal de que no abandones del hall de juegos.

Con eso del sueño cambiado, he pasado por el vestíbulo a las horas más intempestivas, y no diré que a las 05.00 estaba igual que a las 17.00… pero casi. Es una sensación extraña ver a la gente en las tragaperras como si no hubiese un mañana… y esa es otra, la temática de las tragaperras. He visto de El Señor de los Anillos, de Big Bang Theory, de Star Wars y Sexo en Nueva York sólo por mencionar algunos, y me sigo quedando con la duda: ¿cómo se adapta el argumento de cualquiera de estas temáticas a un negocio de echar moneditas y tirar de palancas?

Ah, se me olvidaba un par de cosas. Por un lado, aquellas chicas en bicicleta que vi con cuernos y aureolas en los cascos, no estaban de despedidas de soltera. Participaban en un carrera llamada "Saints to sinners" (de santos a pecadores) que va desde Salt Lake City, ciudad mormona por excelencia, hasta Las Vegas, ciudad del pecado por antonomasia. Eso son unas 500 millas non-stop. Osea, que tu paras cuando quieras pero que el resto hará lo que quiera… 500 millas, puff.

Por otro lado, me gustaría saber como llegaron a decidir que este es un buen sitio para poner una ciudad… en medio de un maldito desierto!!

lunes, 9 de septiembre de 2013

El Gran Cañón del Colorado



Contrariamente a lo que debería hacer, salgo tarde. Skype tiene esas cosas.

El camino comienza con una suave bajada que después cambia las tornas. Es tan suave la subida que de hecho a veces tengo la sensación de que sigo bajando, pero es el viento el que me impide avanzar con mayor velocidad.

Es curioso como en tan pocas millas puede cambiar tanto el paisaje. Atrás dejo Utah, que me ha mostrado una enorme variedad de entornos, y que se despide con colinas rojas, arcillosas. Por delante, Arizona, también roja, pero llana, desértica. El calor se empieza a hacer notar, a eso le sumamos la llanura informe y en leve subida, y la sensación de agobio no tarda en hacerse notar. Me encuentro más cansado de lo que debería, pero en realidad todo está en mi cabeza. No tengo sensación de avanzar, y además me cuesta más trabajo del que debería… lo graciosas que son las percepciones, y que me vengan a pillar desprevenido a estas alturas de la película… en fin.

Maemia que caló


Jeje. Ya van 6.000 km.

Lo bueno de las percepciones es que si uno se pone un poco cabezón, las acaba venciendo. Aunque claro, no hay que olvidar aquella frase que rezaba "ten cuidado con lo que desees vaya a ser que lo consigas". Pues lo consigo, se acaba el llano y empiezo a subir. Desde abajo no parecía gran cosa, pero lo cierto es que me cuesta bastante ascender. La parte positiva es que a medida que asciendo, el calor remite, y es que el cañón del colorado, en el anillo norte, marca una altitud de unos 2500 metros.

¿Anillo norte? Vale, estoy siendo un poco desordenado. El cañón del colorado recibe el nombre por el río Colorado, el cual seguramente da nombre también al estado pero, el Gran Cañón en sí se encuentra en Arizona. Si bien el GCC es uno, el mismo se divide en dos Parques Nacionales, Anillo Norte y Anillo Sur. La distancia entre ambos, a vuelo de pájaro, es de unas 13 millas, si bien el trayecto por carretera asciende a unas 240. También hay una ruta para hacer a pie de unas 40 millas (esa la dejo para otro día). El Anillo Norte tiene mayor altura que el sur, lo que hace que en invierno quede cubierto por la nieve y sea inaccesible. También la temperatura en el norte es más baja que en el sur inclusive en verano (lo que se agradece un rato). El anillo sur es mucho más visitado que el norte dado que cuenta con un mayor número de rutas para realizar, así que es relativamente sencillo acceder a él desde las principales ciudades de la zona, como Las Vegas.

Yo, como soy un romántico, enamorado de la soledad y los espacios abiertos, escogí el anillo norte. No tienen nada que ver esas 240 millas al solano en mitad del desierto… para nada.

¿Donde estaba? A sí, sufriendo. Pero sarna con gusto no pica. Y el caso es que el calor empieza a remitir. La vegetación empieza a hacer acto de presencia y comienzo a ver árboles, hasta convertirse en un bosque. Llego a la bifurcación en Jacob Lake que me hará abandonar la 89A para entrar en la 67. Pero aun faltan unos 70 kilómetros, y estoy derrotado. Así que hago una larga parada para comer algo y empiezo a darle vueltas al tema de dormir. No quiero acampar al raso en un Parque Nacional y no tengo muy claras las distancias hasta los campings, así que me acerco al punto de información y lo comento con la ranger que allí estaba. Me mira un momento con cara de "venga ya!!" y finalmente lo suelta -"Los últimos 20 kilómetros son Parque Nacional, pero hasta allí puedes acampar donde quieras, no tiene porque ser en un campground". Me choca un poco que un ranger me diga esto, por aquello de que se supone que el bosque estará mejor controlado si todos dormimos en los campings, pero donde manda patrón no manda marinero y a ello voy.

