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domingo, 9 de junio de 2013

Primer mes. Recapitulemos.

Si tuviese que mesurar este primer mes podría quedarme en el dato crudo y tendría que: he recorrido 1.897 km, de los cuales 42 fueron empujando la bici. Que he salido a pedalear 27 días en el último mes, unas 137 horas en total, más o menos 5 horas al día, con alguno que llegó a las 8 horas. Que subiendo y bajando, pero volviendo a subir, he acumulado cerca de 14 mil metros en ascenso, y aun así sigo con los pies en el suelo; y que quiera o no, algo de peso he perdido, porque he gastado unas 70.000 calorías.

He dormido en el bosque, en campground, en warmshower, albergues y lodge. He comido sabrosas hamburguesas y otras que de no ser por el hambre del ciclista ni se me hubiese ocurrido. Otros días, directamente, no he comido o no he cenado, todo dependía del momento.

Me he quemado con el sol, mojado con la lluvia y helado con la nieve. Me he alegrado de recibir el viento en la espalda y lo he maldecido al dificultar mi camino.

He visto ardillas, conejos, águilas calvas, halcones, caballos, osos grizzly, osos negros con sus crías, bisontes, caribues y algún moose.

Me he levantado ansioso por continuar, y otros días bastante perezoso; al igual que a veces no veía la hora de parar o me faltaba camino por recorrer.

Se me ha roto la bici y me he desesperado. Se me ha vuelto a romper y me he calmado.

Pero en ningún momento he querido estar de vuelta, aunque en cada instante me hubiese encantado que  estuvieseis aquí, compartiendo conmigo todos estos momentos que han ido llenando y construyendo mi día a día. A día de hoy, me resulta tan imposible como el primer día el saber decir si llegaré a completar el año, o si dentro de unas semanas decidiré que quiero volver. Hace tiempo que eso no lo considero ningún tipo de derrota, menos aun sabiendo que estaréis ahí, como siempre, ¿quién podría sentirse vencido con tan buena compañía?

He ganado en el camino a un amigo, que mucho me ha enseñado, y también he ganado la confianza en mi mismo para continuar por un tiempo sólo para seguir moldeándome. Me ha sorprendido (infeliz de mi) la bondad de la que puede hacer gala el ser humano; creo que vuelvo a recuperar la fe en él, poco a poco. Cómo en incontables ocasiones, sin que haya si quiera que pedir ayuda, esta es ofrecida desinteresadamente. A veces esta llega simplemente con un aviso de un posible peligro un par de kilómetros más adelante, o un simple saludo al cruzarte con un camionero.

Y sobre todo, he podido sentir el viento en la cara, la respiración agitada y las piernas ardiendo, la incertidumbre de donde dormiré, y la plenitud de saber que eso, ya nunca más, será una preocupación.

sábado, 8 de junio de 2013

May the wind be with you / Que el viento te acompañe

La mañana está fresca, pero hemos repuesto todas las fuerzas y la mentalidad positiva que se nos podía haber desgastado en el camino, así que despidiéndonos de Mira y las niñas nos lanzamos a la carretera. En este último día la hemos recorrido varias veces en su tramo hasta Teslin, así que más o menos tenemos controlados los primeros 27 km, pero lo cierto es que no hay mucho que controlar, el terreno es el mismo suave sube-baja que nos trajo hasta aquí, mientras bordeamos el río Yukón que en esta parte se ensancha hasta un kilómetro y da la sensación de ser un lago.

Rio Yukón

Llegamos a Teslin y tras cruzar el puente sobre el río homónimo, tributario del Yukón, comenzamos a ganarnos el pan con una subida dura que casi nos pilla por sorpresa. La sorpresa, sin embargo, llegó ya en la cima, mientras perdíamos un poco de altura suavemente, al romperse un radio de la rueda trasera de la bici de Tomás. Por desgracia es un radio del lado de los piñones y hay que desmontarlo, pero nos falta una llave inglesa grande y Tomás no está por la labor de pedirla, así que suelta el freno de atrás a la voz de "si con la rueda de atrás no se frena!!" (diantres, llevo haciéndolo mal toda la vida) y seguimos camino. Por zonas el firme que nunca es del todo bueno se torna en pista forestal, y a veces peor, pero tenemos un aliado que nos empuja para que no desfallezcamos ni en el llano ni en las subidas que jalonan el camino: el viento. El increíble lo que un poco de aire con la dirección adecuada puede llegar a hacer. Tanto es así que cargados hasta las cejas somos capaces de mantener una velocidad media de 15 km/hora y sufriendo en silencio el sillín durante 8 horitas nos plantamos en los 121 km, entrando por primera vez en la British Columbia. Acampamos junto a un rio, pero retirados por si se diese alguna subida y para nuestro regocijo alguien ha dejado preparado un "chisme" para poder colgar la comida fuera del alcance de los osos. Un campista novato (servidor!!) simplemente elegiría una rama bien elevada y alzaría la comida con una cuerda, pero eso, sin ser malo ya que recordemos que lo primero y más importante es que la comida no esté con nosotros, tiene una efectividad limitada, ya que el oso negro es un buen escalador; así que el invento que habíamos estado haciendo los últimos días consistía en cruzar una cuerda entre dos árboles a unos 4 metros mínimo del suelo para más tarde alzar la comida con otra cuerda (los 4 metros mínimo es por lo que puedan flexar los árboles o la propia cuerda); pero esta vez alguien había montado una estructura cruzando un tronco entre otros dos a unos 3,5 metros, con lo cual nos ahorramos todo el jaleo. Todo el jaleo puede llevarte una horita, así que no es moco de pavo después de 8 horas sobre la bici.

