Salgo a la carretera y comienzo a subir. Por lo que me han dicho tengo subida para rato así que me lo tomo con calma. A medida que asciendo, de tanto en tanto, me encuentro cuadrillas que a golpe de machete mantienen limpia la carretera. Poco después de comenzar encuentro un pequeño pueblo donde paro a desayunar algo, y sigo para arriba. La carretera es revirada y el muro verde me espera a la vuelta de cada curva, con lo que no puedo disfrutar de grandes panorámicas.
Recuerdo con especial cachondeo la segunda parada que realicé, para tomarme un refresco, ya que me encontraba bastante sediento aun cuando no dejaba de beber. En un cruce de caminos, o más bien en el cruce de la carretera con un camino; me encontré con dos pequeñas tiendas de abarrotes, casi enfrentadas la una a la otra. Tomé mi refresco y me senté bajo una casetilla que debía hacer las veces de parada de autobús. Mientras bebía, por una vez con calma, estuve hablando por teléfono con España. Terminaba ya mi conversación y mi refrigerio cuando me di cuenta que, bajo mi, se había formado un pequeño charco; pensando que mi bolsa de agua se había abierto, me levanté para comprobarlo, pero resultó ser sudor. Todo yo volvía a estar empapado, de pies a cabeza, y por mucho que esto empezase a hartarme no me quedaba más remedio que tragar con ello.
Llegué a El Tuito, techo del día, justo a la hora de comer, es decir, cuando tenía hambre. Y decidí dar buena cuenta del pollo rostizado que ya antes había visto preparar pero que hasta el momento no había probado. Hay que decir que según la región de México, lo conocen como "rostizado" o "asado al carbón" e incluso a la "Michoacana". Lo llamen como lo llamen, está realmente delicioso. La preparación, en apariencia es sencilla y me da la impresión de que en sitios económicos, frente a "buenos" restaurantes, puede tener ese punto extra que te da el palpar la cocina autóctona. El pollo, sazonado con limón, sal, mejorana, tomillo y romero, hay quien le pone paprika y añade algún picante, es depositado sobre una parrilla que descansa sobre unas brasas. Lo curioso es que estas brasas usualmente se depositan en un bidón que ha sido cortado longitudinalmente por la mitad, de forma que la otra mitad se utiliza para tapar los pollos una vez están en la parrilla. Si el cocinero se ha tomado la molestia, habrá cortado, y puesto una bisagra, en esta parte del bidón de forma que no tiene que abrir el invento entero para comprobar si está no o al punto. De guarnición las sempiternas tortillas (que a mi me siguen sabiendo sosas), y a elegir entre ensaladas, frijoles, patatas y/o arroz. Esta comida la repetí cada vez que tuve ocasión.
En el pueblo había una tienda de bicicletas pero los neumáticos que tenían eran todos muy taqueados, malos para rodar, aunque dado el estado de las carreteras y caminos, los más recomendables... salvo por mis schwalbe. Las ruedas, en cualquier caso, parecen poder aguantar unos cuantos kilómetros aun.
Desde aquí tengo una suave bajada por los siguientes 30 km. No tan suave como para no dar pedales, pero si lo suficiente como para que la digestión no se convierta en algo pesado.
Comienza a hacerse tarde y llego a un pequeño poblado, poco más que una calle de 1 km de largo, con dos o tres paralelas a la principal. Veo una tienda de repuestos y tienen una rueda de 26x1,50 con muy poco perfil. Ya comenté esto anteriormente, pero lo refresco rápidamente, 26" da la medida del tamaño de la rueda, mientras que los 1,50 indican el balón del neumático, es decir, yo vengo usando 1,75 y sería pasar a 1,50, lo que es tener una rueda más fina, que debería rodar algo mejor. Sigo prefiriendo los Schwalbe con mucho, pero tener este neumático a mano me puede sacar de un problema. En el proceso de compra ando charlando con los lugareños, y sobre todo con Ismael, un jovenzuelo que se ofrece a llevarme a la vecina población de Tomatlán; deniego su amable invitación por un triple motivo: 1. quiero saber donde voy a pasar la noche; 2. en la medida de lo posible no quiero tirar de vehículos a motor y 3. no hay casco para la moto.
Averiguado el punto 1 anteriormente mencionado, me doy una pequeña vuelta por el pueblo más en busca de comida que otra cosa, y vuelvo a encontrarme con Ismael con el que charlo un rato. Es un emigrante pero a la inversa, ya que "escapó" de Los Angeles, entre otros motivos, por la alta inseguridad de la zona, lo cual no deja de resultar curioso para alguien que no conozca el pueblo de Pino Suarez. Tiene ganas de viajar, Europa y sobre todo, España le llaman poderosamente la atención, así que es terreno abonado para los ánimos que trato de infundirle ¿quien sabe, quizás un día le haga yo de guía en mi tierra?
Este es uno de esos días que, sobre el papel, deben resultar sencillos. En 96 km la cota máxima fue de 140 metros. El problema está en que fue uno de esos días que llamamos "rompepiernas", el perfil es una hoja de sierra mal mellada, imposible encontrar un ritmo cómodo de rodaje. Cuando te vas a poner de pie sobe la bici para dar los últimos empujones empiezas a bajar y no has terminado de recuperar el aliento cuando ya toca subir.
Para rematar, el día se torna caluroso, con picos de 40 grados y voy paralelo a la costa pero sin llegar a verla en ningún momento. Es en estos momentos cuando me acuerdo de todos aquellos que me escriben diciéndome lo afortunado que soy por ver lugares tan hermosos, que no digo que no sea afortunado, pero que para llegar a verlos hay que pasar por estos páramos del verdor.
Tan malo fue el día que ni foto tomé.