Con temperatura agradable, repuesto y con el estomago lleno, y mejor aún, sabiendo que puedo parar donde me venga en gana, el pedaleo es mucho más agradable. Además, vuelvo a estar en bosque, y eso no tiene precio… aunque lo cierto es que a poco que avanzo me doy cuenta de que buena parte del bosque ha ardido recientemente. Una pena.

Continuo ascendiendo y hago cima en 2700 metros, con lo que he ascendido unos 1300. Toy hecho un machote. A partir de aquí todo mejora. Voy en suave bajada, muy suave ya que realmente estoy en un altiplano, y además dejo atrás la zona incendiada. Los bosques vuelven a cerrarse, y cuando se abren lo hacen para dejar paso a pequeñas llanuras, con lo que estoy teniendo un nuevo problema que no había tenido hasta ahora: cualquier sitio es perfecto para acampar y no se cual elegir. Finalmente me decanto por la salida de un bosque que da paso a uno de estos "meadows". Paso de cenar, que todavía tengo la comida dando saltos, un poquito de lectura y a dormir.

Elige donde quieres dormir

Para despertarme, en el iPhone, suena una canción de Lindsey Stirling, Crystallize, que con suavidad me empieza a sacar del sueño y después me va dando un poco de energía. Un café para el ánimo, podríamos llamarlo. Sin embargo, creo que para el día de hoy debería, haber puesto la Primavera de Vivaldi, y aun a pesar de estar en agosto, pero la claridad del aire, los rayos entre los árboles, y la pradera iluminada ante mi… sí, Vivaldi encajaba mejor.

Desayuno de campeones y me pongo a ello con calma, disfrutando de las vistas. En el camino me cruzo con un buen número de cicloturistas. No paramos pero entre todos nos saludamos. Muy cívicos. Alcanzo el límite del parque, que me quedaba a unos 20 kilómetros más o menos y desde ahí otros 20 hasta el borde del precipicio.

Voy en bajada, mayormente, y la carretera está en buen estado. Además hay poco tráfico. En resumen, sigue siendo un buen día. Y finalmente me planto allí.

En torno al cañón, como suele ocurrir, hay un pequeño complejo turístico (en el anillo sur no será tan pequeño) compuesto por un centro de atención al turista, un hotel con habitaciones o cabañas, un campground, y media docena de tiendas, entre cafeterías y tiendas de regalos.



Tras esto, el Gran Cañón del Colorado. Las mejores vistas se obtienen desde un pequeño sendero llamado Angel´s point, o desde el propio hotel, el cual da acceso a un mirador. El paisaje es impresionante, y pone en valor el esfuerzo para llegar y volver en bicicleta. De hecho, creo que a partir de ahora lo tomaré como medida de la belleza de un sitio -"¿era bonito?, pues mira, yo iría en bicicleta si hiciese falta", si ya vas andando es que es la releche.

Sendero Angel´s Point

Me faltan palabras para describirlo. No las conozco. Podría decir profundo, pero me quedaría corto. ¿Abisal? quizás demasiado, pero no desencaminado. Hermoso, sin lugar a dudas. Vasto, obviamente. ¿Te deja sin aliento?, sin lugar a dudas. ¿El mejor sitio? Pues no, va a ser que no, pero esto ya es una opinión muy particular. De cualquier modo, cuando sea mayor, me gustaría volver y hacer el anillo sur y un viaje en helicóptero… ¿se podrá hacer en canoa? ¿Alguien se apunta? ¿Antonio, Jenn?

Me siento artista

Echo el día aquí, leyendo tranquilamente. Levantando la vista para beberme el entorno. He visto lo que hay que ver, pero quiero quedarme para ver el atardecer, y entonces me iré a dormir. Sin embargo me acerco antes a hacer unas compras a una milla del cañón, y es allí donde me doy cuenta de que la rueda vuelve a romperse como sucedió en el Yukón.

Arrrrrgh!!!

El mundo se me cae encima. Tras unos instantes de frustración comienzo a serenarme. Además ahora cuento con una débil conexión a internet, así que hago las búsquedas oportunas. La tienda más cercana está en Kanab, pero si eso falla tendré que llegar hasta Hurricane (127 millas). La última vez la rueda aguantó unos 270 km, así que debería llegar fácilmente, pero es viernes, y el domingo puede estar cerrada la tienda, así que debo llegar mañana, sábado, y por la mañana a poder ser. Pues nada, toca pedalear toda la noche. Me preparo y voy a salir pero, ¿cuando volveré al Gran Cañón? he esperado todo el día para hacer una foto al atardecer y me voy a ir, a una media hora de que se produzca sin hacerla.