Una de rápidos y cascadas
Al día siguiente nos dimos otro buen tute. 115 km que nos sacan de la British Columbia para devolvernos al Yukón, casi lo había añorado. Casi. Comenzamos ganando altura hasta el km 35 más o menos, donde empezamos a silbar. Disfrutamos de la cuesta abajo que nos llevará prácticamente durante el resto de la etapa, y cuando toca pedalear, el viento viene a echarnos una mano. Casi parece Verano Azul. Los kilómetros vuelan bajo nuestros pies y vamos llegando al final de la jornada, que por un momento pensamos hacer en un Campground, pero la verdad es que estas instalaciones, por lo general, no aportan nada a quien llega con una tienda. Están diseñadas para las RV, los vehículos recreaciones, nuestras caravanas, pero en este caso al menos podemos tomar agua y evitamos tener que andar purificándola. Así que, de nuevo al carril y bajando hacia un arroyo vemos el que será nuestro lugar para acampar. Está cerca del rio, así que me acerco para hacer una ligera colada, que se secará durante la noche. El menú para la cena consiste en arroz al que le añadiremos una lata de chile con carne que arrastraba desde Anchorage.

Ya he decidido que iré por la Alaska Highway, así que al día siguiente, y espero que sólo temporalmente, nuestros caminos se separarán. Con un poco de suerte coincidiremos en Jasper o en Banff. Tomás me ha enseñado un montón de cosas, y tengo muy claro que en esta separación yo soy el que más pierdo, pero a pesar de no tener planes en mi cabeza quiero reservarme la posibilidad de bajar hasta Edmonton y Calgary. Así que a la mañana siguiente, y después de escasos 33 km llegamos al desvio; abrazos, deseos de buena suerte y números de teléfono son el paso previo a la separación. Lo último que nos deseamos es disfrutar del camino, cuidado con los osos y viento en el cogote. Espero que le vaya bien y que nos volvamos a encontrar.
No es un adiós, es un hasta luego.

Continúo ya en solitario hacia Watson Lake, me quedan escasos 26 km, así que hoy será una jornada corta. Con lo que no contaba era con la fuerte subida que había antes de llegar al pueblo y mucho menos con cruzarme con un oso negro, casi en la cima y para colmo con dos crías. Pero aunque no soy Daniel Boone he ganado la suficiente presencia de ánimo para no hacer el cretino sacando la cámara. Me bajo tranquilamente de la bici, y con naturalidad me doy la vuelta para bajar por donde he venido, la cuesta es pronunciada y el oso no podrá alcanzarme… claro que la cuesta es pronunciada y no me apetece sufrirla de nuevo, así que con las mismas hago que la media vuelta se convierta en vuelta entera. Pongo la pata de cabra y me dirijo hacia el oso haciendo aspavientos y dando gritos… no, no me he vuelto loco ni he sufrido un ataque de valor repentino, en realidad los gritos iban destinados tanto para el oso como para la furgoneta que veía aproximarse, el conductor vio también al oso y lo espantó con el claxon. Y yo más feliz que una perdiz.

Bosque de señales, lo llaman.
En Watson Lake me voy a quedar en casa de Susan y Barry Drury, una pareja que colabora con Warmshowers, pero es temprano y me habían advertido de que no estarían en casa hasta las 16.30, así que aprovecho para acercarme al centro de información al visitante que está situada junto a un curioso (y bastante feo) parque de placas. Me indican donde viven los Drury y donde puedo comer algo mientras tanto; de entre las opciones me decanto por Bee Jay, parada de camioneros, valor seguro vayas a donde vayas… salvo que pidas la hamburguesa con bocas de mar y queso chedar fundido; porque tenía el hambre de un ciclista, que si no. De ahí a la biblioteca, donde me darán un pase de una hora para usar internet, pero antes de eso, el momento absurdo del día. Aparco mi bici junto a la puerta y cuando me doy la vuelta un nativo americano (decir indio al parecer es racista, así que nativo americano o primera nación, con dos cojones) se me acerca con paso tembloroso y mirada vidriosa:
Nativo 1- que mochila más chula -
Sufridor - sí, bueno, es para la bici, así puedo beber agua-
Nativo 1 - ¿agua?
El sufridor deja pasar el comentario del agua porque ve a otros dos nativos que si no se caen al suelo es porque van chocando entre ellos. Nativo 1 hace las presentaciones y es quien lleva la voz cantante, los otros casi no pueden hablar y así en cuestión de 5 minutos me invitan a emborracharme con ellos, a fumar un poco y  vente con nosotros que te voy a enseñar donde están las tías buenas aquí, por ese orden. Un martes a las 3 de la tarde, un poco temprano para ir tan perjudicado, pero a mi ya sólo me preocupa poder usar internet y que a mi bici no le pase nada, así que me toca quedarme aguantándole las chorradas, que salvo por el idioma son las mismas de todas las culturas, aunque por suerte para mi me pude saltar la parte de pero yo a ti te quiero un montón. Se ve que se cansaron de mi austero comportamiento y por fin decidieron plegar velar y llevar el barco a otro puerto, supongo que a buscar esas tias buenas (pobrecitas).

Ya casi es la hora y me voy hacia la casa de los Drury. Son una pareja muy agradable que me abre las puertas de su hogar dándome total libertad para hacer o deshacer, respetando totalmente mi intimidad. Desde aquí, mil gracias. Coincido en la casa con dos hermanas de Washinton (el estado, no la capital) aunque no tengo muy claro que están haciendo allí, pero parece que llevan ya allí algún tiempo, tal es así que me cuentan que esperaban poder conocer a la gente del pueblo en el pub del pueblo (un sitio tan bueno como cualquier otro, pero ¿porque no queremos conocer a gente en las bibliotecas?) y cual no fue su decepción al ver que el mismo había sido cerrado por las peleas que se ocasionaban. Contexto, estamos hablando de un pueblo de 1500 habitantes, si es que llegan. Peleas. Realmente me cuesta procesarlo, pero poco a poco voy atando cabos y aunque aun es precipitado sacar conclusiones creo que me voy haciendo una idea del papel de la minoría oprimida.

