domingo, 23 de junio de 2013

Que carácter tiene Alberta...

La verdad es que es algo que tenía que haber hecho hace ya algún tiempo, y probablemente no será el modo más adecuado... pero que demonios, no voy a llevar dos blogs al tiempo. La cuestión es que aunque aquí en Canadá son pocos, los pocos que son, pues suelen ser muy buena gente por lo general, y claro, en las conversaciones sale a colación que si -estoy escribiendo un blog-, y -anda tú que bien, ¿cómo es la dirección?-, -pues mira es esta, pero es que está escrito en español- y aquí es donde las caras se tuercen y -bueno, pero habrá fotos, ¿no?-.

Así que al final intentaré hacer un resumen más o menos breve en inglés para aquellos a los que el castellano se les queda muy lejos. Pero sabiendo como me las gasto con el idioma, por favor, si veis alguna barbaridad, hacédmela saber, que así voy corrigiéndome yo también (también aplicable al español, naturalmente).

Vamos al lio.

Salir de Dawson Creek y llegar a la frontera con Alberta fue puro trámite. Tenía el viento a favor y en esta zona el terreno es muy llano, dedicado fundamentalmente al cultivo de cereales, si bien de tarde en tarde se aspira el reconfortante hedor de algún establo. Así que me planto en Alberta y, claro, hay que hacer la foto de rigor. Que conste que tengo fotos hechas cada vez que he cruzado un estado, pero esta da más juego ¿por que será?
Pues sencillo, mi primer apellido es Alberto.
- ¿Alberto apellido? Uy, que raro, ¿no?
- Pues sí, fíjese que es la primera vez que me lo dicen.
La historia de mi vida, jejeje.

La cuestión es que no tenía ni idea de la mala uva que está gastando Alberta. A cosa de 1,5 km empezó a chispear. Bueno, pensé, como tengo el viento a favor quizás se lleve la nube antes de descargar... todavía me parece oir las risas de Thor y la madre que lo parió.

En 15 minutos estaba empapado sin remedio. Y el pueblo más cercano a unos 30 km. La única ventaja de estar empapado es que no te puedes mojar más, pero claro, puede llover más fuerte, tanto que casi te duele el repiqueteo en los brazos. Vaya con Alberta.

Pues nada, que como no queda más remedio, pues se sigue pedaleando, que parado no vamos a ninguna parte. Y pasito a pasito, llego a Hythe, donde justo en la entrada hay un camping municipal, no te lo pierdas, con DUCHA. He hecho poca distancia, y la verdad es que incluso la ducha no resulta lo suficientemente tentadora, pero al final claudico, y monto la tienda a la velocidad del rayo. Duchita, a buscar algo de comida caliente y... no me lo puedo creer, una báscula, la primera que veo desde que crucé el charco. Es antigua, bastante, parece la versión 2.0 de una romana, pero me marca unos 87, que vienen a ser unos 85 en escurrio. Así que habré soltado unos 8 kilos. Pues mira, ponme unas alitas de esas rebozadas que hoy no pasa ná.

A la mañana siguiente sigue lloviendo, y me veo quedándome todo el dia en la tienda leyendo a Stephen King, pero a media mañana escamapa y aprovecho para poner pies en polvorosa. No tengo muy claro que voy a hacer, porque Grande Praire está a unos 65 km, que es poco, pero después de Grande Praire no hay nada en unos 190 km. Bueno, ya se verá.

Hoy no tengo el viento a favor, me viene de costado, desde el oeste, y eso me tiene muy mosqueado. Llego a Beaverlodge, y nada más sobrepasarlo giro a izquierdas, es decir, hacia el oeste, y me doy un leñazo de espanto contra el viento. La gente te suele desear que tengas pocas cuestas, yo prefiero tener el viento a favor y las cuestas que haga falta. Una cuesta tiene un final, te puedes parar y descansar si hace falta; pero el viento no tiene porque parar, y cuando tu lo haces sigue ahí, recordándote que cuando te vuelvas a subir a la bici seguirá machacándote. Pues me quedan 40km de linea recta contra el viento.

Antes mencioné que no sabía que hacer. Pues a los 10 minutos ya lo tenía claro, me quedo en Grande Praire. No voy a darle muchas vueltas a esos 40 km, pero baste decir que el día que muera y vaya al cielo voy a tener que dar muchas explicaciones.

Alguien se ha equivocado de vecino, ¿o no?
Grande Prairie es una ciudad grande dentro de los estándares canadienses, es decir, tiene un censo de unas 50 mil personas, lo que ya da para que tengo todo lo que debe tener una ciudad (su Walmart, un cine y atascos). Callejeé un poco por ella en busca de lubricante para la cadena de la bici y la verdad es que es bonita.

Como dejé caer antes, desde Grande Prairie hasta Grande Cache no hay nada salvo 190 km. De hecho, a la salida de Grande Prairie tienes un hermoso letrero que te advierte en en 173 km no hay ningún servicio, pero eso no es correcto, como pude comprobar. Y es que aproximadamente a 75km de GP, en el fondo de uno de los innumerables valles me encontré con un puesto de comida. Eso es lo que yo llamo visión de negocio.