Esto no es es el atardecer. Aún no.

Como es obvio, vuelvo al Cañón, aun con la frustración en la cabeza, e intento disfrutar del momento. Obviamente la foto es un churro. No dispongo ni de la técnica ni de la tecnología para recoger en unos cuantos megapixeles lo que ante mi se despliega. Por suerte si tengo retina, y memoria, y de ahí no se borrará nunca jamás.




Vuelta a la bici. Chaleco, luz frontal, luz trasera, calentando motores… y una ranger aparece, y pregunta que qué tal… y yo le cuento lo de siempre pero, no se porque, añado lo de la rueda. Y hete tu aquí que la señora viajó en sus años con su bici, y que mañana es su día libre y tiene que ir a comprar algo, o no, pero que me llevará. Y me da apuro, porque tiene un único día libre y lo va a emplear en ayudarme, pero acepto, por supuesto.

Al final quedamos en que me recogerá en una gasolinera que hay a las afueras del camping al día siguiente, así que me salgo del parque natural, con un gran alivio en la mente, y vuelvo a acampar en el bosque, para alivio de mi cuerpo.



Sobre las 08.00 llego a la gasolinera y comienzo a desayunar. Tienen wifi, y de eso me doy cuenta tarde, pero bueno.

Kathy llega unos minutos antes de las 09.00, cargamos la bici en la furgoneta, en un parrilla delantera y nos lanzamos hacia Kanab. Me da un poco de rabia el haber sufrido la cuesta de ayer y hoy no poder disfrutar de la bajada, pero son cosas que pasan.

En Kanab, la tienda es muy pequeña, y no cuentan con ruedas de calidad. No ya de 36 o 40 radios que era lo que estaba buscando. Así que nos dirigimos hacia Hurricane. Kathy está enamorada de este lugar, me va indicando las rutas que ha ido haciendo por la zona y no puedo más que asentir y sentir un poco de envidia y curiosidad por todo lo que me dejo atrás.

Pasamos por Colorado City, parte del pueblo en Arizona y parte en Utah, con una comunidad casi exclusivamente mormona. No me lo dice pero me queda bastante claro que no es muy creyente, aunque alaba la forma de construir que dicen tener las comunidades mormonas, con ciudades muy bien ordenadas, y arquitectónicamente coherentes. A mi me parece muy bien, pero eso es un geranio en un desierto… por bonito que sea el tiesto.

En Hurricane encontramos rápidamente la tienda y, por desgracia, no tienen ruedas de 36/40 radios, así que me tendré que apañar con una de 32. De cualquier modo, ya se cual es el problema, y no es el peso precisamente. Creo que fue cuando se me cayó la bici a la salida de Zión NP. Así que tengo que intentar encontrar una pata de cabra para el remolque, a ver si en Las Vegas tengo algo de suerte… con el remolque, no con los casinos.

Con Kathy, mi salvadora.

Nos despedimos y decido hacer día en Hurricane. Ciudad bonita donde las haya (sarcasmazo!!). A partir de aquí, en unos días debería entrar en Nevada y el calor se hará notar a base de bien.

Que emoción.


sábado, 7 de septiembre de 2013

Zion National Park


Nada realmente reseñable. Una jornada de tránsito antes de llegar a Zion National Park, en la que, por destacar algo, el calor ha tenido un cierto protagonismo, o al menos así lo he sentido yo. Por él, paré en Orderville a comerme un helado y como me ocurre de vez en cuando, cuando paro, más que reponer fuerzas lo que hago es terminar de desinflarme.


Justo frente al supermercado hay un pequeño hotel, con una pequeña piscina. Y por hoy ha sido todo amigos.


Como suele ocurrir cuando me quedo en un hotel o en casa de alguien, comienzo tarde el día. En cualquier caso, creo que la jornada de hoy será corta ya que Orderville, en la 89, prácticamente me deja en el acceso oriental al parque. Bueno, más concretamente a la carretera que da acceso al parque, porque desde la bifurcación hay unos 20 kilómetros más o menos, un detalle que tendrá su importancia más adelante… aunque aun no lo sepa.

Si bien comienzo la jornada bajando, tal y como terminé la del día anterior, cosa que es de agradecer, en cuanto abandono la 89 empiezo una continua subida. La zona en la que me hallo es un altiplano, estoy a unos 1600 metros de altura, y el paisaje es bastante desértico. Sin embargo, he escogido mal el adjetivo, altiplano, porque alto está, pero de plano no tiene nada. Donde no hay una pequeña colina, se abre un cañón. Pero de momento me toca la parte de las colinas. Así que me pongo a ello. Nada más empezar hay un cartel de aviso a camiones (prohibidos en el parque) y a RV´s (necesitan escolta si miden más de tantos metros). Nada, no llego a tantos metros, por largo que sea el trailer.