Los Drury me preguntan cuanto tiempo me voy a quedar pero sólo estaré una noche, ya he perdido algo de tiempo, y se que Tomás hará 100 km/día si puede. Así que a la mañana siguiente me despido de todos y me vuelvo a poner en marcha. Me separan unos 216 km del Liard River Campground que como recompensa a disfrutar del camino parece tener unas aguas termales estupendas. Como en los días anteriores vuelvo a tener el viento a favor, así que la marcha es alegre, pero esta vez, y sobre todo una vez entro en la Columbia Británica, la carretera me muestra señales de bisontes. Este era uno de los motivos para haber elegido esta ruta, ya que son más fáciles de ver en la Alaska Highway, y también por evitar a los osos, que merodean más por la Cassiar. Pues espero que se hayan equivocado con eso, porque bisontes (aquí los llaman más veces búfalos que bisontes) he visto un montón, pero osos negros dejé de contarlos cuando llevaba 15 en un día. Además, los muy jodios me esperan o bien justo al final de una subida o en la parte baja de estos interminables toboganes, donde mi velocidad alcanza tristemente los 13km/h como mucho. Menos mal que todo se queda en el cachondeo que habrá entre la comunidad osezna. Los primeros 100 km son fáciles, pero van mermando las energías, y es al llegar a los 3 dígitos cuando cambio de dirección y el viento que tanto me había ayudado se vuelve en mi contra. Se que cada km que haga será uno menos para mañana, así que me fuerzo a sacar 16 más, y así mañana sólo serán 100. Busco un sitio para dormir, y esta vez sólo en la BC concilio el sueño.

Cuando te miran así... se te olvida que son vegetarianos

Este no es negro, este es un grizzly
Un nuevo día amanece y ningún oso negro ha escalado a mi árbol. Tampoco ha atravesado nadie las defensas que me había montado a bases de troncos de árboles y ramas en torno a la tienda. Lo dicho, los osos se lo tienen que estar pasando pipa conmigo. Desayuno me tradicional sandwich de mantequilla de cacahuete y volvemos a la calzada, pero la suerte está de mi lado, ya que parece que ayer terminé el tramo penoso justo en la curva donde me acosté, así que el viento vuelve a ser mi aliado. La ventaja de ir sólo es que marcas tu propio ritmo, y yo soy bastante perezoso. Cualquier excusa es buena para echar el pie a tierra y sacar una foto o comer algo. Así que las paradas son abundantes, pero aún así el camino sigue fluyendo, y me encuentro bien, muy bien, tanto que me desvío 4 km para ver unas cascadas bastante graciosas.

Finalmente consigo llegar hasta el Liard River Campground. Pero esto no tiene nada que ver con los otros en los que he estado, para empezar, de los 12-15$ pasamos a 21$, supongo que por las aguas termales, y no me había tropezado con ninguno tan cargado de RV´s, casi parece una feria de la caravana, y se han traído el repertorio completo. Uno de ellos llevaba una Harley Davidson de tres ruedas dentro de la caravana (y es que Diox le da pan a quien no tiene dientes… o a quien se los saltaron) y el todoterreno remolcado detrás. Yo pongo mi humilde tienda en el suelo y confirmo que ahí va a clavar una piqueta quien yo te diga. Así que a montar el tinglado con cuerdas y a rezar para que no llueva (cosa que no ocurre). Pero yo he venido aquí a hablar de mi libro, así que de cabeza a las termas. Un pasillo de madera muy coqueto, de unos 500 metros te llevan hasta ellas. Esperaba algo más rústico, pero la verdad es que me han gustado mucho. El agua está caliente, a unos 40 grados por donde yo me metí, pero en los extremos oscila entre 60 y 30 depende hacia donde vayas. En el extremo más caliente han hecho un muro de piedrecitas a base de tiempo y valientes que no temían al valor. Yo soy muy cobarde y paso de mover piedrecitas. El tiempo máximo recomendado es de 20 minutos pero este es un sitio de paso, y las preguntas más repetidas son ¿de donde vienes?¿a donde vas?¿de donde eres? Así que durante un rato me convierto en el centro de atención, lástima que el bar estuviese cerrado, creo que me podría haber sacado un par de coca-colas por la gorra, jejeje. Y como quien no quiere la cosa casi son las 22.00 y llevamos todos allí más de 2 horas; el que más y el que menos se ha mirado las manos alguna que otra vez con gesto de preocupación, esto está mu arrugao, y como siempre cae el comentario sobre lo que no se debe arrugar nunca. La compañía es agradable pero va tocando volver a la tienda, que mañana hay que arrancar de nuevo.
El reposo del guerrero

 Y para empezar el día, el desayuno de los campeones. Pero ni aún así las tengo todas conmigo, voy a meterme en un parque provincial y ahí no puedes/debes acampar a tu buen parecer, así que las opciones son un Campground junto al Muncho Lake o zumbarme otros 116 km hasta el siguiente campground. Pero no tardo más de 15 km en darme cuenta de que hoy no será un día de largas distancias. El viento por fin ha girado, comienza a llover y me toca subir 680 métricos con los correspondientes sustos de osos y bisontes. Para colmo la rodilla derecha, levemente, empieza a protestar, así que uso relaciones más cómodas aunque me obliguen a dar más pedales. Y de remate llego a Muncho Lake; y es que si tenía que parar en algún sitio tenía que ser aquí. ¿O no lo creéis así?
Muncho significa "Gran Lago" en el lenguaje Kaska

Detalle de Muncho Lake
Pd. Casi se me olvida. En Watson Lake, el representante que tienen para el parlamento nacional, se planta todos los miércoles en la biblioteca, donde tiene un despacho, para atender a la gente ¿tenemos algo así nosotros?
Pd2. El amiguete Guillermo se toma unos días para darse una vueltecilla por nuestra geografía más cercana. Echadle un vistazo al blog que tiene bastante más gracia que yo con esto de las letras.

miércoles, 5 de junio de 2013

Mi día con los Gutenberg

Había pensado titular esta entrada como "my redneck day" pero probablemente no sería lo más adecuado. Primeramente porque redneck sigue teniendo ese aire peyorativo que en modo alguno podría ni querría aplicar a quien tan amablemente me ha acogido; en segundo lugar porque servidor ya traía el cuello rojo de sus días de bicicleta; y tercero porque con la mañana de lluvia que hemos tenido era complicado que se nos hubiese tostado el cuello.
 