Un oasis en el desierto.
Y la cuestión es que había comido hacía un par de horas (si a un par de sandwiches de mantequilla de cacahuete se le puede llamar comer), pero soy de la opinión que estas oportunidades no se dejan escapar, así que me planto para una merienda a base de hamburguesa y patatas fritas. Y me siento en uno de los bancos donde una pareja charlaba, y resulta que él es canadiense y ella americana, y él es el cuñado de la dueña del chiringuito. La cuestión es que al final me dijeron que justo detrás de donde estabamos había una especie de campground y que si me quería quedar era bienvenido. Así que me quedé. Y al anochecer nos juntamos en la hoguera y estuvimos hablando de lo humano y lo divino, y sinceramente, me lo pasé genial.

Me levanto tarde, que raro que el movil no haya sonado... claro, estuvo buscando señal toda la noche... que despiste. Pues a cargarlo. Y a cargarme yo también. Muffin (magdalena tamaño gigante) y café. Fotito con los que quedamos de la velada de anoche y a correr, que hoy tengo que hacer lo que ayer no hice.

Y vaya si lo hago. 118 km, 1800 metros ascendidos, 7:40 dándole a los pedales. Pero lo que realmente me mató fueron los últimos 5 km. A ver, eso no se le hace a un tio que se acaba de zampar 113 km, no se le hace subir 300 m en 5km arrastrando un carrito. Yo quiero un ascensor. Pero nadie lo va a poner, así que pasico a pasico (baby steps lo llaman aquí) me planto en Grande Cache y a descansar, que mañana vendrá más montaña.

Ahora me ha surgido un problema, y es que mi ruta debía ir por Jasper y Banff, pero parece ser que estamos teniendo las mayores inundaciones de los últimos 10 años, y se ha llevado, literalmente, un trozo de la carretera ¿y ahora como le ponemos al niño? Si es que Alberta tiene un carácter...

¿Seguro que era por aquí?
La conexión es rematadamente mala. La traducción ya llegará.

martes, 18 de junio de 2013

Entre sofases anda el juego

Como vuela el tiempo. Uno se despista y se le pasa una semana sin subir un post. Con razón me dejan caer por ahí eso de "hay que darle más vida al blog". Más razón que una santa tiene mi amiga Mapi. Así que hoy me he tomado el día semilibre para poder aporrear un poco el teclado… bueno, no sólo eso, porque había que echarle un vistazo de nuevo a la rueda trasera y… me estoy adelantando y al final esto es un jaleo, así que empecemos por donde lo dejamos.


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Muncho Lake
Amanece en Muncho Lake y aquí lo que cae es muncha agua, pero nos armamos de valor y de un desayuno de esos que hacen gritar de terror a tus arterias, y nos lanzamos a la carretera. Comenzamos bien, yo le gusto a la carretera y ella me gusta a mi, bordeamos el lago y disfruto del repiqueteo de la lluvia sobre el lago. Como no podía ser de otra forma, había ordenado el día anterior una ración de viento de cola, con lo que esto es coser y cantar, hasta que llegamos, hete tu, a la pared de rigor que da salida al valle. Que también digo yo que podían haber puesto la carretera por la salida que tenga cuesta abajo, que no todo va a ser subir. Pero bueno, nos arremangamos los pantalones chubasqueros y empezamos a mojarlos desde dentro. Cuando llego arriba estoy empapado pero calentito, aunque tengo claro que si no me ando con cuidado eso cambiará rápidamente y me pillaré una pulmonía de las hermosas, así que despacio, recuperando, comienzo la bajada. Lo que no sabía yo es que la bajada iba a ser de casi 40 km, que sí, con sus pequeños repechitos, pero casi todo cuesta abajo. Y la verdad es que ya no se como hacerlo, porque si voy despacio no me enfrío por la velocidad, pero si corro me empapo más todavía por la lluvia. Así que cuando llego a Toad River, estoy hecho una sopa, y empapado, y en esas lo que el cuerpo te pide es algo calentito, así que sopita de pollo y a soplarle que nos quemamos. Y que me encuentro flojuno, y que llevo todo el día mojado, y que me quedo. Además, el sitio es resultón.

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Junto a Toad River
Pero por resultón que sea, la nube sigue clavada encima cuando amanece un nuevo día. Así que nos lanzamos a la piscina que hoy hemos de subir al punto más alto de la Alaska Highway hasta Summit Lake. Sin embargo la pendiente, salvo puntualmente, no es complicada, y así salvamos (la señora Cleta y yo) los 1295 metros de altitud en unos 30 km de ascenso. Procuro mantener un ritmo cómodo; "mira que bonito, una foto", "se me está aflojando el cordón, espera que me lo aprieto", "habrá que comer algo, digo yo", y sin pausa pero siempre con la ansiedad de saber que habrá después de la siguiente curva me doy de narices con el citado lago. Y está claro que ha merecido la pena subir hasta allí arriba… y ahora el truco. Como a todo buen burro, para que ande le tienes que poner delante una buena zanahoria que en mi caso era la promesa de un Cinnamon Bun, bomba calórica donde las haya, que me esperaba en el camping de Tetsa River. Tanto es así que en el desayuno del día siguiente cayeron dos, y me zampé los 111 km que me separaban de Fort Nelson.

