jueves, 29 de agosto de 2013

Bryce Canyon



A veces el uso de la palabra inapelable debería estar casi prohibido. No han pasado ni 24 horas y vuelvo a salir por la mañana, temprano, a eso de las 7:30 pero por la mañana. No obstante, diré a mi favor que había dormido bastante mal, no había conseguido conciliar el sueño y que las previsiones del tiempo eran de baja de las temperaturas. Sólo quedaba que efectivamente así se diese, pero bueno esas fueron las circunstancias.

Respecto a la temperatura, parece que el comienzo del día no se decide a darme, o quitarme, la razón. Se mantiene en torno a los 24 grados cuando abandono Spanish Fork y me meto en el valle. No es muy alto, y tampoco es que sea muy bonito, pero un detalle me da una esperanza que no mucho más tarde se va por el retrete. Hay una via de ferrocarril, y esto debería significar que no habrá grandes desniveles, pero claro, se me olvidaba el detalle de que en este país se construyen túneles para los trenes pero muy excepcionalmente para los coches, así que me veo en una casi perpetua subida durante casi 60 kilómetros, pasando de valle a valle, siempre ascendiendo hasta llegar a Fairview.

Llego tarde, de eso me doy cuenta inmediatamente. Es un pueblo pequeño, incluso dentro del standard americano, pero veo mucha gente en la calle. Probablemente más del doble de la población habitual, y en las aceras hay montadas pequeñas gradas, de tres escalones, donde se han debido de acomodar. Ha debido haber algún desfile. Bueno, es la hora de comer y busco donde echarme algo al buche. He ganado unos 600 metros de altitud y estamos a unos 23º. Me sigue saliendo bien el día. Me como la hamburguesa de rigor y al preguntar por el postre me dicen que tienen un helado que se llama superman. Me hace gracia y me lo pido. El nombre le viene muy bien. Azul y rojo son los colores que predominan en el, y el sabor es… de otro planeta. Pero necesito azúcar y me lo termino.

Vamos a por más kilómetros. Aun no lo se, pero desde aquí hasta el final de etapa estaré perdiendo altura de forma casi constante, salvo algunas subidas de menor importancia. Estoy en el interior de un amplio valle agrícola y el paisaje no invita, por lo general, ni a la parada ni a la reflexión, así que le doy al pedal, ya que no hay nada mejor que hacer.

Cultivos por doquier

Me estoy acercando a Manti. Probablemente, si Roldan hubiese escogido este lugar para esconderse, no habría Capitan Can, ni Paesa capaz de encontrarlo. Pero a pesar tratarse de un pueblo más, tiene una peculiaridad que araña la monotonía del anodino paisaje. Desde la distancia, una mancha de blanco impoluto. Desde un poco más de cerca, una torre, y junto a él, un templo, que tiene, en este lugar, tanto sentido como dos pistolas en un cura. Pero también hubo curas guerreros, y estamos en tierra mormona, así que aquí tenemos este pedazo de edificio, para nada feo, que domina la llanura.

Templo mormón de Manti

Cuando se van acercando las 20.00 estoy en mitad de ninguna parte, solo que con ganas de seguir, así que dejo que la noche se eche sobre mi y continuo. La carretera es solitaria, y sólo de tarde en tarde pasa algún coche. No se que pensarán al ver, en plena noche, a un tipo con un carrito pedaleando.

Una laguna. Una sorpresa en el camino

Hay luna. Sangrienta. Entiendo que en momentos así los antiguos se pusiesen un pelín nerviosos. Por mi parte la saludo con alegría. No se cuanto tiempo más estaré en la carretera, pero su luz me vendrá bien.

El destino ya está en mi cabeza. De nuevo se produce una pequeña coincidencia. Salina es el último pueblo donde podré seguir la 89 con tranquilidad ya que parece que se vuelve a unir a una interestatal, y además calculo que cuando llegue allí, habré hecho 100 millas. Me gustan los números redondos.

Son casi las 23.00 cuando llego a destino y tomo una habitación en cuyo favor sólo se puede decir que tiene una cama. Compro unas colas de una máquina y una vez duchado y rehidratado no puedo más que darme una palmadita en la espalda y echarme a dormir, que hoy me lo he ganado.



Aprovecho al máximo la cama. Y cuando me levanto lo hago con un hambre atroz ya que ayer no cené, así que me planto en una cafetería que no queda a más de 100 metros y me calzo un desayuno… desayuno.

