domingo, 20 de octubre de 2013

La costa californiana

Tenía mis dudas sobre como, o mejor dicho, por donde, entrar a México, y esto obviamente habrá de influir en la ruta que tome en California, pero lo cierto es que no será determinante hasta que haya sobrepasado Los Ángeles, y antes de esto tengo que bordear toda la costa californiana.

Ya me habían advertido que debía olvidarme del manido concepto de los vigilantes de la playa y pensar más en la mansión de Tony Stark (voy a dar por hecho que habéis visto Iron Man) y en donde está situada. Y vaya si llevaban razón.

La carretera, para ir en bicicleta, no es la más segura del mundo. Es muy revirada, y el arcén parece estar inspirado en el curso del Guadiana: ahora está, ahora no está. Por suerte, la gente sigue conduciendo razonablemente bien aunque... bueno, siempre hay alguien que le pone sal a la vida. Esta carretera está más pensada para un chevrolet descapotable o una Harley también descapotable, naturalmente. Sin embargo, a pesar de lo estrecho, revirado y abrupto de la carretera hay abierto una gran cantidad de miradores que invitan a detenerse a disfrutar de la vista, del viento y del olor a mar.

La carretera en cuestión recibe el nombre, en buena parte de su trazado, de Cabrillo Highway, y aunque no presté excesiva atención a esto, si algunos os decidís por ella para hacer algún viaje (decisión acertada) estad atentos a las gasolineras que no recuerdo que hubiese un montón. Abandonando SF, se toma por primera vez esta carretera en una playa de rubia arena que se extiende por un par de kilómetros ante uno. Al otro lado de la carretera, cientos de pintorescas casas de las que, de tanto en tanto, entra o sale un surfista dispuestos a dar los 100 pasos que los separan de las olas.

Comienzo de Cabrillo Highway.

Y a partir de ahí, comienza el espectáculo...
Vista desde albergue juvenil

Hacer unos km más por la costa de Monterrey merece la pena

Puerto de Monterrey

Essssssstilo

Me daba un aire a Moher

Inmensidad

Me sigue recordando a Irlanda
Una vez uno llega a Big Sur, que según cuenta la leyenda es una base de la marina para detección de submarinos, la carretera deja por unas millas la costa. Si a uno le apetece, y por diox que debería apetecerle a todo el mundo, puede hacer noche entre sequoias gigantes en uno de los más idílicos campgrounds que me he encontrado... y con zona de ciclistas!!.

Puente a la zona de acampada

Desde el puente mirando a la derecha

A escoger elárbol bajo el que acurrucarse.


Una vez repuesto, al dejar el camping hay que empezar a subir, pero en este caso, a diferencia del resto de la costa, la subida será más dura y de unos 5 km. Tampoco nada demoledor, pero viene bien para salir de la rutina; y como siempre, despues de subir, toca bajar. No hay mucho que contar de estos días, fueron plácidos, sin sobresaltos reseñables, salvo que en Monterrey hube de parar un día porque había cogido un leve enfriamiento.
Panorámica de la costa.

Cascada a la playa. Única en esta costa.





Si bien esto no es la explosión natural que había en otras zonas no hay que dejar de echar vistazos, porque además de los leones marinos de más abajo uno puede ver ballenas a lo lejos... o no tan lejos. Estando en Gorda, un ridiculamente pequeño pueblo, enclavado en la carretera sobre unos 200 metros de acantilado, pude ver un grupo de ballenas que estaban alimentándose (los documentales de National Geographic me permiten así afirmarlo) a unos 500 o 600 metros a vuelo de pájaro. Lo más alucinante era que incluso a esa distancia se podía escuchar por momentos sus "cantos".