Me lo tomo con paciencia ya que, por mi modo de pedalear, para mí ahí está la clave de hacer kilómetros en subida. No hace mucho, un firme candidato a ignorante del mes, no tuvo otra cosa que decir: "son las marchas, claro, con suficientes marchas puedes ir a donde quieras", porque todo el mundo sabe que las marchas tienen poderes mágicos y pedalean solas… lo dicho, un potencial ganador.

Hago cima, y a poco de empezar a bajar empieza a ser evidente un nuevo cambio en el paisaje. Se diría que es incluso más desértico que lo que dejé atrás, donde el matorral era predominante, pero algún que otro árbol se dejaba ver. Sin embargo, este ambiente desértico parece más vivo, aun incluso con una flora bastante paupérrima y al final me doy cuenta. Es el propio cañón en el que he entrado, sus formaciones rocosas, arenisca principalmente, erosionadas por el viento durante eones, han creado suaves y caprichosas formas, suaves paredes que acompañan a la carretera. No hay más vida, soy yo el que se siente más vivo.

Que alguien mueva esa montaña que no llevo frenos!!!!

Y todo va genial hasta que llego al puesto de entrada al parque. Para acceder al mismo, un poco más adelante, hay dos túneles: el primero, corto, no tiene problema, pero el segundo, de una milla de longitud, no lo puedo cruzar en bici… amigo mío, le digo, eso lo tenías que advertir hace 20 kilómetros, cuando dejé la 89. Me dice que normalmente algún coche ayuda a los ciclistas cruzándoles el túnel… a ver que pasa.

Primer túnel

Es un chasco porque ahora voy pensando en el maldito túnel, y ya no disfruto tanto. Aunque al final me lo consigo quitar de la cabeza y vuelvo a pasármelo pipa. El parque ha tenido el acierto de utilizar un asfalto rojizo en la estrecha y revirada carretera que nos lleva hasta el mismo centro de Zion. Se amolda como un guante al entorno y, donde es posible, han creado pequeñas repisas para poder salir de la calzada ya sea para disfrutar, hacer un poco de senderismo o ceder el paso. No hay arcén, pero en general todo el mundo va muy lento, así que la conducción es muy agradable… eso sí, cada metro que bajo, el calor no hace más que subir.

Finalmente llego al dichoso túnel y, como esperaba, tengo un ranger que me da el alto y me informa de lo que ya estoy informado. No hay ruta alternativa, y si bien desde aquí no se aprecia, ya me quedará claro cuando llegue al otro lado. El túnel, además de una milla de largo, parece ser estrecho y carecer de iluminación, motivo por el cual no permiten bicicletas, pero no soy el primero en estar en esta situación, así que rápidamente el ranger se ofrece a intentar encontrarme una pick-up donde poner la bici, así que, al final, únicamente espero durante 5 minutos. Una familia tiene a bien ayudarme a cruzar el túnel y me dejan sano y salvo un poco más abajo del final de este (muy agradecido).

El cambio en el paisaje es brutal, y cuando miro el altímetro me doy cuenta que en esta milla he debido de perder unos cuantos metros de altitud, así que me he metido de lleno en un profundo valle y, aunque aun me queda por bajar, la altura y verticalidad de las paredes que me rodean le quitan a uno el hipo. El valle se extiende completamente ante mi, y la carretera baja serpenteante hasta su base, donde se bifurca siguiendo por un lado su curso natural hacia el oeste y por otro lado gira hacia el norte, aunque aun no puedo ver más allá de la entrada de ese valle. Estoy ansioso por llegar abajo, pero me tomo mi tiempo para disfrutar y tomar unas fotos.



Me pongo a ello (que fácil es ponerse a ello cuando es bajada) y en unos minutos estoy en la base del valle, de aquí hasta el centro de interpretación y los campground hay unos 4 km más o menos, pero en ese breve espacio de tiempo, mis locas ganas por ir a recorrer el parque han dado paso al sentido común. Estamos casi a 40 grados y se acerca la hora de comer… mejor me lo tomo con calma o me dará un golpe de calor, así que como algo, repongo agua en la mochila y botellines y me ocupo del campamento. Una vez lo tengo todo controlado me voy a hacer alguna ruta.

Me dirijo hacia los autobuses que recorren el parque de forma gratuita y tomo uno que me lleva a aquel valle del que antes pude ver solo la entrada. El trayecto es una pasada, y totalmente recomendable hacerlo en el bus ya que el conductor nos va contando cosas sobre los sitios por donde vamos pasando. Un detalle: se paró a mitra de recorrido porque había un pequeño grupo de ciervos y nos llamó la atención para que pudiésemos hacer fotos. Un diez para los conductores. Mientras tanto, ando peleándome con el pequeño periódico con información sobre el parque, intentando decidir que ruta hago. Hasta que leo una en la que se señala que "si sufres de miedo a las alturas, no es recomendable", y yo tengo vértigo… así que ya tenemos ganador. Jejeje.



