jueves, 16 de mayo de 2013

De la montaña al llano

Dios me salve María de empezar a darme ínfulas de gran conocedor de la idiosincracia alaskeña, pero aquí algunos detalles tontos que he ido observando.

Como ya comenté, el tema de la automación, por términos generales (y no me refiero a un 40%, si no más bien a un 80%) está sobredimensionado respecto a los estándares europeos. No he preguntado el motivo pero intuyo dos razones fundamentales, la primera y más obvia son las condiciones climatológicas. Aquí te cae una nevada y te pone 10cm de nieve en menos que canta un gallo; y aunque me dicen que es anecdótico en esta época del año, eso ya me ha pasado a mi. De modo que por un sencillo sentido de seguridad es normal que los coches cuentes en cualquier caso con la tracción a las 4 (ó 6 ruedas). Por otro lado, tradicionalmente la gasolina en EEUU ha sido relativamente barata, por lo que no tienen una cultura del "¿y esto cuanto consume?".

Pues esto lo podemos llevar también a las caravanas. Esta región tiene pocas carreteras, y si bien está en muy buenas condiciones, lo que aquí llaman una autopista, en España es una nacional, pero de las buenas, con generosos arcenes y bandas sonoras a los laterales. Cada pocas millas uno encuentra áreas para que los vehículos puedan estacionar a los lados y, de un modo más esporádico, cuartos de baño. Pues como decía, las caravanas también son "oversize" (enormes en cristiano). En algunos casos son, directamente, autobuses de línea carrozados como caravanas. Si en España suele ser habitual que tras la caravana la gente lleve unas bicicletas o incluso una moto, aquí no es extraño ver como arrastran un todo terreno o furgoneta.

De cualquier modo, el turismo de la zona está mayormente orientado para estos vehículos ya que, los campground donde me suelo quedar suelen contar con plazas muy amplias para darles cabida. Estos campground suelen contar también con zonas de aseo si bien, dado las fechas, las conducciones de agua están congeladas aun, con lo que es extraño que las duchas funcionen correctamente. Así que cuando uno lleva ya unos días pedaleando y acudiendo a las toallitas húmedas o las "duchas de nieve" pues no se aguanta ni a si mismo; eso quiere decir que ha llegado el momento de querernos un poco y dirigirnos a uno de los "Lodge" que jalonan la carretera.

Estos Lodge, en muchas ocasiones suelen tener la distribución de pequeñas cabañas ya que el terreno no es problema y permite un crecimiento escalonado del negocio. También suele ser habitual que no cuenten con aseo en la propia cabaña sino en el edificio principal o en un anexo; así que conviene planteárselo con humor.

Dejando atrás las montañas
Y con humor salí del Sheep Mountain Lodge el domingo 12 de mayo. Aún no lo sabía pero había dejado atrás la parte más complicada del viaje hasta el momento; así que con algo de viento en contra y bastante descansado comencé la jornada. Fue un poco más tarde cuando empecé a notar que la carga en las piernas, más allá de que el terreno no era muy complicado, era menor a la esperada, y que el dolor en las posaderas estaba muy mitigado. Por fin parece que mi cuerpo empieza a acostumbrarse.
Por lo demás el día es bastante gris, pero me permite descansar y recuperarme bastante.



Superhamburguesa Eureka


El problema es que había consumido ya todas mis reservas de lo que vengo a llamar "la dieta del cacahuete" ("arcahuese" para los de toda la vida) consistente en M&M´s y mantequilla de cacahuete, con lo que a eso de las 14.00 estaba con una pájara monumental, pero ahí, caída del cielo, tenemos una estación de servicio con su tipiquísimo bar de carretera. Dos hamburguesas con sus pataticas y coca-cola (la cara de la camarera era un poema cuando pedí la segunda hamburguesa).





Aeródromo de Tanzila... "pa machos
Supervitaminado y mineralizado continúo viaje, ya empezando a barruntar sobre donde habré de plantar el huevo esa noche. Pasan los kilómetros y la mejor opción parece la parte de atrás de un Lodge cerrado junto al aeródromo de Tanzila. El proceso es el de siempre, planto la tienda, saco las cosas que necesito del remolque y alforjas y para dentro sin cenar; un poco de lectura, escribir si no estoy que me caigo y recriminarme por no haber estirado. Esta vez queda sazonado por que está lloviznando lo que lo acelera todo un poco.

Heme dentro de mi tienda, leyendo en la ¿oscuridad? de la noche, cuando empiezo a oír ruidos a mi alrededor. Lo lógico y normal es que uno coja el saco y se lo suba hasta las cejas, porque todos sabemos que los sacos son a pruebas de bala, al igual que el poliester de las tiendas de campañas, búnkeres ellas mismas. Después de 4/5 minutos con las orejas más largas que el lobo feróz, atento a cualquier cosa que suene, decido arriesgarme a mirar. Nada, sólo la lluvia. Pero precavido que es uno, decido coger algún arma... mi navajita de 6 cm de hoja (temblad malvados!!!); en realidad la navaja, obviamente, no es para enfrentarme a nada ni nadie, pero tenerla a mano me puede permitir rajar el saco y la tienda para salir por piernas. Así que con la tranquilidad de que puedo salir corriendo (y caer extenuado en 300 metros), vuelvo a la lectura. Más ruidos, saco a las cejas, reunión de valor y volvemos a asomar la nariz... no voy a aburrir pero esto se repitió 2 ó 3 veces más. El problema es que no me había dado cuenta que ya no llovía, sino que nevada, y las nieve acumulada en las ramas de los árboles al caer era lo que yo identificaba como los pasos del Wendigo. Pero claro, de eso me percate a la mañana siguiente. Bien, ¿que hemos aprendido de todo esto? Que llevarte la colección completa de Stephen King si vas a dormir en mitad de un bosque quizás no sea la mejor idea.

Buenos días, ya es lunes y eso quiere decir que debería llegar a Glennallen, supuesto crisol de caminos y cruce de culturas. Pues no, al menos nada de crisol de culturas, eso sí, tiene el cruce de camino que si me llego a despistar (eso ya el martes) me voy hacia Valdez. El entorno ha cambiado enormemente. Me encuentro en una gran llanura, un terreno perfecto para rodar, y para morirse de aburrimiento. A los lados de la carretera un interminable bosque de abetos (el dichoso arbolito de navidad) jalonan el camino. Digo interminable, y en realidad podría tener sólo un par de cientos de metros de anchos el bosque, pero la densidad de los mismos es tan alta que no permite ver más allá. No quiero imaginarme lo que debe ser desorientarse ahí dentro, porque podéis añadirle que el suelo, tras meses de nieve que ha comenzado a derretirse, se adivina pantanoso. Si bien pedalear con nieve no es la mayor de las felicidades que uno puede tener, doy gracias a este frío porque los mosquitos de la zona en junio deben de ser una auténtica tortura (aunque probablemente sea con lo que me toque lidiar en Canadá).

Finalmente consigo llegar a Glennallen y para este momento ya hay acumulados 15 cm de nieve, así que, check-in en el Caribou motel (sin wifi), cenita a base de pizza king-size y a dormir; no sin antes pasar por la bañera para recuperar la temperatura en los dedos de los pies.