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Summit Lake

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Disfrutando de los pequeños detalles
Llegar a Fort Nelson supone dejar atrás las Rocosas y dirigirme hacia las llanuras, aunque antes habrá que salvar los ecos de ese monstruo montañoso que convierten a esta vía en un continuo tobogán. De lo que no tenía ni idea cuando llegaba a Fort Nelson era de lo atípica que iba a resultar la semana. Por un lado, he dejado atrás los paisajes apabullantes, todo es más suave, bonito, pero no impresiona; el tráfico empieza a notarse, llegando a ser pesado para el estándar canadiense (2 ó 3 vehículos cada 5 minutos); ver osos se convierte en algo muy raro, aunque no se abandonan las buenas costumbres con respecto a la comida que se han adquirido; y sobre todo, los días han sido muy dispares en el redimiendo kilométrico. Cuando me subo en la bici para salir de Fort Nelson me doy cuenta que se ha partido un radio y la rueda está descentrada. Así que pierdo un par de horas intentando centrarla porque no puedo cambiar el radio (bueno, ya lo cambiaré en Fort St John), cuando aparece un simpático ciclista que me hace ver que a 300 metros tengo un taller de bicis (en este pueblo no tenemos un tonto, nos turnamos y hoy le toca a Fernando). El mecánico llegará a las 14.30 horas así que toca esperar, no pienso jugármela durante 400km después de mi experiencia. Como un reloj el caballero se planta a la hora señalada, vistazo rápido a la rueda. - Ok, desmóntala que te la arreglo- y en 30 min tengo la bici lista. Y yo más contento que unas castañuelas. Y volvemos a comer kilómetros, a ver si puedo recuperar algo del tiempo perdido; pero cuando voy bajando, sin dar pedales, noto que voy dando saltitos en el asiento - será el asfalto, que es irregular - pero mis saltos son regulares, así que a los 20 km me harto, busco donde parar y le hecho un vistazo a la rueda, y resulta que el genio, en lugar de hacerle los dos cruces de rigor al radio, le ha hecho sólo uno, así que a desmontar y a centrar de nuevo… pero claro, los saltos no eran sólo por eso, el descentre de la rueda es vertical, no horizontal… y ahí ya no llego. Así que la dejo lo mejor que puedo, rezo mis avemaríasquenomepasená y a dormir. Total 23 decepcionantes kilómetros.

Pero como decía, la semana va a ser rarita. Porque me levanto y me acuesto 120 km más cerca de destino. Y la verdad es que de ese día no hay mucho más que contar, salvo que me toca montar el campamento corriendo que ha empezado a llover. Y lloviendo empieza el nuevo día, salvo que esta vez no me encuentro tan valiente, por lo que declaro que este será el día de Stephen King. Me pego todo el santo día tumbado en la tienda leyendo hasta que termino "Un saco de huesos" y ya que estamos, pues empiezo "Apocalipsis". Y aunque no he avanzado nada, a la mañana siguiente soy un poco más sabio. Si vas a pasar dos noches seguidas en el mismo sitio, y tu aislante no es la releche, mueve la maldita tienda aunque sólo sea un metro porque lo que la primera noche era un mullido suelo, la segunda es una tabla ya que lo has compactado con tu propio peso… el que no aprende algo nuevo es porque no quiere.

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Aquí el caballero lleva taitantos mil kilómetros dándole al pedal. Un par de añitos.

Y ¿como no? llueve. Reconzco que por un momento me siento tentado a quedarme de nuevo, pero he estado tirando de reserva de agua, y aunque he puesto cloro en algo de agua que he recogido de un arroyo cercano, el color del agua me recuerda vagamente al del zumo de manzana, así que prefiero guardarla para la extrema necesidad pero buscar mejores sitios donde beber. Un par de días antes, lo que tomé por un oriundo del lugar me había dicho que Wonowon era algo así como el paraíso del campista (y mira que ya venía yo de los baños termales), pero está a 150 km, así que paso de llegar hasta allí… o eso creía yo, porque 08.37 horas más tardes estoy llegando a uno de los lugares más feos donde se podía llegar… y yo que creía estar escuchando las carcajadas del oriundo. Pero no pasa nada, soy un campeón, me doy un lujazo de una coca-cola y unas patatitas y me higienizo con toallas húmedas. Y a dormir como un señor que mañana tenemos cama. Uy! No, sofá.

Porque al día siguiente llego a Fort St John donde Haley y su novio Tom me dan la bienvenida a su casa y me permiten darme una bendita ducha y dormir en un cómodo sofá.

Y al otro, que ya es domingo como vuelan los días, debo llegar a Dawson Creek origen de la Alaska Highway y donde, más o menos cerca, me espera Cinthya y su marido Randy, donde también me ofrecerán un sofá para dormir, pero en esta ocasión porque, coincidencias que se dan, están alojando por primera vez también a otros dos ciclistas; una pareja de Quebec que se han zampado unos 5000 km y van dirección Fairbanks. Es la primera, y espero que única vez, que dejo que me lleven en coche, pero he llegado tarde a Dawson Creek ya que me tuve que retrasar en Fort St. John por un despiste (me olvide el Kindle. ¡¡¡Stephen que hago yo sin ti!!!) y después me dio la primera pájarraca del viaje, y habían quedado para cenar con unos vecinos; así que no quería retrasarlos por mi demora. La velada fue magnífica, con comida para saciar a tres ciclistas hambrientos, y nos hicieron sentir totalmente integrados desde el primer momento. Una auténtica delicia.
Para algunos empieza aquí, para otros termina, para la mayoría es sólo un capítulo más.