Ups, esto está estrechándose.
La ruta es una pasada, y es conocida como el cañón perdido. Asciende abruptamente por un camino en la ladera del valle, dándote la impresión, en más de un momento, que el camino seguirá por la ladera totalmente vertical que tengo a unos 100 metros a mi izquierda. Canguelo activado. Pero no, asciende y cuando la cosa se puede poner peliaguda uno siempre puede echar mano a las cadenas ancladas a la roca. No obstante hay que andarse con ojo ya que el suelo está lleno de una suave arena blanca que seguro es muy resbaladiza en la bajada. Al final de esta ascensión, el camino se interna en lo que debe ser el cañón perdido. El terreno se nivela y efectivamente me encuentro en un cañón, el cual tendrá unos 4 metros de ancho por unos 60 metros de alto. Hay vegetación y rastros de agua; definitivamente no me gustaría estar aquí en una riada, más que nada porque si consigues salir del cañón con vida te espera una caída de 300 metros empujado por el agua. No obstante, las previsiones meteorológicas son más bien de "tevasahinchardesudar" así que tiro para adelante. Me ha alcanzado un grupo de 4 personas, con un asiático que parece hacer las funciones de guía aunque aquí no hay mucho sitio por donde perderse.

Tallado por agua y viento.

Poco a poco el terreno se va complicando, y en este caso no es por desnivel, si no porque hay que colarse entre piedras o trepar algunas de ellas. Finalmente me doy por satisfecho y me doy media vuelta que la bajada promete ser peor que la subida y así es. Mi vértigo hace acto de presencia y empiezo a arrugar la cadena de acero en los sitios complicados. Hace tiempo vi un pequeño corto de animación. Era un meteorito que entraba en la atmósfera y gritaba aterrado por la caída hasta que empezaba a atravesar nubes y, poco a poco, fue perdiendo el miedo a lo inevitable y a disfrutar del momento. Mi suerte es que mi vértigo es moderado, muy moderado, así que me tranquilizo un poco e incluso tomo algunas fotos.

Una vez abajo, estoy muy contento de haber escogido esta ruta. Ahora de vuelta al camping que mañana será otro día.


Vaya nochecita ventosa. Por un momento creí que salí volando, y peor aún, que salía volando en dirección contraria hacia donde tenía que ir.

Ya de mañana, el viento sigue soplando con fuerza, así que retraso la hora de partir. Mientras desayuno, repaso mapas y, aunque siguiendo al viento y yendo hacia abajo iría de forma muy directa hacia Las Vegas, he de tomar la dirección contraria, ya que si no, no iré al Gran Cañón.



Sin embargo, antes de ponerme propiamente en ruta, decido recorrer el valle que ayer hice con al autobús pero en su totalidad. Voy con calma, disfrutando del paisaje. Cuando viene un bus, me paro y cedo el paso, ya que tienen orden de no adelantar a ningún ciclista en marcha. Cuando veo alguna ruta corta la hago, aunque la primera de ellas, hacia las pozas turquesas, me deja más bien decepcionado. Charcas marrones tendría más sentido. Quizás sea por el verano. Sin embargo hay una pequeña caída de agua que, literalmente, riega el camino y a quien por él pasa, que resulta bonita. Fotico y al biciclo.

Que chorrazo...


Me está empezando a doler el cuello de mirar para arriba y ya me he tragado algún bicho de ir con la boca abierta. Con la luz de la mañana, no diré que gane en belleza, porque el atardecer fue precioso, pero si que se aprecian nuevos matices. Definitivamente es un sitio al que volver. No es posible compararlo con Jasper NP, hasta ahora el sitio más bonito que he visto, ya que es completamente distinto, pero pasar por aquí, y hacer una visita a Zion y Bryce Canyon es algo casi obligatorio.



Este "remoloneo" hace que cuando salga del valle, la intensidad del viento haya decrecido en mucho. Toca subir lo que tan alegremente bajé ayer, en dirección al túnel y lo cierto es que no es tan duro como lo había esperado. Esta vez me toca esperar un poco más junto al ranger para que alguien me cruce. En el país de la pick-up hoy nadie se la trajo. Al final, como siempre, alguien aparece y me cruza al otro lado. Sabiendo lo que aun me queda por subir estoy tentado de que me lleven un poco más arriba, pero ayer hice este tramo con la nube en la cabeza de como cruzar el túnel y hoy quiero hacerlo totalmente despejado. Y así, abandono el parque y me dirijo hacia la 89. Por el camino me tropezaré con un pareja de cicloturistas que van hacia Zion y les advierto sobre el túnel, no hay mucho que puedan hacer, pero bueno.