Pero antes de seguir, ¿que es un redneck? Bien, como siempre, recomiendo que hagáis vuestra propia indagación (recordad que Google es vuestro amigo) y saquéis vuestras conclusiones porque básicamente me lo voy a inventar. Tradicionalmente los redneck han sido los campesinos del centro americano, granero de ese extenso país, los cuales tras su dura jornada en el campo, volvían con el cuello tostado por el sol. Son la esencia del country y no me refiero al manido Coyote Dax; elevados a mito/caricatura son Cletus de los Simpsons. Si bien la etiqueta, como decía antes, tiene ese toque peyorativo, cada vez más, y sobre todo desde dentro del propio colectivo, la están usando como un estilo de vida a defender. Traduciendo libremente lo que leí en la parte trasera de una pick-up: "lo que yo cultivo en el campo tú te lo comes en la ciudad".

Amaneció en villa Gutenberg y llovía. Levemente, pero llovía. Y para que negarlo, estábamos tan a gusto allí que fue una excusa perfecta para el ofrecimiento que nos hicieron durante el desayuno para quedarnos un día más, hasta que el tiempo mejore.
- Encantados pero, ¿podemos ayudarles en algo? - dijimos.

A por ellos que son pocos y cobardes
Y claro que había. En una casa de campo siempre hay algo para hacer. Para empezar había que meter un depósito de unos 5000 litros de combustible en un remolque. Así que empezamos a desmontar la caseta que le habían hecho y que estaba más ceñida que unos legins a una choni. La intención era desmontar uno de los laterales, pero visto que no terminaba de salir el depósito, y al grito de -la destrucción es más rápida- André, el cabeza de familia, empotró el torito contra el cobertizo. Aún nos tocó sudar un buen rato para conseguir meter el depósito en su sitio, pero a última hora de la mañana ya lo habíamos conseguido.

Torrando nubes en los rescoldos.

Tomamos la merecida comida, sopa de pollo del día anterior (seguía deliciosa) y barbacoa para más señas. Agua para regarlo. Y a zanganear un rato. Pero entonces llegó Mari, que había ido al súper (a 150km) y la ayudamos con la compra, y de ahí pues a ver si podemos partir un árbol que estaba caído y a llevar la madera a la leñera, pero otra parte hasta un montón que había en el terreno. Y así echamos la tarde, madera para arriba y para abajo. Con la madera que habíamos apilado hicimos una hoguera, una señora hoguera, y como toda hoguera que se precie, terminamos con la célebre escena de campamento quemando marshmallows. Y yo que no le veía sentido, y ahora sí que se lo veo. La nube, no es tan dulce como las nuestras, y al tostarse, que no quemarse, se dulcifica un poco más; si lo has hecho bien, y sólo lo has dorado, esa primera capa saldrá como una caperuza, quedando el interior blandito. No está mal, no me importará repetir.

Cuando ya creíamos haber terminado el día, montamos unos bancos de madera donde nos pudimos relajar durante un rato antes de pasar por la ducha y a dormir. Que ya nos merecíamos el descanso.

Un dibujo que me regalaron para que me acuerde de ellas.
Por desgracia André ya se había ido...

sábado, 1 de junio de 2013

Como un niño con zapatos nuevos

... y así es como me sentí cuando me puse de nuevo la bici. Esa estabilidad. La fiabilidad. La increible sensación de que, si me quería sentar después de pedalear de pie (ya puedo pedalear de pie), el asiento estaría donde debía. Y la alegría de perder de vista el sonido del neumático rozando con el cuadro. Una delicia.

El plan a corto plazo consistía en quedarnos a unos 25 km de Teslin ya que Tomás había podido contactar con una familia de la red Warmshower, así que debíamos recorrer unos 160 km, pero como la previsión meteorológica para el segundo día era de lluvia a partir del mediodía decidimos darnos un apretón y zamparnos 100km el primero para llegar temprano el segundo. Dicho y hecho. Bueno, no tan rápido, dicho, sudado, sufrido y hecho; porque el viento no se pierde una fiesta y nos hizo compañía en una buena parte del camino. Infatigable compañero fatigoso, si me permitís.

Los paisajes no fueron los más maravillosos del mundo. Y es que, siendo bosques frondosos de abetos y otras clases de árboles que no me atreveré a tratar de identificar, por suerte o por desgracia, los humanos nos saturamos rápidamente de la belleza, si no estaríamos extasiados con cada flor y cada pájaro. Pero también por suerte podemos mantener nuestra mente abierta y el ojo expectante a cualquier quiebro del camino que nos acelere un poco el ritmo.
Aguila calva.

Marsh Lake
Como tantas otras noches acampamos junto a un área de descanso y es que de este modo nos evitamos el tener que colgar la comida en los árboles para dejarla fuera del alcance de los osos ya que los cubos de basura que en ellas hay tienen unos compartimentos traseros que se pueden usar para dejar la comida, en su tres veces cerrada, bolsa. Como descubrí a la mañana siguiente, estos contenedores son a prueba de osos, pero no de ardillas, las cuales atacaron levemente a mi pan de molde (marditos roedores).



