lunes, 4 de noviembre de 2013

Bajando por la Baja

Pues a pesar de la buena noche pasada, o quizás por culpa de ella, amanezco bastante cuajaete. ¿Por que? Pues porque teniendo el acceso a la carretera a escasos 5 metros de mi, tomo una carretera que por mi cuenta califico como "de servicio". Casi tres kilómetros más tarde me doy cuenta de que "de servicio" nada de nada, y que como la siga soy capaz de llegar a mi querido Yosemite de nuevo. Para disimular el estropicio tomo unas instantáneas al estilo de "yo no me equivoqué, es que quería sacar estas fotos".
Iba a decirle algo a este hombre... después me acordé que yo no se pescar y que callladito gano mucho.

Cuando me retire ya sabéis donde buscarme.

Recuperado del momento tontuno me pongo de nuevo en marcha, esta vez sí, por la 1.
Uno de los miedos que tenía al entrar en México eran las zonas desérticas. El noroeste del país está dominado por el de Sonora, bastante más duro que el de Nevada, de modo que la experiencia que en aquel cogí no me iba a servir de mucho. En aquel caso pude enfrentarme a él cambiando mis horas de sueño pero en principio no quería hacer eso en México ya que me habían advertido que la conducción en el país es más agresiva que a la que estoy acostumbrado.

De cualquier modo, para una urgencia, siempre podré recurrir a los puestos de agua que jalonan la carretera cada 10/15 km. Y cuando digo urgencia en realidad quiero decir, vida o muerte. Estos puntos de agua están destinados para enfriar los motores de los coches que por aquí circulan y que sufren la mezcla de elevadas temperaturas y motores antiguos. Los pozos están abiertos y expuestos a cualquier tipo de suciedad o bicho; una simple purificación por pastilla sería inútil. Así que vuelvo a las viejas costumbres: el agua es tan necesaria como el aire, el aire no pesa, ergo el agua tampoco... a cargar agua.

Poco a poco voy dejando atrás pueblos aspirantes a urbanizaciones recreacionales y entro en una zona más agreste y escarpada, mucho más agradecida a la vista.

Menudo camping...
A medio día llego a Ensenada, que era mi destino previsto. Es una ciudad razonablemente grande, con una población en torno a los 700.000 habitantes, aunque por el modelo urbanístico americano ocupa una extensión excesivamente grande para un europeo. Volcada al mar, cuenta con un puerto de carga considerable y una vez que se pasa el mismo, un paseo marítimo pequeño pero coqueto, con una gran cantidad de comercios y puestos de comida ambulante. Negocios informales los llaman aquí a este tipo de economía.
En el paseo marítimo.
Voy a la búsqueda de dónde quedarme, y de tanto en tanto pregunto para ver si me estoy orientando bien. Es en una de estas preguntas cuando me tropiezo con Arturo Santiago, el cual cursa su primer año en la universidad. Le llama la atención la bicicleta y más allá de darme las indicaciones que le pido se ofrece a acompañarme ya que su casa le queda de camino. Se lo piensa un poco mejor y rápidamente me ofrece comer con su familia si es que no he comido aún. Pues no, no he comido aún, así que acepto agradecido.

Arturo es tiene en si una mezcla muy peligrosa, vitalidad y curiosidad. Si no tiene cuidado hará de su vida un sin fin de vivencias apasionantes... espero que no tenga ningún cuidado y se deje arrastrar. Ya en su casa conozco al resto de la familia que me hace sentir uno más. El padre, en sus años mozos, hizo también un viaje en bicicleta junto a un compañero de estudios, y me orienta sobre lo que me he de encontrar en las próximas semanas. Cuando la tarde ya decae, Arturo me acompaña en su propia bici hasta un albergue. Ha sido uno tarde irrepetible y realmente quedo agradecido para con Arturo y su familia.
Gente que le da sentido a mi viaje.
http://www.movescount.com/moves/move18666090

Como hago desde que empecé, sigo sin un rumbo definido, más allá que el de seguir hacia el sur, pero atendiendo a lo que la gente que me encuentro me indica sobre sitios a visitar. Ayer Arturo me recomendó que me acercase a ver "La Bufadora", supondrá un pequeño desvío de unos 20 km pero por lo que me cuenta merecerá la pena.

