viernes, 22 de noviembre de 2013

En el Mar de Cortés

Lo cierto es que de este día no hay mucho de contar. Después del reset que supuso poder hacer colada y tener la bicicleta de nuevo en condiciones óptimas el paisaje no acompañó mucho en lo que podía haber sido un día wonderfuloso, pero, todo hay que decirlo, el viento ayudó como un condenado, así que hacer los 72 km fue cosa de poco rato, como además la ganancia de altura fue progresiva, pues miel sobre hojuelas.

¿La parte mala? Pues que la recta era aburridiiiiiiiiiisima, y para muestra un botón.


Esta, y la parte que tengo por delante, son de las zonas más áridas de la Baja California Sur donde hay que vigilar bien las distancias y las cargas de agua. Evitar las horas centrales del día también es fundamental... y por eso empecé a las 11 de la mañana. Jejeje.


Como decía, esta es una de las zonas más áridas de la BCS, pero como en todos los desiertos, aquí también hay oasis. La cuestión es que en aquel momento recordé que Arturo me había advertido sobre ello, pero la verdad es que a esas alturas ya no me acordaba ni sabía donde debía esperarlo.

La jornada, como la anterior, comenzó con viento a favor y un paisaje que invitaba a pedalear (para huir de él), sigo con suave ascenso y todo parece ir bien. Rectifico, todo va bien.

Tan bien que cuando llego a San Ignacio, desde mi posición se puede adivinar en el pequeño valle que se extiende a mi derecha, entre las hojas de las palmeras, un pequeño río que discurre perezoso. Ver un río en este entorno es algo que no se puede dejar pasar, así que me dejo caer hasta esa zona de sombra y lentamente me dejo llevar por las sombras. He hecho poca distancia, pero al ver el pequeño camping que tienen montados un par de canadienses, junto al río, con canoas... la carne es débil.

Oasis de manual: palmeras y agua... sólo faltaba el camello, pero alguno habría.

El paseo en canoa es delicioso. No me baño porque las aguas de río nunca han sido santo de mi devoción. Creo que hay un tipo de vértigo asociado con las profundidades o algo por el estilo. Habrá que añadirlo al vértigo de toda la vida. No obstante no quita lo más mínimo para que disfrute de la vista de las aves y alguna que otra tortuga que por aquí y por allá se van dejando ver.





Tras un desayuno a la vieja usanza, es decir, huevos, tostadas, cereales, salchichas, bacon, cafe, zumo, leche, ensalada de frutas, etc. Me sentí con energías suficientes para vencer la pereza y salir de la sombra de las palmeras para meterme entre las suaves y peladas colinas.

¿Cómo le pelo la colina? Corto de la cumbre y un poquito más largo de las laderas, gracias.
Poco a poco sigo ascendiendo y dado que, por una vez, había mirado como era la orografía del terreno, sabía que más adelante me iba a tocar una caída casi en picado hasta el mar. Básicamente iba a perder en 2 kilómetros toda la altitud que suavemente había ido ganando a lo largo de los últimos 3 días. Me recordaba un tanto a la configuración del parque de Yosemite, donde el lado oriental cae a pico mientras el occidental es de "suave" pendiente.

Eran 9 puentes pero si os fijáis el último, bueno, se ve que el presupuesto no llegó hasta allí.
La cuestión es que, para dar más pistas, a la bajada en cuestión le pusieron el alegre nombre de "Cuesta del infierno" y por si no fuera suficiente, hay hasta 3 carteles indicándote la distancia que te queda para llegar a ella. La verdad es que iba un tanto acongojado, y empezaba a preguntarme si los frenos iban a aguantar (sí, son de disco pero no milagrosos) y si al final de la cuenta podría contar con los mismos dientes que al principio. Al final no fue para tanto, con más miedo que vergüenza hice que los discos de freno se calentasen como para freír un huevo pero llegue sano y salvo hasta la orilla del Mar de Cortes.



Desde que toco costa hasta que llego a Santa Rosalía (y ya van chopocientos pueblos con el derivado de "Rosa") hay unos escasos 10 km, y a medio camino una gran mina, creo que a cielo abierto, creo que de cobre, con lo que el tránsito de camiones es elevado. La costa, al menos en esta corta distancia, deja una playa de escasos 5 metros, de pura piedra, pero que no tiene mala pinta. No obstante, e imaginándome los procesos químicos de lavado del metal, creo que me abstendré de meter mis canillas en el mar hasta que me aleje un poco.

Sigo sin entender porque siguen llamándolo Mar de Cortes si para los pueblos indígenas fue un asesino...


Antigua ¿fábrica? en el centro de Santa Rosalía


Al fin llego a un "hueco", esto es un espacio que sobre el papel es lo suficientemente amplio como para que no llegue a ningún pueblo. En realidad sí que tenía algún pueblo antes de final de etapa, pero seguir haciendo tiradas cortas me estaba dando vergüenza. Ya veía como los cactus me señalaban y se reían a mi espalda. A ver, sólo fueron 90 km, pero al menos empezaba a ser una cantidad digna de kilómetros.

Con mi habitual despiste no tenía ni idea de que iba a llegar a bahía Concepción (que raro, ¿no es Rosarito?) y que me iba a encontrar con algunos de los paisajes más bellos de las últimas semanas. Pero, como dijo Jack el Destripador, "vayamos por partes", y lo primero es dejar atrás Santa Rosalía y bordeando la costa ir haciendo kilómetros que, como mayor novedad, ahora me muestran montañas a un lado y agua al otro. Poco a poco empiezan a aparecer lo que en un principio creo que son islas pero más tarde me percato que están unidas al continente y es lo que forma la Bahía Concepción.

Por unos kilómetros se abandona la costa para salvar un pequeño cabo tras el cual vuelvo al mar ¿qué tendrá el mar que tanto puedo añorarlo? Para llegar al mar primero hay que atravesar Mulegé, que para la media de los pueblos que he estado pasando es algo más grande, además los coches de policía vienen rotulados con este nombre, así que supongo que debe ser algún tipo de centro administrativo.
Pardiez!! ¿Quien osó erigir un castillo en mi camino? ah, no, es una iglesia.

Y ahora ya sí. Me callo y pongo fotos. Creo que hablan con más voz que la mejor de mis palabras.