El equipo A utilizó este bus

Así que, entre pitos y flautas, me pongo en marcha tarde, a las 11.30. Tengo el cuerpo resentido de las horas de ayer en la bici, así que me parece que hoy haré una tirada corta, y así es. Un día sin pena ni gloria, desde luego sin gloria, en el que termino en Richfield, que cuenta con su Mc Donald con su wifi e incluso un Walmart. Tomo posesión de una plaza en un KOA (Kampground Of America… sí, aquí son también muy alternativos sustituyendo C por K… "que duros somos, corrompemos la ortografía") y me paso el día leyendo, estirando y mojando mi escultural culo en la minipiscina.

Mañana será otro día.






Según el plan minuciosamente tramado ayer me he levantado a las 04.00 y finalmente me he puesto en marcha a las 04.40.

Mira mamá, vengo del infinito!!

He tenido que hacer varias paradas ya que la 89 que hasta ahora tan bien me había traído, se unía a la I70, la cual quería evitar. Por suerte, la antigua 89 circulaba paralela a la I70 hasta Sevier, donde se separaba de esta para internarse en un cañón. Más correcto sería decir que el carril bici que había estado siguiendo desde hacía unas 5 millas se internaba en el cañón. Al poco de salir del mismo llegué a Marysvile, donde por fin pude desayunar unas tostadas a la francesa y un café. Desde aquí, donde ya llevaba unas 30 millas, he hecho otras 20 más hasta Circleville, donde he decidido plantar el huevo. Y ¿por que aquí? básicamente por dos motivos: el siguiente pueblo está a unas 30 millas, y por lo que veo la mayor parte de los campos están vallados, con lo que hacer noche es más complicado; no quería circular bajo el calor y mañana quería levantarme temprano, otra vez a las 04.00.

Esquí acuático estaban haciendo aquí

El camping no está mal del todo, e incluso tiene wifi. Así que queda adjudicado. 

Consigo hablar con Carmen y así también retraso la hora de bajar a comer. Pizza. Una buena ración. Ahora ya no será necesario cenar. Si acaso un helado… ya veré.

La tienda de comestibles está al lado del restaurante y me acerco a comprar un batido para mañana, pero al salir a la calle me cruzo con dos ciclistas que van hacia el sur. Esto no es lo raro, si no que ambas llevan, en el casco, unos pequeños cuernos rojos con lentejuelas ¿una despedida de soltera? No puede ser. Pues va a ser que sí, porque al salir de la tienda con el último batido de chocolate del mundo (a decir del precio) me adelanta otra ciclista, esta vez sin cuernos. Lleva una aureola. Estos americanos están muy locos.

Se me olvidaba. Me he cruzado con otro cicloturista, pero este en entrenamiento. Nunca ha hecho un gran viaje, así que está entrenando para la transam, por los estados del sur en invierno, aunque primero bajará desde Oregon hasta California para ver a sus hijas… con dos cojones el abuelo!!

Finalmente, mi previsión de tarde calurosa fracasa estrepitosamente. Lluvia, fuerte, toda la tarde, al menos en el camping hay una zona techada desde donde puedo escribir y leer.



El despertador vuelve a sonar a las 04.00. Entre que desayuno y recojo el campamento estoy en marcha sobre las 5.15. Hace fresquiviri, pero no se está a disgusto. Además, el chaleco reflectante abriga un montón. Sí, señor.

El terreno es suave. Tanto para la subida como para la bajada. El tráfico prácticamente nulo, y el paisaje tampoco dice mucho, aunque ahora que lo pienso, llevo un par de días que todo esta más árido, ya no domina el verde o el amarillo de los cultivos, si no más bien un color parduzco, más propio de terrenos arcillosos (habló el geólogo).

De cualquier modo, me planto en Panguitch y desayuno algo, y aunque tengo comida compro, una vez más, el último pan de molde del mundo (a decir del precio); hoy llegaré a Bryce Canyon National Park, y allí no espero encontrar muchas tiendas.

La temperatura no ha subido mucho, y el cielo se mantiene encapotado. Ya doy por hecho que la altura que he venido ganando va a mantener el clima fresco, así que creo que puedo empezar a despreocuparme por las temperaturas. En cualquier caso, aunque hubiese invertido exitosamente mi ritmo de sueño, hubiese tenido que revertirlo para visitar los Parques Nacionales, y es que, a oscuras pierden mucho.