¿Por delante? Pues mañana tiene toda la pinta de ser un día muy tedioso, con rectas de varias decenas de kilómetros y con el viento en contra o costado hasta que llegue a Grande Praire, ya en Alberta. Y desde ahí a buscar de nuevo las montañas, hacia Jasper y Banff, que aunque todo el mundo te dice que estará abarrotado de gente no te lo debes perder, por algo será.


Pd. No he perdido el juicio. Los sofases es porque eran varios. Una pequeña broma privada que ya se yo quien entenderá.


domingo, 9 de junio de 2013

Primer mes. Recapitulemos.

Si tuviese que mesurar este primer mes podría quedarme en el dato crudo y tendría que: he recorrido 1.897 km, de los cuales 42 fueron empujando la bici. Que he salido a pedalear 27 días en el último mes, unas 137 horas en total, más o menos 5 horas al día, con alguno que llegó a las 8 horas. Que subiendo y bajando, pero volviendo a subir, he acumulado cerca de 14 mil metros en ascenso, y aun así sigo con los pies en el suelo; y que quiera o no, algo de peso he perdido, porque he gastado unas 70.000 calorías.

He dormido en el bosque, en campground, en warmshower, albergues y lodge. He comido sabrosas hamburguesas y otras que de no ser por el hambre del ciclista ni se me hubiese ocurrido. Otros días, directamente, no he comido o no he cenado, todo dependía del momento.

Me he quemado con el sol, mojado con la lluvia y helado con la nieve. Me he alegrado de recibir el viento en la espalda y lo he maldecido al dificultar mi camino.

He visto ardillas, conejos, águilas calvas, halcones, caballos, osos grizzly, osos negros con sus crías, bisontes, caribues y algún moose.

Me he levantado ansioso por continuar, y otros días bastante perezoso; al igual que a veces no veía la hora de parar o me faltaba camino por recorrer.

Se me ha roto la bici y me he desesperado. Se me ha vuelto a romper y me he calmado.

Pero en ningún momento he querido estar de vuelta, aunque en cada instante me hubiese encantado que  estuvieseis aquí, compartiendo conmigo todos estos momentos que han ido llenando y construyendo mi día a día. A día de hoy, me resulta tan imposible como el primer día el saber decir si llegaré a completar el año, o si dentro de unas semanas decidiré que quiero volver. Hace tiempo que eso no lo considero ningún tipo de derrota, menos aun sabiendo que estaréis ahí, como siempre, ¿quién podría sentirse vencido con tan buena compañía?

He ganado en el camino a un amigo, que mucho me ha enseñado, y también he ganado la confianza en mi mismo para continuar por un tiempo sólo para seguir moldeándome. Me ha sorprendido (infeliz de mi) la bondad de la que puede hacer gala el ser humano; creo que vuelvo a recuperar la fe en él, poco a poco. Cómo en incontables ocasiones, sin que haya si quiera que pedir ayuda, esta es ofrecida desinteresadamente. A veces esta llega simplemente con un aviso de un posible peligro un par de kilómetros más adelante, o un simple saludo al cruzarte con un camionero.

Y sobre todo, he podido sentir el viento en la cara, la respiración agitada y las piernas ardiendo, la incertidumbre de donde dormiré, y la plenitud de saber que eso, ya nunca más, será una preocupación.

sábado, 8 de junio de 2013

May the wind be with you / Que el viento te acompañe

La mañana está fresca, pero hemos repuesto todas las fuerzas y la mentalidad positiva que se nos podía haber desgastado en el camino, así que despidiéndonos de Mira y las niñas nos lanzamos a la carretera. En este último día la hemos recorrido varias veces en su tramo hasta Teslin, así que más o menos tenemos controlados los primeros 27 km, pero lo cierto es que no hay mucho que controlar, el terreno es el mismo suave sube-baja que nos trajo hasta aquí, mientras bordeamos el río Yukón que en esta parte se ensancha hasta un kilómetro y da la sensación de ser un lago.