Junto Little Atklin Lake






A la mañana siguiente, sabiendo lo corto de la etapa pero sin olvidar la amenaza de la lluvia, nos pusimos en marcha. Tampoco hubo gran cosa que reseñar, y es que esto es así, más allá de la emoción de hacer un viaje de este tipo, los días suelen estar llenos de horas "vacías", que por suerte, de vez en cuando, quedan salpicadas con encuentros con un águila calva, un paisaje o con Swinde Wiederhold, una increíble chica de 25 años que lleva 2 y medio recorriendo América, desde la Patagonia hasta Prudhoe Bay. Uno se siente muy pequeñito a su lado. Estuvimos un rato hablando con ella y es alucinante como te dice con total naturalidad que suele rondar los 150 km diarios, y ante tu cara de espanto te dice que pronto los podrás hacer tú también (¿y yo porque? ¡¿yo que te he hecho?!). Después de despedirnos me quedé con dos remordimientos en la cabeza: no haberme tomado una foto con ella y no saber que haría tras llegar a ¿destino?. Al menos uno de los dos remordimientos me los quitaría después, pero aun no podía saberlo.

25 km después de este feliz encuentro llegamos a nuestra parada del día. Día corto. Nos recibió Mira Gutenberg y dos de sus preciosas hijas, nos hizo pasar y en nuestra casa que entramos. Su amabilidad ha sido realmente sorprendente, es una mujer vivaracha, con una sonrisa perenne en los labios y de mirada inquieta, expectante. Tan a gusto nos ha recibido que, visto el clima que se pronostica para mañana no sería raro que quizás nos quedásemos un día más. Pero eso ya se verá mañana.
¿Pero que hay allí adelante?


jueves, 30 de mayo de 2013

No estoy solo en el camino. Tomás.

Desde Seattle en un mes.
El 25 fue decididamente un día atípico. Para empezar, y sobre todo, porque me topé con 5 viajeros en bicicleta. Los dos primeros tenían mucha prisa (viajando en bici??) y no hicieron el amago de parar; más tarde, a unos 16 km, en Destruction Bay a las orillas del Kluane Lake, mientras trataba de ajustar el cambio trasero que empezaba a dar problemas, me alcanzó Tomás, argentino de 32 años que se dirige a Florida desde Fairbanks. Un poco más tarde me crucé con dos norteamericanos, que en unas muy buenas bicicletas, habían subidos desde Seattle en cosa de un mes. Esto ya empieza a estar demasiado atestado, la verdad.

Tomás.
Tomás me alcanzó unos 30 km más tarde, poco antes de cruzar el puente que pondría punto y final al lago Kluane, y a partir de ese momento continuamos junto. Tomás es un auténtico viajero, del que tengo muchísimo que aprender. Su bicicleta es un hierro que no cogerías ni aunque te la encontrases tirada en la calle, pero todo en ella es fácilmente reparable (salvo que le pase lo que a mi, claro). Su ritmo es calmado pero constante, y al tiempo es capaz de mantener tiradas superiores a los 100km durante varios días. Hablando con él me contó que ya viajó desde Nueva York a Florida anteriormente, y en Sudamérica ha realizado numerosos viajes, de hasta 9 meses de duración. Sin él, ciertamente las etapas que se me venían encima hubiesen sido mucho más penosas.

Hicimos la primera noche tras uno de los esporádicos puntos de descanso que salpican la carretera, dejando la comida en los bidones a prueba de osos, y temprano al día siguiente emprendimos de nuevo el camino. A pesar de la fama que puedan tener los argentinos, Tomás no siente la necesidad de rellenar  cada silencio con charla inútil, más bien parece ese mi papel, pero en esos momentos necesitaba sacarme de la cabeza lo que se cocía bajo mis posaderas. La rueda cada vez se bamboleaba más y el sillín no dejaba de imitar a la dichosa silla de rodeo. El viento, como no podía ser de otra forma, ataca de frente, y nosotros aún no nos conocemos tanto como para poder darnos relevos; aunque él aguanta más horas sobre la bici, mi ritmo parece un poco más alto, con lo que lo dejo atrás, así que pedaleamos en paralelo. El coche que nos adelanta cada hora no tiene problemas en sortearnos.

Un alto en el camino

Dos días más tarde llegamos a Haines Junction. Uno de tantos pueblos cuyo único leitmotiv, es que es un cruce de caminos, en este caso hacia la Alaska Highway y Whitehorse, o hacia Juneau (capital de Alaska). Sin embargo aprovechamos la wifi que nos brinda una panadería que parece no tener sentido en un pueblo así y que, sin embargo, se encuentra atestada. Intuyo que por ser domingo, día en el que mucha gente decidirá ir a darse una vuelta por ahí. Tomás y yo damos buena cuenta de un pan de cebolla y queso cada uno, y yo le añado un burrito. Repuestas fuerzas nos acercamos al centro de atención al viajero, donde además de informarnos sobre la región podemos recargar agua. Y como guinda del pastel un obrero que estaba por allí me fija el sillín con la llave fija que no había podido conseguir hasta ese momento, y con tan buena suerte que el sillín está nivelado. Así que con el viento de espalda y el culo semiquieto (la rueda va a peor) hacemos 20km más hasta que decidimos acampar.

Esta noche tampoco tendremos compañía, pero visto que mientras montábamos el campamento nos pasaron a visitar un oso negro y un coyote decidimos colgar la comida de los árboles (esta vez no hay foto de los bichos, lo siento pero estaban demasiado cerca y mi cámara demasiado lejos).