Voy dejando atrás Ensenada y en un semáforo un conductor que se me para al lado me ofrece una bolsa de chocolatinas, "que te vienen bien para tanto pedaleo". Instantes más tarde una señora reduce su velocidad para preguntarme de donde vengo y a donde voy, en una mezcla entre curiosidad y "me da igual el tráfico". Poco a poco voy pescando el carácter mexicano.

Atras ha quedado la carretera que hasta Ensenada me trajo. Aquí ya no hay arcenes, pero el tráfico es el mismo, así que mi nivel de "acongojamiento" empieza a elevarse dramáticamente. Por suerte para mi, llego al desvío que me llevará hasta la bufadora. Por desgracia para mi a los pocos kilómetros la carretera se convierte en pista, y de ahí a festival del bache. Son pocos kilómetros los que paso entrando y saliendo de agujeros que me niego a denigrar al nivel de baches; son cráteres, excavaciones, y cada uno de ellos merma mi paciencia. Pero no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, y eventualmente vuelvo a un firme decente. Estoy al nivel del mar, pero La Bufadora queda al otro lado de una pequeña península así que, a subir toca. Al menos la vista es bonita.


Ya del otro lado de la península, el panorama tampoco desmerece. La Bufadora queda enclavada en una pequeña bahía, bastante cerrada, donde los habitantes se vienen dedicando tanto a la pesca como a dar servicios al turista que viene a ver la bufadora... pero ¿que es la bufadora que tanto repito? Básicamente es una oquedad en la roca, a nivel del mar, que al batir de las olas y en dependencia de la altura de la marea, hace que parte del agua de la ola que rompe, al incrementarse la presión dentro de este hueco, hace que el agua salga expulsada como un chorro de vapor de agua. O en pocas palabras, un geyser frío.

Lo que hace especial a esta bufadora es que, en condiciones concretas de marea y fuerza de las olas, hace que el bufido, sea espectacularmente alto, habiéndose registrado una altura de unos treinta metros.
Menudo chorrazo!!

 Después de haber comido deshago el camino hecho, pero la verdad es que no tengo ninguna gana de cruzar de nuevo el campo de minas de antes, cosa por otro lado estúpida, porque mis ganas no hacen que aparezcan o desaparezcan las cosas... pero bueno. Decido dejarlo para mañana y busco cobijo, tras lo cual me dirijo hasta un puesto de venta ambulante y pruebo mi primer elote.

Los elotes, hasta donde llega mi entendimiento, son una variedad de maíz algo distinta a la que estamos acostumbrados en España, de similar tamaño pero más blanco. Se deja cocer un día entero el grano y la pasta resultante se envuelve preferentemente en hojas de plátano o en las del propio elote. A esta pasta se le puede añadir distintos tipos de carnes, preparadas de distintas formas, puede ser sólo el maíz o incluso estar preparado con coco; estos dos últimos fueron los que probé yo, y estaban realmente buenos.

Después de un somero desayuno me armo de valor y vuelvo a cruzar el campo de batalla. Esta vez, será por estar descansado, se me hace más corto, y ya en la carretera puedo empezar a zumbar. Aunque el zumbido en realidad me durará poco, el camino comienza a ascender, poco a poco al principio y más fuertemente después... justo como lo hace el calor. Por suerte voy bien provisto de agua y, de tarde en tarde, aparece algún pueblecito donde tomarme un refresco.