Rio Yukón

Llegamos a Teslin y tras cruzar el puente sobre el río homónimo, tributario del Yukón, comenzamos a ganarnos el pan con una subida dura que casi nos pilla por sorpresa. La sorpresa, sin embargo, llegó ya en la cima, mientras perdíamos un poco de altura suavemente, al romperse un radio de la rueda trasera de la bici de Tomás. Por desgracia es un radio del lado de los piñones y hay que desmontarlo, pero nos falta una llave inglesa grande y Tomás no está por la labor de pedirla, así que suelta el freno de atrás a la voz de "si con la rueda de atrás no se frena!!" (diantres, llevo haciéndolo mal toda la vida) y seguimos camino. Por zonas el firme que nunca es del todo bueno se torna en pista forestal, y a veces peor, pero tenemos un aliado que nos empuja para que no desfallezcamos ni en el llano ni en las subidas que jalonan el camino: el viento. El increíble lo que un poco de aire con la dirección adecuada puede llegar a hacer. Tanto es así que cargados hasta las cejas somos capaces de mantener una velocidad media de 15 km/hora y sufriendo en silencio el sillín durante 8 horitas nos plantamos en los 121 km, entrando por primera vez en la British Columbia. Acampamos junto a un rio, pero retirados por si se diese alguna subida y para nuestro regocijo alguien ha dejado preparado un "chisme" para poder colgar la comida fuera del alcance de los osos. Un campista novato (servidor!!) simplemente elegiría una rama bien elevada y alzaría la comida con una cuerda, pero eso, sin ser malo ya que recordemos que lo primero y más importante es que la comida no esté con nosotros, tiene una efectividad limitada, ya que el oso negro es un buen escalador; así que el invento que habíamos estado haciendo los últimos días consistía en cruzar una cuerda entre dos árboles a unos 4 metros mínimo del suelo para más tarde alzar la comida con otra cuerda (los 4 metros mínimo es por lo que puedan flexar los árboles o la propia cuerda); pero esta vez alguien había montado una estructura cruzando un tronco entre otros dos a unos 3,5 metros, con lo cual nos ahorramos todo el jaleo. Todo el jaleo puede llevarte una horita, así que no es moco de pavo después de 8 horas sobre la bici.

Una de rápidos y cascadas
Al día siguiente nos dimos otro buen tute. 115 km que nos sacan de la British Columbia para devolvernos al Yukón, casi lo había añorado. Casi. Comenzamos ganando altura hasta el km 35 más o menos, donde empezamos a silbar. Disfrutamos de la cuesta abajo que nos llevará prácticamente durante el resto de la etapa, y cuando toca pedalear, el viento viene a echarnos una mano. Casi parece Verano Azul. Los kilómetros vuelan bajo nuestros pies y vamos llegando al final de la jornada, que por un momento pensamos hacer en un Campground, pero la verdad es que estas instalaciones, por lo general, no aportan nada a quien llega con una tienda. Están diseñadas para las RV, los vehículos recreaciones, nuestras caravanas, pero en este caso al menos podemos tomar agua y evitamos tener que andar purificándola. Así que, de nuevo al carril y bajando hacia un arroyo vemos el que será nuestro lugar para acampar. Está cerca del rio, así que me acerco para hacer una ligera colada, que se secará durante la noche. El menú para la cena consiste en arroz al que le añadiremos una lata de chile con carne que arrastraba desde Anchorage.

Ya he decidido que iré por la Alaska Highway, así que al día siguiente, y espero que sólo temporalmente, nuestros caminos se separarán. Con un poco de suerte coincidiremos en Jasper o en Banff. Tomás me ha enseñado un montón de cosas, y tengo muy claro que en esta separación yo soy el que más pierdo, pero a pesar de no tener planes en mi cabeza quiero reservarme la posibilidad de bajar hasta Edmonton y Calgary. Así que a la mañana siguiente, y después de escasos 33 km llegamos al desvio; abrazos, deseos de buena suerte y números de teléfono son el paso previo a la separación. Lo último que nos deseamos es disfrutar del camino, cuidado con los osos y viento en el cogote. Espero que le vaya bien y que nos volvamos a encontrar.
No es un adiós, es un hasta luego.

Continúo ya en solitario hacia Watson Lake, me quedan escasos 26 km, así que hoy será una jornada corta. Con lo que no contaba era con la fuerte subida que había antes de llegar al pueblo y mucho menos con cruzarme con un oso negro, casi en la cima y para colmo con dos crías. Pero aunque no soy Daniel Boone he ganado la suficiente presencia de ánimo para no hacer el cretino sacando la cámara. Me bajo tranquilamente de la bici, y con naturalidad me doy la vuelta para bajar por donde he venido, la cuesta es pronunciada y el oso no podrá alcanzarme… claro que la cuesta es pronunciada y no me apetece sufrirla de nuevo, así que con las mismas hago que la media vuelta se convierta en vuelta entera. Pongo la pata de cabra y me dirijo hacia el oso haciendo aspavientos y dando gritos… no, no me he vuelto loco ni he sufrido un ataque de valor repentino, en realidad los gritos iban destinados tanto para el oso como para la furgoneta que veía aproximarse, el conductor vio también al oso y lo espantó con el claxon. Y yo más feliz que una perdiz.