Tomás en su papel de "sherpa"
Y comenzamos la jornada que podría ser la definitiva ya que nos separan unos 130 km de Whitehorse, si bien el plan sigue siendo hacer unos 90/100 km para llegar a la mañana siguiente a la ciudad. El deterioro de la rueda ya es patente. La llanta se está desintegrando y ya ha perdido un trozo junto a uno de los radios, y lo que eran ligeras quebraduras en otros tres se han convertido en visibles agujeros. La rueda cada vez oscila más llegando a rozar el neumático con el cuadro. Aflojamos radios y apretamos otros, introducimos arandelas en el eje a fin de forzar una separación con el cuadro y a última hora llego a desmontar el freno para poder forzar más la rueda, pero a últimas horas de la jornada ya es patente que no hay mucho que hacer. Cualquier apaño que le hagamos pierde su efectividad cuando me subo sobre la bici. De modo que hacemos noche, se nos ha hecho tarde y terminamos de cenar para las 23.45 aproximadamente, pero a las 06.00 ya estamos en pie. Hoy tocará empujar la bici, y ayer la dejamos preparada para que sea Tomás el que lleve también mi remolque además de todo su equipaje. Forzamos por última vez mi rueda para que roce lo menos posible y nos ponemos en marcha, por delante unos 25 km hasta destino.

Enfilando el penultimo ataque a Whitehorse.
Una de las cosas que más rabia me dio de la entrada en la ciudad es la larga bajada que lleva hasta ella. Lo que podía haber sido un paseo triunfal se convierte en una penosa caminata por el asfalto y un par de ampollas de recuerdo. Pero ya estamos en Whitehorse, capital del estado de Yukón con una población aproximada de 24.000 habitantes. Tenemos un Wallmart y un par de tiendas de bicis ¿que más se puede pedir? La primera parada es el Wallmart, para poder beber un poco y tirar de wifi, que como el agua es un recurso preciado. Localizamos las tiendas de bicicletas y nos encaminamos hacia ellas, en Icycle no hay suerte. El chaval que nos atiende no se cree que no haya tirado la bici por un barranco para que esté así la rueda, por lo que me dice que sus ruedas no me servirían, así que me manda a Cadence, donde por suerte (y por unos dolorosos 110$) consigo la rueda que me montarán por otros 25$. Me la tienen lista por la tarde pero la recojo a la mañana siguiente, pero al probarla el cambio no parece ir bien y lo que se supone que es un ajuste de 5 minutos se convierte en un ajuste completo porque el dueño no ajustó bien el anillo de cierre del cassette (los piñones, vamos)... y pensar que fue el mismo que me dijo que el próximo taller está a 1500 km... puff.

Por lo menos estos dos días en Whitehorse me han permitido: descansar, arreglar la bici, hacer la colada (que falta hacía ya), ducharme unas cuantas veces (las toallitas húmedas llegan hasta donde llegan), ponerme al día con el blog y con suerte mañana puede que consiga un teléfono.

La gracia está al final de los radios.

Por delante me queda la decisión de seguir por la Alaska Highway o tomar la Casiar. Por lo que parece la segunda es más bonita pero también más dura, mayor desnivel y mayor distancia entre "pueblos", ¿que decís, Casiar o Alaska highway?

http://www.movescount.com/moves/move14142254
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http://www.movescount.com/moves/move14142260
http://www.movescount.com/moves/move14142261

miércoles, 29 de mayo de 2013

Yukon, larger than life

482.443 km2, es la superficie de los Territorios del Yukon. Con una densidad de 0,7 habitantes por km2. La península ibérica tiene una superficie de 583.254 km2 con una densidad aproximada de 98 habitantes por km2. Y por último, Alaska, con una densidad de 0,49 habitantes por km2. ¿Y por que os cuento esto? Porque en teoría hay aquí una mayor densidad de población que en Alaska pero, sin embargo, la sensación que tengo ahora mismo dista mucho de lo que los datos arrojan (por no hablar de que son simples medias y no tienen en cuenta la desviación respecto a la media).

Desde mi salida de Beaver Creek apenas recuerdo haber cruzado ningún otro pueblo. A lo sumo 6 ó 7 negocios de los cuales, como no, los de alojamiento estaban abandonados. Las distancias, aun cuando uno viaja en coche, son enormes, y no se puede contar con una gasolinera a la vuelta de la esquina. Escuché hace tiempo que en Australia, cuando van a cruzar la gran nada que es su centro, han de llevar su propio suministro de combustible, y aquí no resulta extraño ver como en la baca de algunos vehículos se apilan 4 y 5 garrafas de gasolina.

A veces la sensación es de que uno podría montar aquí su propio país y nadie llegaría a darse cuenta, tan basto y salvaje es el territorio.

Y para mejorar las cosas, la cobertura telefónica es inexistente.


Los 2 últimos días en Alaska fueron bastante duros, especialmente el último, y quería tomarme uno o dos días de "relax", con tiradas cortas para poder recuperarme un poco. Y así comencé el día 22, con un desayuno tardío y copioso, y un ritmo lento y agradable, siguiendo la tónica de los últimos días y que preveo me acompañará por un cierto tiempo, suaves subidas y suaves bajadas. El firme se nota más deteriorado, ya no es asfalto, si no más bien pequeñas piedras compactadas por alquitrán, lo que hace que la bicicleta no ruede tan fina como antes y tenga una vibración constante, pero no molesta.

White River

Pero la suerte no siempre está del lado de uno. Así que cuando encontré el campground perfecto, a los 50km, junto al White River, no podía estar de otro modo que cerrado. Continué un poco más con la vista en los laterales a la espera del sitio propicio. Pero es sitio tardaba en llegar, de tal modo que continué por unos 8 km, hasta que al final de la carretera me pareció ver una estación de servicio... y así fue como me crucé con mi primer grizzley. Justo antes de la estación de servicio había un puente, y cuando lo estaba cruzando el oso salió del margen derecho y cruzó la carretera hacia la gasolinera. Por suerte tenía la cámara a mano. Por desgracia no traje la grande.