Dos rombos
Un par de días más tarde, en uno de esos momentos de máxima torpeza, mientras tomaba la siguiente foto, la bici me hizo un pequeño raro y la cámara dio contra el suelo. Como es de imaginar, no me hizo ninguna gracia, ya que la cámara hacía unas fotos excelentes y el rendimiento de la batería era increíble, pero por desgracia la frustración no arregla objetivos, así que días más tarde, ya en Los Angeles, me hice con una nueva cámara, esta vez con GPS incorporado.

La última foto de mi vieja Casio
Y por fin llegué a las célebres playas de Santa Mónica donde, por pura casualidad, me tropecé con una serie de partidos de volley-playa femeninos... pero yo estaba sin cámara, que lástima ¿no? 

Vista desde el muelle de Santa Mónica.
La mítica ruta 66 que cruza los EEUU desde Chicago (hay quien la empieza en Nueva York) hasta Los Ángeles. Inmortalizada en varias películas ha entrado dentro del misticismo popular como una ruta hacia la libertad, plagada de cadillacs descapotables y pandas de moteros. Habrá que hacerla un día de estos... pero no en bici.

Muelle de Santa Mónica. Fin de la ruta 66.
En Los Ángeles pasé un par de días, y lo cierto es que la ciudad no me ha gustado. Quizá será porque estuve en barrios, que sin llegar a la categoría de guetos, sí estaban más bien deprimidos, pero supongo que Los Angeles también es esto, no sólo Hollywood Boulevard. De cualquier modo, mi mente sigue estando dominada por la estructura de la ciudad europea, y estas ciudades se me siguen haciendo excesivamente grandes, sin altura, porque salvo en los centros financieros es raro ver un edificio de más de tres plantas, pero enormemente extensas. Así el día que fui a dejar la ciudad, pasando primero por Hollywood para hacer la turistada de rigor, estuve a punto de no dejar la ciudad a pesar de estar todo el día rodando.

Al menos he sacado una experiencia de todo ello y es que ahora, más que nunca, se que no pasaré por México DF salvo urgencia perentoria, ya que esta ciudad tiene el doble de población que Los Ángeles, y me da en la nariz que la mitad de semáforos.

Centro financiero de Los Ángeles

La puñeta tras Los Ángeles es que los campings mágicamente desaparecen. Acampar en la playa está prohibido (me lo explicaron con un foco en la cara) y dependiendo de la zona, los hoteles pueden ser extremadamente caros... así que la siguiente foto se hace desde el banco donde me tocó estar leyendo toda la noche.
Muelle al amanecer
 La costa ha perdido ya toda la fuerza agreste que había tenido hasta llegar a Los Ángeles, pero aún así uno puede encontrar sitios curiosos, aunque peligrosos, como esta sucesión de pasillos a pie de playa. Aunque me da en la nariz que no debe ser el único lugar ya que toda la costa es arcillosa y estas formaciones deben ser habituales.


Y por fin llegamos a San Diego, puerta de entrada a México. Y todo lo que no me gustó Los Ángeles me ha gustado San Diego. Me ha dado muchísima más sensación de limpieza; no es agobiante, quizás porque he ido casi todo el rato por el mar y porque es mucho más pequeña (sin ser pequeña), o porque haya entrado por el barrio financiero. No lo se, pero me gustó.

San Diego. Junto a la estación de autobuses.

Las opciones que estuve manejando para México eran entrar por Tijuana y seguir hacia el sur por la Baja California, o desviarme hacia el interior, hacia Mexicali y bajar por Sonora. En contra de la primera opción estaban los barrios de favelas que se han creado en la ciudad y que podrían ser peligrosos, y en contra de Sonora... pues Sonora, un desierto con palabras mayúsculas. Así que al final opté por Tijuana y confiar un poco en mi buena estrella.

Estoy bastante emocionado con esto de entrar en México, y lo cierto es que estos últimos días apenas he estado en el presente y haya juzgado con excesiva dureza a Los Ángeles pero... no, paso de Los Ángeles.

Ahora, cuate, agarrémonos los machos y dejémonos crecer el bigote que nos vamos a México!!