domingo, 16 de mayo de 2010

La inflexión

Todo, siempre, depende de la motivación. Ese famoso "querer es poder". Cierto es que lo más correcto sería "querer es ponerse a ello", porque el poder a veces se nos escapa... yo soy yo y mis circunstancias.
Por ello las circunstancias nos marcan. Y a mi me están marcando. Atrapado en un trabajo en el que no me siento cómodo, en el que, quizás juzgándome con dureza, no lo estoy haciendo todo lo bien que debería, que podría. Sintiéndome culpable por querer dejarlo, aun a sabiendas que la situación económica española no es para andar haciendo ascos a nada, y donde, además, soy bien valorado por mis compañeros...
Pero tengo dentro de mi esa ansiedad. El corazón atenazado. Y se que hay quien tiene problemas mucho mayores que los míos, y quien pensará que me quejo de vicio. Pero es lo que hay. Necesito salir, perderme por caminos sin fin. Sentir el viento en mi rostro, mis piernas agotadas, la extenuación que no te deja pensar en nada.
Ya he sentido eso. Es una dosis que me doy cada año. Pequeña a veces, poco más de una semana. En un par de ocasiones ha sido algo más "grande", cruzando Alemania de sur a norte, y bordeando la costa Irlandesa. Pero lo necesito.
Ahora me dicen en la empresa que el mes que viene me enviarán una semana al extranjero. Y no lo entendáis mal, encantado con ello, se que no pararé de trabajar en todo el día, pero también es una muestra de confianza... creo que merecen más de lo que pueda llegar a dar.
¿Me engaño a mi mismo? ¿Estoy "autodeprimiendome" porque así encontraré en mi una excusa para huir? Si es así cometeré un gravísimo error. Irreparable. Emprender un viaje así sin tener las motivaciones claras (buenas o malas, pero claras) hace que ante las dificultades que lleguen uno se empiece a preguntar que hace allí en lugar de estar en casa.
Ya dije que no me importa fracasar. Pero no así. Prefiero que llegue un día en el que no me apetezca subirme en una bici y subiéndome en un avión vuelva a España. Pero que no sea porque huí de nada, salvo quizás de una rutina de despachos y teléfonos, para caer en otra de pedales, caminos y pueblos.