Bosque de señales, lo llaman.
En Watson Lake me voy a quedar en casa de Susan y Barry Drury, una pareja que colabora con Warmshowers, pero es temprano y me habían advertido de que no estarían en casa hasta las 16.30, así que aprovecho para acercarme al centro de información al visitante que está situada junto a un curioso (y bastante feo) parque de placas. Me indican donde viven los Drury y donde puedo comer algo mientras tanto; de entre las opciones me decanto por Bee Jay, parada de camioneros, valor seguro vayas a donde vayas… salvo que pidas la hamburguesa con bocas de mar y queso chedar fundido; porque tenía el hambre de un ciclista, que si no. De ahí a la biblioteca, donde me darán un pase de una hora para usar internet, pero antes de eso, el momento absurdo del día. Aparco mi bici junto a la puerta y cuando me doy la vuelta un nativo americano (decir indio al parecer es racista, así que nativo americano o primera nación, con dos cojones) se me acerca con paso tembloroso y mirada vidriosa:
Nativo 1- que mochila más chula -
Sufridor - sí, bueno, es para la bici, así puedo beber agua-
Nativo 1 - ¿agua?
El sufridor deja pasar el comentario del agua porque ve a otros dos nativos que si no se caen al suelo es porque van chocando entre ellos. Nativo 1 hace las presentaciones y es quien lleva la voz cantante, los otros casi no pueden hablar y así en cuestión de 5 minutos me invitan a emborracharme con ellos, a fumar un poco y  vente con nosotros que te voy a enseñar donde están las tías buenas aquí, por ese orden. Un martes a las 3 de la tarde, un poco temprano para ir tan perjudicado, pero a mi ya sólo me preocupa poder usar internet y que a mi bici no le pase nada, así que me toca quedarme aguantándole las chorradas, que salvo por el idioma son las mismas de todas las culturas, aunque por suerte para mi me pude saltar la parte de pero yo a ti te quiero un montón. Se ve que se cansaron de mi austero comportamiento y por fin decidieron plegar velar y llevar el barco a otro puerto, supongo que a buscar esas tias buenas (pobrecitas).

Ya casi es la hora y me voy hacia la casa de los Drury. Son una pareja muy agradable que me abre las puertas de su hogar dándome total libertad para hacer o deshacer, respetando totalmente mi intimidad. Desde aquí, mil gracias. Coincido en la casa con dos hermanas de Washinton (el estado, no la capital) aunque no tengo muy claro que están haciendo allí, pero parece que llevan ya allí algún tiempo, tal es así que me cuentan que esperaban poder conocer a la gente del pueblo en el pub del pueblo (un sitio tan bueno como cualquier otro, pero ¿porque no queremos conocer a gente en las bibliotecas?) y cual no fue su decepción al ver que el mismo había sido cerrado por las peleas que se ocasionaban. Contexto, estamos hablando de un pueblo de 1500 habitantes, si es que llegan. Peleas. Realmente me cuesta procesarlo, pero poco a poco voy atando cabos y aunque aun es precipitado sacar conclusiones creo que me voy haciendo una idea del papel de la minoría oprimida.

Los Drury me preguntan cuanto tiempo me voy a quedar pero sólo estaré una noche, ya he perdido algo de tiempo, y se que Tomás hará 100 km/día si puede. Así que a la mañana siguiente me despido de todos y me vuelvo a poner en marcha. Me separan unos 216 km del Liard River Campground que como recompensa a disfrutar del camino parece tener unas aguas termales estupendas. Como en los días anteriores vuelvo a tener el viento a favor, así que la marcha es alegre, pero esta vez, y sobre todo una vez entro en la Columbia Británica, la carretera me muestra señales de bisontes. Este era uno de los motivos para haber elegido esta ruta, ya que son más fáciles de ver en la Alaska Highway, y también por evitar a los osos, que merodean más por la Cassiar. Pues espero que se hayan equivocado con eso, porque bisontes (aquí los llaman más veces búfalos que bisontes) he visto un montón, pero osos negros dejé de contarlos cuando llevaba 15 en un día. Además, los muy jodios me esperan o bien justo al final de una subida o en la parte baja de estos interminables toboganes, donde mi velocidad alcanza tristemente los 13km/h como mucho. Menos mal que todo se queda en el cachondeo que habrá entre la comunidad osezna. Los primeros 100 km son fáciles, pero van mermando las energías, y es al llegar a los 3 dígitos cuando cambio de dirección y el viento que tanto me había ayudado se vuelve en mi contra. Se que cada km que haga será uno menos para mañana, así que me fuerzo a sacar 16 más, y así mañana sólo serán 100. Busco un sitio para dormir, y esta vez sólo en la BC concilio el sueño.

Cuando te miran así... se te olvida que son vegetarianos

Este no es negro, este es un grizzly
Un nuevo día amanece y ningún oso negro ha escalado a mi árbol. Tampoco ha atravesado nadie las defensas que me había montado a bases de troncos de árboles y ramas en torno a la tienda. Lo dicho, los osos se lo tienen que estar pasando pipa conmigo. Desayuno me tradicional sandwich de mantequilla de cacahuete y volvemos a la calzada, pero la suerte está de mi lado, ya que parece que ayer terminé el tramo penoso justo en la curva donde me acosté, así que el viento vuelve a ser mi aliado. La ventaja de ir sólo es que marcas tu propio ritmo, y yo soy bastante perezoso. Cualquier excusa es buena para echar el pie a tierra y sacar una foto o comer algo. Así que las paradas son abundantes, pero aún así el camino sigue fluyendo, y me encuentro bien, muy bien, tanto que me desvío 4 km para ver unas cascadas bastante graciosas.