En cualquier caso, los días se acaban, y después de pasar tres veces por Emiliano Zapata, o por tres pueblos que se llamaban Emiliano Zapata o por el único Emiliano Zapata pero divido en tres, llego a Aguas Calientes. Doy la clásica vuelta al pueblo, bebo algo y ceno en un pequeño puesto junto a la carretera. El prado que está justo al frente parece ser un sitio tan malo como cualquier otro para plantar el huevo, así que para allá que voy.
Horas más tarde dos potentes focos me despiertan. Un tanto desorientado y temiendo que por fin fuese a ser víctima de la fama de México, asomo la cabeza por la tienda. -¿Qué hace, amigo?- me pregunta. Teniendo en cuenta que deben ser la 01:00 a.m. y estoy en una tienda de campaña, creo que la respuesta es excesivamente obvia, así que respondo directamente a la pregunta que aun no me han planteado. - Viajo en bicicleta. Para estas alturas ya me había percatado de que eran policías, lo cual me relajó bastante, y le hice ver que los faros no iban a ayudar a la conversación. Obviamente estábamos a un distinto "nivel energético", yo quería dormir y a él le quedaba aun una larga noche de servicio, y claro está que yo resultaba ser una curiosa ruptura de su monotonía, de modo que no tuvo ningún problema en ir tirándome de la lengua para que le contase que era exactamente eso del cicloturismo, y porque me había embarcado en algo así.
Sin embargo, supongo que mi rostro de cansancio le hizo ver que lo que yo necesitaba era dormir y no charlar. -Amigo, este no es un sitio seguro para dormir, mejor véngase con nosotros al cuartel que allá estará protegido-, debió ser mi expresión, algo perezosa ante la idea de desmontar y volver a montar el campamento que cambió de parecer -mejor esperese, quédese aquí y nosotros estaremos aparcados aquí al ladito.- Además, el agente Magaña me facilitó su número de teléfono, por si acaso tenía algún problema o necesitaba algo.
Sé de la fama que la policía tiene en México. Pero también sé de las experiencias que voy echándome a la espalda, y hay un claro conflicto entre ellas.
Amanece, que no es poco, y tras un frugal desayuno inicio la rutina diaria.
La carretera, que seguirá paralela a la costa, me deja ver de vez en cuando el mar que me queda a la derecha (si me quedase a la izquierda me habría perdido mucho). No hace mucho calor, aunque esto cambiará rápidamente conforme avance el día, llegando a marcar unos sospechosos 40 grados. Así que visto el panorama, y dado que veo un sugerente cartel de "Playa Boca", tomo el desvío. Una corta carretera me lleva hasta una amplia playa, dejando atrás unos cuantos edificios que en su momento hubieron de dar algún servicio turístico. El lugar es realmente bonito, típico y tópico, con una ensenada amplia, que de seguro en su momento fue refugio para barcos, arena fina y cocoteros. Quizás el estar algo retirado de grandes ciudades hizo que no funcionase como destino turístico, pero aun así no me termina de cuadrar el estado ruinoso de esos edificios. Rezongo un rato en la arena y vuelvo al pedal... empiezo a notarme algo raro.
La carretera, que seguirá paralela a la costa, me deja ver de vez en cuando el mar que me queda a la derecha (si me quedase a la izquierda me habría perdido mucho). No hace mucho calor, aunque esto cambiará rápidamente conforme avance el día, llegando a marcar unos sospechosos 40 grados. Así que visto el panorama, y dado que veo un sugerente cartel de "Playa Boca", tomo el desvío. Una corta carretera me lleva hasta una amplia playa, dejando atrás unos cuantos edificios que en su momento hubieron de dar algún servicio turístico. El lugar es realmente bonito, típico y tópico, con una ensenada amplia, que de seguro en su momento fue refugio para barcos, arena fina y cocoteros. Quizás el estar algo retirado de grandes ciudades hizo que no funcionase como destino turístico, pero aun así no me termina de cuadrar el estado ruinoso de esos edificios. Rezongo un rato en la arena y vuelvo al pedal... empiezo a notarme algo raro.
Pequeño arroyo que da a la playa. |
Mar "bravido" |
Una larga recta me lleva hasta Chiuatlan, donde de nuevo me calzo un pollo rostizado, esta vez regado con agua fresca de tamarindo. Muy refrescante aunque suelen gustarme bebidas más dulces o ácidas.
Vuelta a subir y vuelta a bajar, y como quien no quiere la cosa aparezco en las playas de Manzanillo. Ante mi una amplia bahía, con una playa estrecha, plenamente ocupada por sombrillas y mesitas. Me sigue llamando la atención el hecho de que no se estila el estar tumbado en la arena. Manzanillo abraza la bahía en buena parte con un gran puerto comercial, más que de cruceros.
Bahía de Manzanillo |
Finalmente me doy un lujazo y acabo en un hotel como dios manda... y menos mal. Me despierto a la mañana siguiente con toda la cama empapada en sudor. Los siguientes cuatro días los pasaré en Manzanillo, a golpe de zumos, agua y fruta, sudando los 39º de fiebre. Al parecer es la primera vez que alcanzo esta temperatura, y con un poco de mosqueo busco información sobre el dengue (en resumen: no estoy en los grupos de riesgo, y mientras sólo lo pille de una de las dos cepas que existen, no habrá problemas... chingado está uno cuando se mezclan las dos), pero no creo que haya sido esto. No tengo ningún otro síntoma; no me duele la cabeza, ni el estómago, ningún dolor articular ni hipersensibilidad. Sólo calor y sudor. Quizás fue por eso por lo que salí huyendo de aquel tugurio. El cuerpo es sabio... más que nosotros mismos.
Mi hogar por 4 noches. |
http://www.movescount.com/moves/move19882870
Ver Que malito estoy... o no tanto en un mapa más grande