Ya en la 89 para a comer algo y la bicicleta se cae. Ups. No ha pasado nada, ¿verdad? Pues a seguir, que el día es joven y mis piernas fuertes… ¿o no? Porque aquí tengo una cuestecita, insulsa y aburrida como pocas, que dice que, chaval, vas a sudar, y efectivamente sudo. Y es que supero los 1800 metros de altitud. Como referencia, la meseta central de España, está a unos 600 metros, y Trévelez, uno de los pueblos más altos de España, está a algo menos de 1.500 metros.

Por suerte para mi, el final de etapa es de bajada, y los últimos 17 km, hasta Kanab, último pueblo de Utah antes de entrar a Arizona, son relajados. En Kanab, por 5$ más me cojo una cabaña en lugar de dormir en la tienda, ducha, colada y me trago un galón de Tampico (1% de zumo… vamos, te garantizan que en el momento de embotellado había una cesta de fruta a menos de 10 km). Un galón son casi 4 litros. Así que, si empleamos la lógica, si 4 litros entran, y únicamente salen 100 gramos por sudor, ¿que nos queda? Pues una larga noche de paseos al retrete, claro. Pero bueno, hay que rehidratarse, que mañana entraré en la árida Arizona.

El Gran Cañón del Colorado me espera.

jueves, 29 de agosto de 2013

Bryce Canyon



A veces el uso de la palabra inapelable debería estar casi prohibido. No han pasado ni 24 horas y vuelvo a salir por la mañana, temprano, a eso de las 7:30 pero por la mañana. No obstante, diré a mi favor que había dormido bastante mal, no había conseguido conciliar el sueño y que las previsiones del tiempo eran de baja de las temperaturas. Sólo quedaba que efectivamente así se diese, pero bueno esas fueron las circunstancias.

Respecto a la temperatura, parece que el comienzo del día no se decide a darme, o quitarme, la razón. Se mantiene en torno a los 24 grados cuando abandono Spanish Fork y me meto en el valle. No es muy alto, y tampoco es que sea muy bonito, pero un detalle me da una esperanza que no mucho más tarde se va por el retrete. Hay una via de ferrocarril, y esto debería significar que no habrá grandes desniveles, pero claro, se me olvidaba el detalle de que en este país se construyen túneles para los trenes pero muy excepcionalmente para los coches, así que me veo en una casi perpetua subida durante casi 60 kilómetros, pasando de valle a valle, siempre ascendiendo hasta llegar a Fairview.

Llego tarde, de eso me doy cuenta inmediatamente. Es un pueblo pequeño, incluso dentro del standard americano, pero veo mucha gente en la calle. Probablemente más del doble de la población habitual, y en las aceras hay montadas pequeñas gradas, de tres escalones, donde se han debido de acomodar. Ha debido haber algún desfile. Bueno, es la hora de comer y busco donde echarme algo al buche. He ganado unos 600 metros de altitud y estamos a unos 23º. Me sigue saliendo bien el día. Me como la hamburguesa de rigor y al preguntar por el postre me dicen que tienen un helado que se llama superman. Me hace gracia y me lo pido. El nombre le viene muy bien. Azul y rojo son los colores que predominan en el, y el sabor es… de otro planeta. Pero necesito azúcar y me lo termino.

Vamos a por más kilómetros. Aun no lo se, pero desde aquí hasta el final de etapa estaré perdiendo altura de forma casi constante, salvo algunas subidas de menor importancia. Estoy en el interior de un amplio valle agrícola y el paisaje no invita, por lo general, ni a la parada ni a la reflexión, así que le doy al pedal, ya que no hay nada mejor que hacer.

Cultivos por doquier

Me estoy acercando a Manti. Probablemente, si Roldan hubiese escogido este lugar para esconderse, no habría Capitan Can, ni Paesa capaz de encontrarlo. Pero a pesar tratarse de un pueblo más, tiene una peculiaridad que araña la monotonía del anodino paisaje. Desde la distancia, una mancha de blanco impoluto. Desde un poco más de cerca, una torre, y junto a él, un templo, que tiene, en este lugar, tanto sentido como dos pistolas en un cura. Pero también hubo curas guerreros, y estamos en tierra mormona, así que aquí tenemos este pedazo de edificio, para nada feo, que domina la llanura.

Templo mormón de Manti

Cuando se van acercando las 20.00 estoy en mitad de ninguna parte, solo que con ganas de seguir, así que dejo que la noche se eche sobre mi y continuo. La carretera es solitaria, y sólo de tarde en tarde pasa algún coche. No se que pensarán al ver, en plena noche, a un tipo con un carrito pedaleando.

Una laguna. Una sorpresa en el camino

Hay luna. Sangrienta. Entiendo que en momentos así los antiguos se pusiesen un pelín nerviosos. Por mi parte la saludo con alegría. No se cuanto tiempo más estaré en la carretera, pero su luz me vendrá bien.