Salgo de aqueste lugar y me dirijo hacia el parque nacional. Tomo el desvío, dejando atrás un par de negocios y comienzo una ascensión bastante malintencionada, si bien, unos 8 km más adelante, y al entrar en el Bosque Nacional de Red Canyon, vuelve a suceder lo de siempre. El paisaje es tan absorbente que uno se olvida de la pendiente. Sin embargo no avanzo mucho. Me acerco al centro de visitantes y me indican que el parque, como tal, está a unas 15 millas, y que los campgrounds están llenos, así que me quedo en el bosque nacional, con la intención de pasearme un rato por aquí, y ya mañana subir hasta el PN.

Cojo plaza en el campground, monto la tienda, y cuando voy a darme el paseo. Una cortina de agua apaga el mundo. Así que me paso el resto de la tarde refunfuñando y leyendo dentro de la tienda. Parece que va para largo y me voy a olvidar del paseo.





Como el calor no será un problema me doy el lujo de levantarme tarde. Lo que quiere decir que empiezo a las 09.40 a pedalear. Red Canyon es espectacular, una suave pendiente, por un carril bici totalmente separado de la carretera me va alzando, entre columnas de piedra, talladas por viento, hielo y agua hasta un altiplano. Subir, con este paisaje, no es esfuerzo, y paro una y otra vez para hacer alguna foto. Como siempre, lo que capto no es ni por asomo, una sombra de lo que veo.

Salgo al altiplano y parece que he cambiado de mundo. Una basta llanura se extiende ante mi, cercada por picos que a lo lejos parecen contener una marea de nubes. Lo malo es que la contienen dentro, no fuera.

Llego a una gasolinera y busco algo para echarme al estómago, pero los propios dueños me recomiendan un bar a escaso medio kilómetro. Así que me encamino para allá, si bien antes, a la salida, una señora que estaba de paseo con sus hijas en bicicleta me pregunta por el camino y ya después por la ruta. Tras un rato de charla me pregunta si soy alemán… por el acento. Pues vaya, no. Español.

Lo gracioso es que al entrar en el bar veo que un hombre, que está desayunando con su familia se me queda mirando en varias ocasiones. No le doy más importancia pero se ve que él si. Llegado un momento, se acerca a mi y me pregunta si soy holandés. Al parecer me parezco a alguien que conoce o algo así. Será mi depurado acento bávaro, producto de años de estudio de lenguas germánicas (modo ironía: ON).

¿Aquello de comprar pan en Panguitch porque en Bryce Canyon no habría tiendas? Correcto, pero dos millas antes de entrar hay un maldito pueblo entero. Menos mal que no me gano la vida haciendo predicciones.

Ya en el parque me acerco al centro de visitantes y le pregunto a uno de los rangers que rutas me recomendaría hacer. Me señala un par de ellas, pero me advierte que por la tarde suele haber lluvias y tormentas de relámpagos (no me digas, mi tienda sigue mojada de la de ayer). Dejo la bici amarrada, me pongo los patucos de andar y espero al autobús (gratuito) que me llevará a los puntos que me ha señalado el ranger.





Impresonante. Pendientes imposibles talladas en la arcilla que te adentran en un mar de columnas. Estrechos corredores que se alzan hasta tocarse en el cielo. Arboles de formar imposibles: rectos como varas, torcidos como… algo muy torcido. Compararlo con cualquier otro lugar de los que haya estado pierde todo su sentido. Es como comparar acantilados con marionetas. Sigo el trazado, que en algunos puntos está un poco impracticable por el fango, así que voy poniendo perdidas las zapatillas, cosa que no me preocupa en absoluto. En algún momento me cruzo con excursiones al caballo, y aunque estoy convencido de que es más probable que sea yo el que tropiece y caiga, por nada me subiría a una grupa para andar por esos estrechos caminos. A pesar de que ocasionalmente chispea, el aguacero me respeta. Un alivio.





Finalmente vuelvo a por la bici. Bryce Canyon me ha enseñado lo que tenía que ver, y aunque uno puede echar aquí una semana haciendo rutas, me he dado cuenta de que, sobrecargar la retina, la insensibiliza y aun me queda por ver Zion. Así que me dejo caer de nuevo por Red Canyon Forest, esta vez con la cámara de video en la caboza y antes de llegar al cruce con la 89, planto campamento y dejo que mis sueños vaguen por los pasillos de Bryce Canyon una vez más.

Un tio feliz




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