México es el segundo país del mundo (quizás el primero) en consumo de refrescos por persona y año. Desde un punto de vista europeo, el precio es uno de los principales responsables, pero teniendo en cuenta el poder adquisitivo medio mexicano esto empieza a no tener tanto sentido. A consecuencia de esto, o al menos así lo vende el gobierno, la población mexicana adolece de un grave problema de sobrepeso y todos los problemas de salud derivados de esto, lo cual, obviamente, también influye en el coste medico anual. Recientemente se han iniciado los trámites para gravar las bebidas gaseosas en 1 peso/litro a fin de reducir el consumo anual. Lo que no se es si alguien ha pensado en ir un poco más allá y empezar a preguntarse porque 120 millones de personas tienen tanta necesidad de coca-colas, botanas (patatas fritas) y comida basura y por otro lado adolecen de un sedentarismo tan alto.

En cuanto a mi, pues ahora mismo no soy sedentario y los azúcares que pueda ingerir van a tener una vida más bien corta teniendo en cuenta lo que me queda por subir, así que con pedalada corta, vista en la rueda delantera y oído atento al camión que venga, voy salvando lo que se me va poniendo por delante.

Son ya las 16.00 cuando por fin llego a San Vicente. En la entrada del pueblo, a la derecha, un parque y un montón de puestos de comida, ropa, música, etc. Un poco más adelante compro un refresco de 2 litros y algo para picar. Me vuelvo al parque y me rehidrato.

San Vicente en la bruma
El pueblo es pequeño. La única calle asfaltada es la principal, por donde vine y me iré, el resto son calles de tierra. Voy dándome un paseo por el pueblo cuando desde una casa un señor de unos 70 años me llama. Está sentado en lo que parece los asientos traseros de un coche junto con otros 3 hombres. La cosa empieza como siempre, de donde vienes a donde vas, pero uno de ellos no para de preguntarme que por cuanto le vendería la bici, y que cuanto me costó. En un momento determinado, sale de la casa la mujer de "el preguntón" y le dice al viejo que ya le dejó lista la comida. El preguntón se lleva a la mujer pero volverá para ver el combate de Canelo.

Si ya me encontraba incómodo, el viejo toma un tanto el protagonismo en la conversación, en una de las versiones más cutres que he visto en mi vida de poli bueno - poli malo; al parecer nadie le advirtió que hacen falta dos para esto. Así que, el muy gañán, alterna en su conversación el "tú me has caído muy bien", "yo soy muy buena gente" y "mi abuela era española" con el "yo le he dado matarile a tres", "conozco a los loquesea que se han cargado a mucha gente", "deberías llevar un hierro por si alguien te quiere hacer algo". Para rematar, me presenta a su madre con alegres frases del calibre "a ver si te mueres de una vez" y "estás en esa silla de ruedas por lo mala que eres", ni que decir tiene que la pobre señora debía rondar los 95 años.

Si ya tenía yo pocas ganas de salir zumbando de allí, el colmo lo ponen cuando el viejo se hace a un lado con uno de los gañanes y tras hablar un rato me invitan a dar una vuelta en coche con ellos. Es cierto que puedo tener cara de tonto, pero esto ya es la leche. Les digo que no.
- ¿No te fías de mi?
- ¿A donde vamos?
- A comprar unas cosas para la cena y el combate.
- Allí hay una tienda, podemos ir andando- le digo señalando una tienda a escasos 20 metros. Sin mencionar que recordaba perfectamente que la mujer del preguntón le había dejado la comida hecha.
- Si no te fías puedes quedarte aquí,  nosotros volvemos en un rato.
- Aquí me quedo.

Obviamente esta es la versión resumida. La cuestión es que, en cuanto se dieron la vuelta, busqué la excusa más peregrina ante el gañán que quedaba. - Hacedme hueco que vuelvo para el combate- y pongo pies en polvorosa. Busco un hotel y la bicicleta dentro de la habitación.

Nunca he sabido que era lo bueno, la cal o la arena, pero en estos días he recibido de los dos. Así que opto por quedarme con la atención que la familia Santiago me brindó porque tontos hay en todos lados, y muy injusto sería juzgar un país por una experiencia desafortunada.