¿Por qué cruzó el grizzley la carretera?

Cruzó hacia la estación de servicio y en ese momento, torpe de mi por no darme cuenta de que tenía el viento de espalda, se percató de mi presencia. Para un chico de ciudad es muy intenso cuando un bicho de este calibre se te queda mirando. Piensas en que harás si se dirige hacia ti; correr no, y aunque vaya en la bici es más rápido que yo, ¿saltar al río? tiene medio metro de profundidad y me rompería las piernas, además, nada mejor que yo, ¿me subo a un árbol? claro, como no, porque estoy muy acostumbrado a trepar. Así que hice lo único que no debía hacer, coger un cascabel que sirve para advertir a los animales de tu presencia y lo hice sonar. La verdad es que aquello me recordaba a la escena de La Casa de la Pradera, cuando la señora llamaba a la prole a la mesa haciendo sonar el triángulo -señor oso, su merienda-cena está servida-. Por suerte el animal posee más sentido común que yo y se largó de allí a paso ligero.

Bueno, como después descubrí, este negocio era uno de los que estaba cerrado, y obviamente allí, visto
lo visto, no iba a plantar la tienda. Así que seguí un poco más hasta que llegue al Campground que antes me habían referido. Aquí se produjo un pequeño incidente sin riesgo ni importancia pero que me dejó claras un par de cosas. Traté de montar la tienda pero el suelo no admitia las piquetas, así que monté la tienda asegurándola a una mesa del camping y a la bicicleta y remolque por otro lado. Con lo que no contaba es con que se cayera la bicicleta a eso de las 04.00 de la madrugada; y aquí las cosas que aprendí: 1. los osos me tienen acongojado y 2. aún pareciendo un maldito gusiluz, con el saco hasta las cejas me puedo mover muy rápido... mucho.


Dentro de la tienda.
Habiendo dormido poco y mal me puse en marcha. Y aquí empiezan los problemas, porque tengo las piernas muy cargadas y no ruedo con la suavidad de los últimos días, pero eso es normal. Lo que no es normal es que la llanta de la rueda trasera se esté desmoronando en varios puntos. El próximo punto en el cual podré hacer un cambio de rueda está a unos 300 km, y no tengo muy claro si aguantará 50 km más. Además, no se que hacer, ¿debo cortar el radio para aliviar la tensión o eso lo empeorará? Como medida preventiva, cambio las zapatillas de calas a las normales para poder sacar el pie rápidamente en caso de que la rueda ceda; pero además me estoy arriesgando a a que al desmoronarse la rueda se lleve el cambio trasero con ella. Y como segunda medida limitaré mi velocidad a 15 km/h de máxima, para minimizar daños cuando se produzca la caída. No obstante vuelven a caer 62 km, y vuelvo a hacer noche al raso. Bueno, quien dice noche puede decir cualquier cosa.

Esta vez no hay oso ni sorpresa nocturna. Me pongo en pie tras un nutritivo desayuno de M&M´s (deberían patrocinarme, la verdad) y comienzo la marcha. El camino es sencillo y no hay muchos problemas, más allá del mosqueo del estado de la rueda trasera que no para de martillearme en la cabeza. Mi ánimo no es muy alto y me siento bastante frustrado ante las circunstancias, pero poco a poco sigo avanzando. En uno de estos momentos de parada, no recuerdo si fue para una foto o para descansar, la bici pierde el equilibrio un poco y, como siempre, la sujeto con mi mano derecha del sillín, si bien, no como siempre, me quedo con el sillín en la mano. Recapitulemos: la tienda de recambios está a unos 280 km, el "pueblo" más cercano a 10km, llanta en proceso de putrefacción y no puedo subirme a la bici. El resultado es uno de esos momentos de los que tantas veces he hablado. Lo normal hubiese sido maldecir y chillar, pero eso no lleva a nada, así que mi estado de ánimo cambió de "frustración" a "a por ellos que son pocos y cobardes" y comencé a andar. Y así hubiese actuado cualquiera... lo que tiene el ser humano.

Radio arrancando la llanta.
10 km más tarde llegué a Burwash Landing, al pie del lago Kluane (helado, con lo grande que es), una pequeña comunidad formada por una gasolinera y dos hotelillos. Tomé habitación e internet mientras duró, lo que me permitió comprobar que en unas 4 horas pasaba un autobús por allí que me podía llevar hasta mi rueda de recambio, pero me obligaba a quedarme en Whitehorse durante 3 días más para poder volver. Así que me puse a buscar y encontré, al menos, un tornillo que podía valerme, pero que sin las herramientas adecuadas convirtió mi sillín en un toro mecánico; así que la perspectiva es de 280 km de rodeo.


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miércoles, 22 de mayo de 2013

Con los pies en Canadá

Después de la experiencia de Tok, tenía unas ganas terribles de salir zumbando de allí. El problema, porque siempre hay un problema, es que me separaban unas 95 millas de la frontera canadiense y otras 10 millas hasta Beaver Creek, ya en el Yukón, y por enmedio parecía no haber gran cosa, así que la cuestión era como dividir las etapas, en 2 ó 3.

Con esto en la cabeza pero sin hacerle mucho caso salí de la habitación, hice las compras pertinentes para varios días de comida y me lanzo a la carretera que ya está completamente despejada de hielo. El terreno es llano, incluso en ligerísimo descenso, el viento de costado pero también ayuda y por delante una recta de unos 10 km (ME ABURRO!!!). El día está completamente despejado y la temperatura ha subido notablemente, así que avanzo a un ritmo trepidante para mis estándares.

La larga recta
Había chequeado el perfil que tenía por delante a través de Google Maps por lo que preveía lo que más tarde se me vino encima. Bueno, no lo preveía, pero quedo mejor así.

