jueves, 30 de mayo de 2013

No estoy solo en el camino. Tomás.

Desde Seattle en un mes.
El 25 fue decididamente un día atípico. Para empezar, y sobre todo, porque me topé con 5 viajeros en bicicleta. Los dos primeros tenían mucha prisa (viajando en bici??) y no hicieron el amago de parar; más tarde, a unos 16 km, en Destruction Bay a las orillas del Kluane Lake, mientras trataba de ajustar el cambio trasero que empezaba a dar problemas, me alcanzó Tomás, argentino de 32 años que se dirige a Florida desde Fairbanks. Un poco más tarde me crucé con dos norteamericanos, que en unas muy buenas bicicletas, habían subidos desde Seattle en cosa de un mes. Esto ya empieza a estar demasiado atestado, la verdad.

Tomás.
Tomás me alcanzó unos 30 km más tarde, poco antes de cruzar el puente que pondría punto y final al lago Kluane, y a partir de ese momento continuamos junto. Tomás es un auténtico viajero, del que tengo muchísimo que aprender. Su bicicleta es un hierro que no cogerías ni aunque te la encontrases tirada en la calle, pero todo en ella es fácilmente reparable (salvo que le pase lo que a mi, claro). Su ritmo es calmado pero constante, y al tiempo es capaz de mantener tiradas superiores a los 100km durante varios días. Hablando con él me contó que ya viajó desde Nueva York a Florida anteriormente, y en Sudamérica ha realizado numerosos viajes, de hasta 9 meses de duración. Sin él, ciertamente las etapas que se me venían encima hubiesen sido mucho más penosas.

Hicimos la primera noche tras uno de los esporádicos puntos de descanso que salpican la carretera, dejando la comida en los bidones a prueba de osos, y temprano al día siguiente emprendimos de nuevo el camino. A pesar de la fama que puedan tener los argentinos, Tomás no siente la necesidad de rellenar  cada silencio con charla inútil, más bien parece ese mi papel, pero en esos momentos necesitaba sacarme de la cabeza lo que se cocía bajo mis posaderas. La rueda cada vez se bamboleaba más y el sillín no dejaba de imitar a la dichosa silla de rodeo. El viento, como no podía ser de otra forma, ataca de frente, y nosotros aún no nos conocemos tanto como para poder darnos relevos; aunque él aguanta más horas sobre la bici, mi ritmo parece un poco más alto, con lo que lo dejo atrás, así que pedaleamos en paralelo. El coche que nos adelanta cada hora no tiene problemas en sortearnos.

Un alto en el camino

Dos días más tarde llegamos a Haines Junction. Uno de tantos pueblos cuyo único leitmotiv, es que es un cruce de caminos, en este caso hacia la Alaska Highway y Whitehorse, o hacia Juneau (capital de Alaska). Sin embargo aprovechamos la wifi que nos brinda una panadería que parece no tener sentido en un pueblo así y que, sin embargo, se encuentra atestada. Intuyo que por ser domingo, día en el que mucha gente decidirá ir a darse una vuelta por ahí. Tomás y yo damos buena cuenta de un pan de cebolla y queso cada uno, y yo le añado un burrito. Repuestas fuerzas nos acercamos al centro de atención al viajero, donde además de informarnos sobre la región podemos recargar agua. Y como guinda del pastel un obrero que estaba por allí me fija el sillín con la llave fija que no había podido conseguir hasta ese momento, y con tan buena suerte que el sillín está nivelado. Así que con el viento de espalda y el culo semiquieto (la rueda va a peor) hacemos 20km más hasta que decidimos acampar.

Esta noche tampoco tendremos compañía, pero visto que mientras montábamos el campamento nos pasaron a visitar un oso negro y un coyote decidimos colgar la comida de los árboles (esta vez no hay foto de los bichos, lo siento pero estaban demasiado cerca y mi cámara demasiado lejos).

Tomás en su papel de "sherpa"
Y comenzamos la jornada que podría ser la definitiva ya que nos separan unos 130 km de Whitehorse, si bien el plan sigue siendo hacer unos 90/100 km para llegar a la mañana siguiente a la ciudad. El deterioro de la rueda ya es patente. La llanta se está desintegrando y ya ha perdido un trozo junto a uno de los radios, y lo que eran ligeras quebraduras en otros tres se han convertido en visibles agujeros. La rueda cada vez oscila más llegando a rozar el neumático con el cuadro. Aflojamos radios y apretamos otros, introducimos arandelas en el eje a fin de forzar una separación con el cuadro y a última hora llego a desmontar el freno para poder forzar más la rueda, pero a últimas horas de la jornada ya es patente que no hay mucho que hacer. Cualquier apaño que le hagamos pierde su efectividad cuando me subo sobre la bici. De modo que hacemos noche, se nos ha hecho tarde y terminamos de cenar para las 23.45 aproximadamente, pero a las 06.00 ya estamos en pie. Hoy tocará empujar la bici, y ayer la dejamos preparada para que sea Tomás el que lleve también mi remolque además de todo su equipaje. Forzamos por última vez mi rueda para que roce lo menos posible y nos ponemos en marcha, por delante unos 25 km hasta destino.

Enfilando el penultimo ataque a Whitehorse.
Una de las cosas que más rabia me dio de la entrada en la ciudad es la larga bajada que lleva hasta ella. Lo que podía haber sido un paseo triunfal se convierte en una penosa caminata por el asfalto y un par de ampollas de recuerdo. Pero ya estamos en Whitehorse, capital del estado de Yukón con una población aproximada de 24.000 habitantes. Tenemos un Wallmart y un par de tiendas de bicis ¿que más se puede pedir? La primera parada es el Wallmart, para poder beber un poco y tirar de wifi, que como el agua es un recurso preciado. Localizamos las tiendas de bicicletas y nos encaminamos hacia ellas, en Icycle no hay suerte. El chaval que nos atiende no se cree que no haya tirado la bici por un barranco para que esté así la rueda, por lo que me dice que sus ruedas no me servirían, así que me manda a Cadence, donde por suerte (y por unos dolorosos 110$) consigo la rueda que me montarán por otros 25$. Me la tienen lista por la tarde pero la recojo a la mañana siguiente, pero al probarla el cambio no parece ir bien y lo que se supone que es un ajuste de 5 minutos se convierte en un ajuste completo porque el dueño no ajustó bien el anillo de cierre del cassette (los piñones, vamos)... y pensar que fue el mismo que me dijo que el próximo taller está a 1500 km... puff.

Por lo menos estos dos días en Whitehorse me han permitido: descansar, arreglar la bici, hacer la colada (que falta hacía ya), ducharme unas cuantas veces (las toallitas húmedas llegan hasta donde llegan), ponerme al día con el blog y con suerte mañana puede que consiga un teléfono.

La gracia está al final de los radios.

Por delante me queda la decisión de seguir por la Alaska Highway o tomar la Casiar. Por lo que parece la segunda es más bonita pero también más dura, mayor desnivel y mayor distancia entre "pueblos", ¿que decís, Casiar o Alaska highway?

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