Finalmente consigo llegar hasta el Liard River Campground. Pero esto no tiene nada que ver con los otros en los que he estado, para empezar, de los 12-15$ pasamos a 21$, supongo que por las aguas termales, y no me había tropezado con ninguno tan cargado de RV´s, casi parece una feria de la caravana, y se han traído el repertorio completo. Uno de ellos llevaba una Harley Davidson de tres ruedas dentro de la caravana (y es que Diox le da pan a quien no tiene dientes… o a quien se los saltaron) y el todoterreno remolcado detrás. Yo pongo mi humilde tienda en el suelo y confirmo que ahí va a clavar una piqueta quien yo te diga. Así que a montar el tinglado con cuerdas y a rezar para que no llueva (cosa que no ocurre). Pero yo he venido aquí a hablar de mi libro, así que de cabeza a las termas. Un pasillo de madera muy coqueto, de unos 500 metros te llevan hasta ellas. Esperaba algo más rústico, pero la verdad es que me han gustado mucho. El agua está caliente, a unos 40 grados por donde yo me metí, pero en los extremos oscila entre 60 y 30 depende hacia donde vayas. En el extremo más caliente han hecho un muro de piedrecitas a base de tiempo y valientes que no temían al valor. Yo soy muy cobarde y paso de mover piedrecitas. El tiempo máximo recomendado es de 20 minutos pero este es un sitio de paso, y las preguntas más repetidas son ¿de donde vienes?¿a donde vas?¿de donde eres? Así que durante un rato me convierto en el centro de atención, lástima que el bar estuviese cerrado, creo que me podría haber sacado un par de coca-colas por la gorra, jejeje. Y como quien no quiere la cosa casi son las 22.00 y llevamos todos allí más de 2 horas; el que más y el que menos se ha mirado las manos alguna que otra vez con gesto de preocupación, esto está mu arrugao, y como siempre cae el comentario sobre lo que no se debe arrugar nunca. La compañía es agradable pero va tocando volver a la tienda, que mañana hay que arrancar de nuevo.
El reposo del guerrero

 Y para empezar el día, el desayuno de los campeones. Pero ni aún así las tengo todas conmigo, voy a meterme en un parque provincial y ahí no puedes/debes acampar a tu buen parecer, así que las opciones son un Campground junto al Muncho Lake o zumbarme otros 116 km hasta el siguiente campground. Pero no tardo más de 15 km en darme cuenta de que hoy no será un día de largas distancias. El viento por fin ha girado, comienza a llover y me toca subir 680 métricos con los correspondientes sustos de osos y bisontes. Para colmo la rodilla derecha, levemente, empieza a protestar, así que uso relaciones más cómodas aunque me obliguen a dar más pedales. Y de remate llego a Muncho Lake; y es que si tenía que parar en algún sitio tenía que ser aquí. ¿O no lo creéis así?
Muncho significa "Gran Lago" en el lenguaje Kaska

Detalle de Muncho Lake
Pd. Casi se me olvida. En Watson Lake, el representante que tienen para el parlamento nacional, se planta todos los miércoles en la biblioteca, donde tiene un despacho, para atender a la gente ¿tenemos algo así nosotros?
Pd2. El amiguete Guillermo se toma unos días para darse una vueltecilla por nuestra geografía más cercana. Echadle un vistazo al blog que tiene bastante más gracia que yo con esto de las letras.

miércoles, 5 de junio de 2013

Mi día con los Gutenberg

Había pensado titular esta entrada como "my redneck day" pero probablemente no sería lo más adecuado. Primeramente porque redneck sigue teniendo ese aire peyorativo que en modo alguno podría ni querría aplicar a quien tan amablemente me ha acogido; en segundo lugar porque servidor ya traía el cuello rojo de sus días de bicicleta; y tercero porque con la mañana de lluvia que hemos tenido era complicado que se nos hubiese tostado el cuello.
 
Pero antes de seguir, ¿que es un redneck? Bien, como siempre, recomiendo que hagáis vuestra propia indagación (recordad que Google es vuestro amigo) y saquéis vuestras conclusiones porque básicamente me lo voy a inventar. Tradicionalmente los redneck han sido los campesinos del centro americano, granero de ese extenso país, los cuales tras su dura jornada en el campo, volvían con el cuello tostado por el sol. Son la esencia del country y no me refiero al manido Coyote Dax; elevados a mito/caricatura son Cletus de los Simpsons. Si bien la etiqueta, como decía antes, tiene ese toque peyorativo, cada vez más, y sobre todo desde dentro del propio colectivo, la están usando como un estilo de vida a defender. Traduciendo libremente lo que leí en la parte trasera de una pick-up: "lo que yo cultivo en el campo tú te lo comes en la ciudad".

Amaneció en villa Gutenberg y llovía. Levemente, pero llovía. Y para que negarlo, estábamos tan a gusto allí que fue una excusa perfecta para el ofrecimiento que nos hicieron durante el desayuno para quedarnos un día más, hasta que el tiempo mejore.
- Encantados pero, ¿podemos ayudarles en algo? - dijimos.

A por ellos que son pocos y cobardes
Y claro que había. En una casa de campo siempre hay algo para hacer. Para empezar había que meter un depósito de unos 5000 litros de combustible en un remolque. Así que empezamos a desmontar la caseta que le habían hecho y que estaba más ceñida que unos legins a una choni. La intención era desmontar uno de los laterales, pero visto que no terminaba de salir el depósito, y al grito de -la destrucción es más rápida- André, el cabeza de familia, empotró el torito contra el cobertizo. Aún nos tocó sudar un buen rato para conseguir meter el depósito en su sitio, pero a última hora de la mañana ya lo habíamos conseguido.

