miércoles, 6 de noviembre de 2013

Del Pacifico hacia el Mar de Cortés


Una de las ideas preconcebidas que uno tiene es que los malos no madrugan. ¿Qué sentido tiene ser malo y cumplir una de las más duras costumbres de los buenos? Supongo que no muchas. Así que comienzo el día antes de las 06.00 para empezar a pedalear media hora más tarde. Mi problema, si es que realmente son malos, es que seré como un patito de feria en una caseta de tiro. Hay una única carretera lo que hace que sea muy fácil encontrarme, pero como es algo contra lo que no puedo hacer nada, dejo de preocuparme al respecto… bueno, no del todo porque no utilizo los auriculares para mantener las orejas bien abiertas.


Como era de esperar nada ocurre. Y cuando digo nada, realmente es nada. Es un día realmente aburrido. El paisaje es árido, bastante monótono, y aunque estoy cerca de la costa, sigo estando lo suficientemente lejos como para no ver el mar. Los que me conocen saben que soy un escéptico por naturaleza, máxime cuando lo que escucho proviene de una campaña publicitaria. ¿Y esto a que viene? Básicamente que estuve pensando en una de las últimas modas: la lucha contra los radicales libres o iones negativos. Es graciosísimo la cantidad de cosas que uno puede llegar a escuchar; y es que desde el desconocimiento, pero con un poco de sentido común y oído crítico uno podría estar riéndose todo el santo día con estas cosas. No obstante, hubo algo que me llamó la atención, y es que mencionaban que eran estos iones negativos, que se pueden generar de muchas formas y una de ellas es en grandes masas de agua, los que hacen que cuando estemos frente al mar nos relajemos y tranquilicemos. Hay determinadas cosas que deberían quedar fuera del alcance de la ciencia… yo me quedo con la imagen bucólica de un atardecer en la playa más que la de millones de pequeñas partículas penetrando en mi (por cierto, dudo muchísimo que realmente puedan penetrar… quizás neutrinos y partículas de ese calibre, pero no los electrones sueltos).
Y esto, amigos, es un ejemplo de por donde navega la mente cuando nada pasa salvo los kilómetros bajo unas ruedas cada vez más machacadas.

El final del día, después de unos 100 km, me llevó hasta Lázaro Cárdenas donde hice dos noches ya que en la “lotería del taco” me salió el premio gordo. En cualquier caso, además de para descansar, me permitió ver un desfile que, con motivo del día de la patria, celebraron los niños de los colegios de la zona. Por cierto, tengo la impresión de que en México, ahora mismo un tanto convulsa por la reforma educativa que impulsa el gobierno, todos los niños van con uniforme. Detalle tonto.



Aun no se si me encuentro bien del todo, así que aprovecho la habitación todo lo que puedo, pero sobre las 12.00 ya tengo la impresión de que todo está como debería así que, haré un día corto y esperemos que tranquilo.

Por seguir con los detalles del país, me llama mucho la atención lo colorido de las casas y negocios. El verde limón se alterna con el amarillo y el morado (lila, fucsia o lo que sea, los hombres de verdad sólo distinguimos 16 colores).


El camino de hoy es bastante llano, y además tengo el viento a favor, así que no requiero de grandes esfuerzos para avanzar… de cualquier modo tampoco creo que pudiera hacerlos. Poco a poco me acerco a la costa (radicales al ataque!!) pero al final del día se que me dirigiré hacia el interior para cruzar la península, dejando atrás el Pacífico para dirigirme al mar de Cortés.

Esperaba que el tráfico fuese más pesado, más denso, sobre todo teniendo en cuenta que esta es la única carretera que articula de norte a sur la península, pero en general me sigo sintiendo relativamente cómodo con el tráfico. Por otra parte, hay un par de cosas que llamarán la atención: el freno motor de los camiones hace un ruido espantoso, y llama poderosamente la atención que es hasta que entro en México que he escuchado ese petardeo ensordecedor; nunca antes, no ya en el viaje, si no en mi vida, había escuchado semejante ruido. Pobre de aquel que tenga su casa en la carretera en una bajada. Lo segundo es el alto grado de militarización que uno se encuentra. No es sólo la policía, que lleva subfusiles, chalecos y todo el equipo, si no que, de tarde en tarde, hay que cruzar un puesto de seguridad del ejército. Ah, y todos muy amables y nada de mordidas.



La cuestión es que después de disfrutar del llano, el mar y el viento, me toca girar para abandonar todo esto. Comienzo a subir y, cosas que pasan, alcanzo los 9.000 km. Me paro a tomarle la foto de rigor al cuentakilómetros y veo bajar un autobús (por suerte vacío) que entra en su arcén para tomar una curva y, para tomar la siguiente, cruza los dos carriles para aprovechar el arcén del otro lado… y pensar que hay balas que no le dan a nadie… De cualquier modo me he empezado a dar cuenta que muchos conductores en México conducen basándose en la confianza: confían que no venga nadie al adelantar sin visibilidad, confían en que el otro se aparte, confían en que caben dos camiones y una bicicleta a la vez en la carretera.



Un nuevo día comienza y, por si no tenía claro que iba a entrar en zona desértica, aquí hay una señal que te da una buena pista.



En cualquier caso, como ya sabía, más o menos, donde me metía, antes de entrar en México ya me había hecho una pequeña lista de posibles lugares donde conseguir comida y agua. No contaba con esta distancia sin gasolinera pero tampoco habrá de suponer un mayor problema; dado el gran tráfico de camiones por la zona hay, cada 15/20 kilómetros, una llantera donde además normalmente puedes comprar algo para comer y para beber. ¿Llantera? En México al neumático le llaman llanta, así que una llantera es donde te repararán o cambiarán el neumático. Normalmente son pequeños talleres que se sustentan más en la habilidad de sus dueños que en los repuestos que puedan tener. Y obviamente también son sus casas, así que suelen funcionar 24 horas al día.



En este día en concreto, según mi meticuloso plan, debería hacer noche en junto a un restaurante de carretera que está junto a una misión, así que os podréis hacer una idea, visto el panorama, cómo se quedó mi cara cuando al llegar vi debía estar cerrada desde hacía un año por lo menos. Por cierto, la Misión se llamaba San Fernando… ni de uno se puede fiar.




Así que, de nuevo al pedal. Por suerte a unos 20 km encontré otro restaurante y allí ya pude hacer noche. Una lástima no disponer de una mejor cámara (o de ser más habilidoso con la mía) ya que desde este altiplano pude disfrutar de una gran y roja luna llena.