El destino ya está en mi cabeza. De nuevo se produce una pequeña coincidencia. Salina es el último pueblo donde podré seguir la 89 con tranquilidad ya que parece que se vuelve a unir a una interestatal, y además calculo que cuando llegue allí, habré hecho 100 millas. Me gustan los números redondos.

Son casi las 23.00 cuando llego a destino y tomo una habitación en cuyo favor sólo se puede decir que tiene una cama. Compro unas colas de una máquina y una vez duchado y rehidratado no puedo más que darme una palmadita en la espalda y echarme a dormir, que hoy me lo he ganado.



Aprovecho al máximo la cama. Y cuando me levanto lo hago con un hambre atroz ya que ayer no cené, así que me planto en una cafetería que no queda a más de 100 metros y me calzo un desayuno… desayuno.

El equipo A utilizó este bus

Así que, entre pitos y flautas, me pongo en marcha tarde, a las 11.30. Tengo el cuerpo resentido de las horas de ayer en la bici, así que me parece que hoy haré una tirada corta, y así es. Un día sin pena ni gloria, desde luego sin gloria, en el que termino en Richfield, que cuenta con su Mc Donald con su wifi e incluso un Walmart. Tomo posesión de una plaza en un KOA (Kampground Of America… sí, aquí son también muy alternativos sustituyendo C por K… "que duros somos, corrompemos la ortografía") y me paso el día leyendo, estirando y mojando mi escultural culo en la minipiscina.

Mañana será otro día.






Según el plan minuciosamente tramado ayer me he levantado a las 04.00 y finalmente me he puesto en marcha a las 04.40.

Mira mamá, vengo del infinito!!

He tenido que hacer varias paradas ya que la 89 que hasta ahora tan bien me había traído, se unía a la I70, la cual quería evitar. Por suerte, la antigua 89 circulaba paralela a la I70 hasta Sevier, donde se separaba de esta para internarse en un cañón. Más correcto sería decir que el carril bici que había estado siguiendo desde hacía unas 5 millas se internaba en el cañón. Al poco de salir del mismo llegué a Marysvile, donde por fin pude desayunar unas tostadas a la francesa y un café. Desde aquí, donde ya llevaba unas 30 millas, he hecho otras 20 más hasta Circleville, donde he decidido plantar el huevo. Y ¿por que aquí? básicamente por dos motivos: el siguiente pueblo está a unas 30 millas, y por lo que veo la mayor parte de los campos están vallados, con lo que hacer noche es más complicado; no quería circular bajo el calor y mañana quería levantarme temprano, otra vez a las 04.00.

Esquí acuático estaban haciendo aquí

El camping no está mal del todo, e incluso tiene wifi. Así que queda adjudicado. 

Consigo hablar con Carmen y así también retraso la hora de bajar a comer. Pizza. Una buena ración. Ahora ya no será necesario cenar. Si acaso un helado… ya veré.

La tienda de comestibles está al lado del restaurante y me acerco a comprar un batido para mañana, pero al salir a la calle me cruzo con dos ciclistas que van hacia el sur. Esto no es lo raro, si no que ambas llevan, en el casco, unos pequeños cuernos rojos con lentejuelas ¿una despedida de soltera? No puede ser. Pues va a ser que sí, porque al salir de la tienda con el último batido de chocolate del mundo (a decir del precio) me adelanta otra ciclista, esta vez sin cuernos. Lleva una aureola. Estos americanos están muy locos.

Se me olvidaba. Me he cruzado con otro cicloturista, pero este en entrenamiento. Nunca ha hecho un gran viaje, así que está entrenando para la transam, por los estados del sur en invierno, aunque primero bajará desde Oregon hasta California para ver a sus hijas… con dos cojones el abuelo!!

Finalmente, mi previsión de tarde calurosa fracasa estrepitosamente. Lluvia, fuerte, toda la tarde, al menos en el camping hay una zona techada desde donde puedo escribir y leer.



El despertador vuelve a sonar a las 04.00. Entre que desayuno y recojo el campamento estoy en marcha sobre las 5.15. Hace fresquiviri, pero no se está a disgusto. Además, el chaleco reflectante abriga un montón. Sí, señor.

El terreno es suave. Tanto para la subida como para la bajada. El tráfico prácticamente nulo, y el paisaje tampoco dice mucho, aunque ahora que lo pienso, llevo un par de días que todo esta más árido, ya no domina el verde o el amarillo de los cultivos, si no más bien un color parduzco, más propio de terrenos arcillosos (habló el geólogo).

De cualquier modo, me planto en Panguitch y desayuno algo, y aunque tengo comida compro, una vez más, el último pan de molde del mundo (a decir del precio); hoy llegaré a Bryce Canyon National Park, y allí no espero encontrar muchas tiendas.