Torrando nubes en los rescoldos.

Tomamos la merecida comida, sopa de pollo del día anterior (seguía deliciosa) y barbacoa para más señas. Agua para regarlo. Y a zanganear un rato. Pero entonces llegó Mari, que había ido al súper (a 150km) y la ayudamos con la compra, y de ahí pues a ver si podemos partir un árbol que estaba caído y a llevar la madera a la leñera, pero otra parte hasta un montón que había en el terreno. Y así echamos la tarde, madera para arriba y para abajo. Con la madera que habíamos apilado hicimos una hoguera, una señora hoguera, y como toda hoguera que se precie, terminamos con la célebre escena de campamento quemando marshmallows. Y yo que no le veía sentido, y ahora sí que se lo veo. La nube, no es tan dulce como las nuestras, y al tostarse, que no quemarse, se dulcifica un poco más; si lo has hecho bien, y sólo lo has dorado, esa primera capa saldrá como una caperuza, quedando el interior blandito. No está mal, no me importará repetir.

Cuando ya creíamos haber terminado el día, montamos unos bancos de madera donde nos pudimos relajar durante un rato antes de pasar por la ducha y a dormir. Que ya nos merecíamos el descanso.

Un dibujo que me regalaron para que me acuerde de ellas.
Por desgracia André ya se había ido...

sábado, 1 de junio de 2013

Como un niño con zapatos nuevos

... y así es como me sentí cuando me puse de nuevo la bici. Esa estabilidad. La fiabilidad. La increible sensación de que, si me quería sentar después de pedalear de pie (ya puedo pedalear de pie), el asiento estaría donde debía. Y la alegría de perder de vista el sonido del neumático rozando con el cuadro. Una delicia.

El plan a corto plazo consistía en quedarnos a unos 25 km de Teslin ya que Tomás había podido contactar con una familia de la red Warmshower, así que debíamos recorrer unos 160 km, pero como la previsión meteorológica para el segundo día era de lluvia a partir del mediodía decidimos darnos un apretón y zamparnos 100km el primero para llegar temprano el segundo. Dicho y hecho. Bueno, no tan rápido, dicho, sudado, sufrido y hecho; porque el viento no se pierde una fiesta y nos hizo compañía en una buena parte del camino. Infatigable compañero fatigoso, si me permitís.

Los paisajes no fueron los más maravillosos del mundo. Y es que, siendo bosques frondosos de abetos y otras clases de árboles que no me atreveré a tratar de identificar, por suerte o por desgracia, los humanos nos saturamos rápidamente de la belleza, si no estaríamos extasiados con cada flor y cada pájaro. Pero también por suerte podemos mantener nuestra mente abierta y el ojo expectante a cualquier quiebro del camino que nos acelere un poco el ritmo.
Aguila calva.

Marsh Lake
Como tantas otras noches acampamos junto a un área de descanso y es que de este modo nos evitamos el tener que colgar la comida en los árboles para dejarla fuera del alcance de los osos ya que los cubos de basura que en ellas hay tienen unos compartimentos traseros que se pueden usar para dejar la comida, en su tres veces cerrada, bolsa. Como descubrí a la mañana siguiente, estos contenedores son a prueba de osos, pero no de ardillas, las cuales atacaron levemente a mi pan de molde (marditos roedores).



Junto Little Atklin Lake






A la mañana siguiente, sabiendo lo corto de la etapa pero sin olvidar la amenaza de la lluvia, nos pusimos en marcha. Tampoco hubo gran cosa que reseñar, y es que esto es así, más allá de la emoción de hacer un viaje de este tipo, los días suelen estar llenos de horas "vacías", que por suerte, de vez en cuando, quedan salpicadas con encuentros con un águila calva, un paisaje o con Swinde Wiederhold, una increíble chica de 25 años que lleva 2 y medio recorriendo América, desde la Patagonia hasta Prudhoe Bay. Uno se siente muy pequeñito a su lado. Estuvimos un rato hablando con ella y es alucinante como te dice con total naturalidad que suele rondar los 150 km diarios, y ante tu cara de espanto te dice que pronto los podrás hacer tú también (¿y yo porque? ¡¿yo que te he hecho?!). Después de despedirnos me quedé con dos remordimientos en la cabeza: no haberme tomado una foto con ella y no saber que haría tras llegar a ¿destino?. Al menos uno de los dos remordimientos me los quitaría después, pero aun no podía saberlo.

25 km después de este feliz encuentro llegamos a nuestra parada del día. Día corto. Nos recibió Mira Gutenberg y dos de sus preciosas hijas, nos hizo pasar y en nuestra casa que entramos. Su amabilidad ha sido realmente sorprendente, es una mujer vivaracha, con una sonrisa perenne en los labios y de mirada inquieta, expectante. Tan a gusto nos ha recibido que, visto el clima que se pronostica para mañana no sería raro que quizás nos quedásemos un día más. Pero eso ya se verá mañana.
¿Pero que hay allí adelante?