Y es que del llano no pasamos a la montaña, si no a bordearla, subiendo y bajando pequeñas estribaciones de la cordillera. Subiendo una cuesta de 1 milla, bajando otras 0,8 millas, volvemos a subir, y volvemos a bajar; anda, mira, un rio!!! pues entonces volvemos a subir. Y como no hay dos sin tres, el viento comienza a darme de frente. La verdad es que más allá del cansancio no estaba preocupado ya que contaba con tener que dormir al raso, pero el día iba my bien y quería hacer unas 50 millas para dejar el día siguiente ya planteado, y hete tu aquí que, aparecido de la nada (porque por mucho que le preguntes a Google no aparecerá) tenemos una estación de servicio en la intersección con Northway (el cual es un pequeño pueblo, a unas 9 millas de distancia habitado principalmente por nativos americanos... indios). La amable dueña es una señora de edad difícil de definir, con muchos tiros pegados, eso está claro, pero con el pelo negro azabache y la piel sin señales de arrugas.

Entro al trapo y consigo que me deje acampar en un prado delante de la gasolinera y usar las duchas por un par de dólares, me zampo unas alitas de pollo que me saben a gloria (la señora me ofrece las "spicy" pero algo en su mirada me dice que me haría crecer pelo en el pecho) y me pongo a montar la tienda.

Ha pasado ya un rato desde que estoy leyendo cuando escucho un -knock, knock, ¿estás despierto?-  y algo mosqueado me asomo a ver quien me va a decir que no puedo acampar ahí, pero más equivocado no podía estar. Una señora había parado el coche para dejarme unas botellas de agua como bienvenida a Alaska. Empiezo a rehusar indicándole que ya estaba servidor pero finalmente decido aceptar por la cara de decepción que me estaba poniendo. Poco a poco voy recuperando la fe en la humanidad... pero poco a poco aún, eh!.

Amanece un nuevo día (casi es un decir, porque no parece que anochezca) y decido cargarme un café y unos bollos en la tienda. La señora me cuenta que esa noche un hijo suyo ha tenido que llevar a su nieto hasta Fairbanks porque se había puesto malo, y aunque seguía en Fairbanks ya se encontraba mejor. Había llevado al niño a Tok en coche y desde allí en avioneta hasta Fairbanks. Estamos hablando de más de 400 km de distancia. Las reflexiones las de cada uno.

Según mis cuentas, hasta Beaver Creek son unas 60 millas (100 km mal contados), y me encuentro muy optimista, así que me lanzo a por ellos. Y comenzamos con la cantinela de ayer, sube colina, baja colina, sube colina, etc, pero hoy el viento sí que está en contra, así que me lo tomo con algo más de calma. El truco está en ponerme la braga por encima de las orejas, ya que así se escucha menos el viento y pierde parte de su poder desmoralizador, la parte mala es que empieza a hacer un poco de calor y en breve esta prenda pasará al baúl de los recuerdos.

Llevo unas 30 millas y va tocando parar a comer, latita de chile con carne y manzana de postre, y de repostre nos tiramos en la hierba a leer un rato, que bañarse recién comido te corta la digestión. Así que tras una hora me arrojo de nuevo al asfalto, pero ya empiezo a notar el peso de los kilómetros, y cada nueva colina que aparece me empieza a mermar un poco más. Por suerte llegamos a la última (nunca es
la última, da igual lo que os diga) y tras un largo valle llegamos a la frontera americana. Y aquí empieza la agonía. Porque llego con las 40 millas recién cumplidas y hay un hermoso cartel que indica que la frontera canadiense está a 20 millas, y aunque ya lo sabía, no había caído en el detalle que no se si uno se puede parar a acampar o no, así que para evitar problemas, pues toca zamparse esas 20 millas. Y para rematar, la señora de la gasolinera me dijo que desde la frontera había unas 10 millas hasta Beaver Creek ¿pero que frontera? Anda que si me tengo que meter 30 millas más... porque hay un detalle que no había comentado, desde antes de hacer la noche anterior no había cobertura de movil y ya empezaba a imaginar las llamadas preocupadas, así que había que llegar a Beaver Creek, fuera como fuese.

Nos arremangamos los machos y a pedalear de nuevo. La Alaska Highway en tierra de nadie está muy abandonada, mucho. Por tramos es una pista de tierra. No obstante, cuanto más se acerca uno a la frontera canadiense mejor es el firme, y menos cuestas hay, y más fresco es el aire y los pájaros cantan más alto... vamos, que me moría por ver un policía montado de esos de los dibujos (no, sólo en los dibujos).

Llego al puesto fronterizo y solventamos los trámites con las palabras nunca dichas "no me pongas problemas con el visado"; "pero que diablos haces con esa bici, ¿y porque hueles tan mal?" Sello en el pasaporte y después las palabras que me llevaron al paraíso, Beaver Creek está a 2 kilómetros.

Y aquí estoy. Disfrutando de mi reciente entrada en un nuevo país, una nueva región y un nuevo huso horario.

El nuevo objetivo es Whitehorse, a unos 450 km. Unos 6/7 días si todo va bien.

Escapando de Tok: http://www.movescount.com/moves/move13902293
Entrando en Yukón: http://www.movescount.com/moves/move13902325

Pd. Me ha resultado curioso como en la Glenn Highway casi todo el mundo me saludaba mientras que en la Alaska Hihgway es mucho más raro. ¿será porque habrá muchos ciclistas por delante mía?
Pd2. Primera miniavería, una de las calas ha perdido un tornillo. Habrá que ver que se puede hacer.
Pd3. Aunque en los moves lo podéis ver, entre los dos días he consumido una estimación de 7000 calorías. Leí una vez que Phelps consumía 6000 caloría diarias en sus entrenamientos... impresionante.