La temperatura no ha subido mucho, y el cielo se mantiene encapotado. Ya doy por hecho que la altura que he venido ganando va a mantener el clima fresco, así que creo que puedo empezar a despreocuparme por las temperaturas. En cualquier caso, aunque hubiese invertido exitosamente mi ritmo de sueño, hubiese tenido que revertirlo para visitar los Parques Nacionales, y es que, a oscuras pierden mucho.



Salgo de aqueste lugar y me dirijo hacia el parque nacional. Tomo el desvío, dejando atrás un par de negocios y comienzo una ascensión bastante malintencionada, si bien, unos 8 km más adelante, y al entrar en el Bosque Nacional de Red Canyon, vuelve a suceder lo de siempre. El paisaje es tan absorbente que uno se olvida de la pendiente. Sin embargo no avanzo mucho. Me acerco al centro de visitantes y me indican que el parque, como tal, está a unas 15 millas, y que los campgrounds están llenos, así que me quedo en el bosque nacional, con la intención de pasearme un rato por aquí, y ya mañana subir hasta el PN.

Cojo plaza en el campground, monto la tienda, y cuando voy a darme el paseo. Una cortina de agua apaga el mundo. Así que me paso el resto de la tarde refunfuñando y leyendo dentro de la tienda. Parece que va para largo y me voy a olvidar del paseo.





Como el calor no será un problema me doy el lujo de levantarme tarde. Lo que quiere decir que empiezo a las 09.40 a pedalear. Red Canyon es espectacular, una suave pendiente, por un carril bici totalmente separado de la carretera me va alzando, entre columnas de piedra, talladas por viento, hielo y agua hasta un altiplano. Subir, con este paisaje, no es esfuerzo, y paro una y otra vez para hacer alguna foto. Como siempre, lo que capto no es ni por asomo, una sombra de lo que veo.

Salgo al altiplano y parece que he cambiado de mundo. Una basta llanura se extiende ante mi, cercada por picos que a lo lejos parecen contener una marea de nubes. Lo malo es que la contienen dentro, no fuera.

Llego a una gasolinera y busco algo para echarme al estómago, pero los propios dueños me recomiendan un bar a escaso medio kilómetro. Así que me encamino para allá, si bien antes, a la salida, una señora que estaba de paseo con sus hijas en bicicleta me pregunta por el camino y ya después por la ruta. Tras un rato de charla me pregunta si soy alemán… por el acento. Pues vaya, no. Español.

Lo gracioso es que al entrar en el bar veo que un hombre, que está desayunando con su familia se me queda mirando en varias ocasiones. No le doy más importancia pero se ve que él si. Llegado un momento, se acerca a mi y me pregunta si soy holandés. Al parecer me parezco a alguien que conoce o algo así. Será mi depurado acento bávaro, producto de años de estudio de lenguas germánicas (modo ironía: ON).

¿Aquello de comprar pan en Panguitch porque en Bryce Canyon no habría tiendas? Correcto, pero dos millas antes de entrar hay un maldito pueblo entero. Menos mal que no me gano la vida haciendo predicciones.

Ya en el parque me acerco al centro de visitantes y le pregunto a uno de los rangers que rutas me recomendaría hacer. Me señala un par de ellas, pero me advierte que por la tarde suele haber lluvias y tormentas de relámpagos (no me digas, mi tienda sigue mojada de la de ayer). Dejo la bici amarrada, me pongo los patucos de andar y espero al autobús (gratuito) que me llevará a los puntos que me ha señalado el ranger.





Impresonante. Pendientes imposibles talladas en la arcilla que te adentran en un mar de columnas. Estrechos corredores que se alzan hasta tocarse en el cielo. Arboles de formar imposibles: rectos como varas, torcidos como… algo muy torcido. Compararlo con cualquier otro lugar de los que haya estado pierde todo su sentido. Es como comparar acantilados con marionetas. Sigo el trazado, que en algunos puntos está un poco impracticable por el fango, así que voy poniendo perdidas las zapatillas, cosa que no me preocupa en absoluto. En algún momento me cruzo con excursiones al caballo, y aunque estoy convencido de que es más probable que sea yo el que tropiece y caiga, por nada me subiría a una grupa para andar por esos estrechos caminos. A pesar de que ocasionalmente chispea, el aguacero me respeta. Un alivio.





Finalmente vuelvo a por la bici. Bryce Canyon me ha enseñado lo que tenía que ver, y aunque uno puede echar aquí una semana haciendo rutas, me he dado cuenta de que, sobrecargar la retina, la insensibiliza y aun me queda por ver Zion. Así que me dejo caer de nuevo por Red Canyon Forest, esta vez con la cámara de video en la caboza y antes de llegar al cruce con la 89, planto campamento y dejo que mis sueños vaguen por los pasillos de Bryce Canyon una vez más.

Un tio feliz




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